jueves, 29 de julio de 2010

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario


LA VIDA NO DEPENDE DE LOS BIENES

La 1ª lectura nos enfrenta muy directamente con cuestionamientos que todos nos hemos hecho alguna vez, a lo mejor con más frecuencia de la deseada.
El Eclesiastés pertenece a un grupo de libros que llamamos sapienciales.
La “sabiduría” es un amplio concepto que puede englobar desde la habilidad manual de un artesano hasta el arte para desenvolverse en la sociedad, la madurez intelectual... representa una actitud de personas y pueblos cuyo finalidad es encontrar respuestas a los grandes interrogantes y misterios de la existencia humana.
Para la sabiduría bíblica, la realidad y la experiencia son lugar de revelación divina, cuando el ser humano se entrega a la reflexión y a la tarea de leer los acontecimientos en clave “divina”. Para ello, los sabios se apoyan en la razón, muy pocas veces recurren a la revelación o a la luz sobrenatural. Y junto a la observación de la experiencia, la otra fuente de la sabiduría es la tradición. Serán los últimos libros sapienciales (Eclesiástico y Sabiduría) los que incorporen a Dios como fuente suprema de la sabiduría. La vida está regida en el fondo por una serie de leyes, cuya causa última es Dios, por ser el creador del mundo. Ese sentido profundo de las cosas, oculto para el hombre, es el que hay que investigar y descubrir para adecuarse a él y comportarse “sabiamente”.
Los sabios plantean el problema de la vida en su acepción más universal, no centrada en el pueblo elegido. Esta sabiduría tiene su origen en la vida del pueblo, que se va recogiendo en forma de dichos, refranes, sentencias... este patrimonio de saber popular se va enriqueciendo a través del tiempo y de la tradición oral, acogiendo influencias de los pueblos limítrofes. Más tarde todo esa material básico será reelaborado por los círculos sapienciales que le darán forma literaria y una cierta estructura. Con frecuencia estos libros presentan formas dialogadas, incorporando distintos puntos de vista al problema que se está estudiando (Job, por ejemplo, Eclesiastés...).
Generalmente se piensa en el Rey Salomón como el más fuerte impulsor y cultivador de este arte de conducirse en la vida. La sabiduría encuentra su medio ambiente más propicio en la corte, en la que se forman los miembros de la familia real, los futuros responsables de la política, archivos, administración... por eso se le atribuyen a Salomón la mayor parte de los libros sapienciales, como a David los Salmos o a Moisés el Pentateuco...
Podemos calificar de contestatario al autor del Eclesiastés. Es una voz escéptica y crítica, disidente frente a la tradición sapiencial que confía ilimitadamente en las posibilidades de la razón y sabiduría humanas. El sabio Qohélet es un autor, por lo menos, desconcertante. La pregunta que mueve toda la reflexión de su libro es ésta: “¿Qué provecho saca el hombre de todos los afanes que persigue bajo el sol?” (1,3) y su respuesta: vanidad de vanidades (se puede traducir también por vaciedad, sin sentido...) todo es vanidad (1,2.17; 2,1.11. 17. 20. 23. 26; 12,8)
Éste parece un libro muy poco religioso. ¿cómo se nos propone a los cristianos este libro, como Palabra de Dios, con esa respuesta tan materialista, tan poco optimista...? O esta otra conclusión: “la felicidad consiste en comer, beber y disfrutar de todo el trabajo que se hace bajo el sol, durante los días que Dios da al hombre, pues esa es su recompensa” (5,17) es como decir vulgarmente “comamos y bebamos, que mañana moriremos...”
El autor recorre a lo largo de su libro todas las esferas del ámbito humano: trabajo, riqueza, dolor, alegría, decepciones, religión, justicia, sabiduría, ignorancia, el tiempo, la muerte... buscando respuesta a su pregunta. Hagamos lo que hagamos en nuestra vida, al final el destino es el mismo para todos los hombres: la muerte, ¿la nada? Es una pregunta seria ¿qué pintamos aquí, en la tierra? ¿para qué vivir, trabajar, luchar, amar, pensar, esforzarnos en la ecología, la educación, la política, los derechos humanos...? Breve es nuestra vida sobre la tierra (Sab 2,1), la mayor parte de nuestra vida es fatiga inútil, que pasa aprisa y vuela (Salmo 89, 10). La experiencia humana es como “atrapar vientos” una tarea inútil y decepcionante. Viene a nuestra mente aquella otra frase evangélica: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero...?”.
Con el autor, el lector sigue con fruición ese recorrido por la existencia humana, por el devenir cotidiano, deseando que el autor tenga éxito en su búsqueda y su respuesta tranquilice un poco nuestro corazón sediento de verdad, de sentido en todo lo que somos y hacemos...
Por mucho que nos afanemos, nada nos vamos a llevar...
En la época del destierro se empezó a desarrollar la teoría de la retribución personal y del destino individual: el pueblo elegido profesaba una doctrina de retribución colectivista: la bondad o maldad de un individuo tenía repercusiones en el grupo y en los descendientes. En el contexto del exilio estas ideas van cambiando: cada persona recibía en vida la recompensa adecuada a su conducta (2Re 14, 5-6; Jer 31, 29-30; Ez 18, 2-3. 26-27). Sin embargo, la experiencia desmentía este principio. Después del destierro este problema ocupa un puesto primordial en la reflexión sapiencial, y no resulta fácil encontrar una respuesta adecuada. El libro de Job refleja vivamente este drama, apuntando distintas soluciones, pero ninguna definitiva ni convincente: Job es invitado a entrar en el misterio de Dios y desde ahí poder relativizar su dolor, su desesperación y pretensiones. Qohelet se hace eco del mismo escándalo y lo amplía: aún suponiendo que el justo siempre recibiera bienes, tal recompensa no es proporcional al esfuerzo que pone el hombre en conseguirla, pues no da plena satisfacción a los anhelos del ser humano. Tanto Job como Qohelet se mueven en el ámbito de retribución intramundana, no atisban nada más allá de la muerte.
Este problema recibe nueva luz con las ideas sobre la inmortalidad y resurrección que aparecen en Israel durante las guerras macabeas (2Mac 7,9; 12,38-46; Dan 12, 2-4) y encuentran su formulación en el libro de la Sabiduría (Sab 1-5) La revelación del Nuevo Testamento, dará respuestas tres siglos más tarde: la solución definitiva se ofrecerá en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, el Justo sufriente.
Por otra parte, no está mal que Qohélet nos recuerde el sabor de las cosas sencillas, el disfrute de las cosas ordinarias, que también son don de Dios. En esto conectaría muy bien con la mentalidad de la postmodernidad: presentista, del “carpe diem”... No hace falta que hagamos un esfuerzo grandísimo en salir de esta realidad temporal para encontrar a Dios. Él es compañero cercano de todo lo que vivimos. Nos lo dice la fe. La vida tiene sentido porque somos personas humanas, no animalitos, y en nuestros genes llevamos escrita esa búsqueda de sentido, porque estamos hechos “a imagen y semejanza de Dios”, un Dios creador, que se mueve, que sale de sí, que inventa, que busca.
Evangelio: la vida no depende de los bienes
Va en la misma línea sapiencial que la 1ª lectura: el ser humano busca sin descanso la alegría y la felicidad, pero en torno a esta búsqueda planean serios peligros. Uno de estos peligros, que nos plantea este texto evangélico es el de la codicia.
A Jesús, como Maestro, se le acercan dos hermanos en litigio y le suplican que ponga orden, que haga justicia. Jesús sabe ponerse en su sitio: él no ha venido al mundo como juez jurídico, legal. Va más allá de lo externo: “Él sacará a la luz los pensamientos íntimos de los hombres” (Lc 2, 35b), va a la raíz de los problemas, que está en el corazón del ser humano. Para Él es más importante desenmascarar la codicia que nos domina, que hacer valer los derechos de cada uno. Con lo primero, se conseguirá lo segundo.
Sus palabras son magistrales: “eviten toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida”. Jesús no invita al conformismo. Lo primero es la justicia, querida por Dios, predicada por Jesús: que todos tengan pan, educación, techo... fruto de la comunión, de la solidaridad, nuevo nombre de la justicia, eso es el Reino, la Nueva Humanidad. Pero puede ocurrir que cuando tengamos lo justo, lo que nos corresponde como hijos y hermanos, ambicionemos más. Este codicia nunca nos permitirá ya descansar. Es muy difícil ya decirse a uno mismo: “Hombre, tienes muchas cosas guardadas para muchos años, descansa, come, bebe, pásalo bien...” normalmente, no hay quien pare ya el dinamismo de la codicia. Hay que estar alerta. ¿Hasta dónde llegar en la acumulación de bienes?
La codicia de unos pocos o de unos muchos impide el desarrollo de los pueblos, y además es contagiosa: ¿por qué se me ocurre mirar a otros y compararme con otros para ambicionar más cada día? ¿por qué no se me ocurre mirar a los que tienen menos y que viven peor, para moverme a compartir con ellos? “Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque suyo es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3) No ambicionar nada más de lo necesario, agradecer lo que ya tenemos, lo que hoy se nos regala, ése es el espíritu del pobre. No son las posesiones las que nos dan la vida. Créelo. “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). “Él es nuestra riqueza.”
Lo que se ha ido acumulando a lo largo de la vida, sin disfrutarlo, sin compartirlo ¿de quién será? ¿para quién será? Todos conocemos personas avaras, con muchas riquezas materiales que viven andrajosamente, sin capacidad de disfrutar lo que tienen ¿son felices esas personas? NO. ¿Para qué vivir pendientes del tener, y no ser capaces de ser? Pensando sapiencialmente, ¿qué beneficios nos reporta esa actitud y esa ambición? A la altura de los tiempos actuales, esa actitud, no sólo es «amasar riquezas para sí y no ser ricos ante Dios», sino destrucción de la vida y del planeta. Todo lo que destruye la sociedad, la justicia, es disfuncional, no sólo para la sociedad, y la convivencia, sino para el «Buen vivir», para la vida. Enriquecerse en Dios, es vivir como Jesús: vivir confiados en las manos del Padre/Madre Dios, buscar el Reino-Utopía como lo más principal. «Lo demás vendrá por añadidura». Enriquecerse en Dios es amasar una única fortuna: la del amor, el favorecimiento de la vida, el descentramiento de sí mismo en favor del centramiento en el amor, las buenas obras con los más pequeños y desfavorecidos (Mt 6,19).
En torno a la segunda lectura
La intención de la carta a los cristianos de Colosas es afirmar la supremacía de Jesucristo por encima de toda realidad cósmica, terrena o supraterrena. Algunos pretendían introducir en la comunidad ideas filosóficas sobre el mundo de los poderes angélicos, y unas prácticas ascéticas inspiradas en ritos mágicos y mistéricos que confundían y amenazaban con destruir el misterio de Cristo entre los creyentes. Por eso, en el Himno Cristológico de 1,15-20 se presenta a Jesús como Señor de toda la creación y único salvador del mundo, revelación perfecta de la sabiduría divina, escondida durante siglos, pero revelada ahora en el Hijo, fuente de vida espiritual para el ser humano, de quien recibimos la plenitud.
El bautismo introduce al cristiano en la posesión ya presente de la salvación, no como algo conseguido de manera estática, sino en movimiento, en progreso, dinámico, en combate. El bautismo nos une a Cristo y nos hace participar de sus riquezas: “fuimos sepultados con Cristo y luego resucitados por haber creído en el poder de Dios que lo resucitó de entre los muertos” (2,12)
Muertos y resucitados con Cristo debemos buscar lo que Cristo buscó, las cosas de arriba, las cosas de dentro donde está nuestra verdadera riqueza, la del corazón, pero también las malas intenciones (Mt 15,19). Hay que hacer morir lo terrenal, despojarse del “hombre viejo”. Esta renovación es espiritual (Ef 4,23), es decir, bajo la acción del Espíritu, el mismo que movió a Jesús en su existencia terrena. El “hombre viejo” es egoísta, mentiroso, esclavo de sus apetencias... el “hombre nuevo” es bondadoso y compasivo, volcado y preocupado por los demás, comunitario, misericordioso, comprensivo, hace del amor la norma de su vida... para con los demás actúa de la misma manera que Cristo ha actuado en él. Ese es el ser humano nuevo. (Ef 5,1-2). La fuente de toda moral humana es la unión con Cristo, a la que se llega por el bautismo. Sin este fundamento, la vida será un conjunto de recetas y normas que hay que cumplir. La nueva condición de personas nuevas se va renovando cada día según la imagen del creador.
Dicho esto sobre esta segunda lectura, hay que añadir una nota crítica para los fieles ylos predicadores más críticos. Este fragmento de la carta de Pablo deja un especial de boca agridulce, pues junto a la atracción espiritual que producen en conjunto sus palabras, sus imágenes dejan una profunda insatisfacción: arriba/abajo, los bienes de arriba/los bienes de abajo, aspirar a los bienes de arriba y no a los de la tierra... Ese claro dualismo de fondo, esa esquizofrenia espiritual que quiere hacernos creer que estamos en esta tierra (abajo) desterrados, caídos de nuestro verdadero mundo, el mundo de arriba, al que tenemos que aspirar a volver, en el que seremos de nuevo manifestados en gloria tras nuestra muerte... es una visión de fondo, un supuesto que se cuela en las palabras de Pablo como «de rondón», sin siquiera ser mencionado, como una evidencia de fondo que ni siquiera hay que tematizar y discutir... Muchas personas con mentalidad realmente «de hoy», se sienten mal ante estos textos, y muchas veces ni siquiera pueden reaccionar en el nivel consciente, porque no descubren contra qué palabras explícitas podrían reaccionar, pero siguen sintiéndose mal.
Textos que ya van para dos milenios de antigüedad, y que llevan dentro -como una droga escondida no declarada- el platonismo del ambiente helenista en el que fueran concebidos y expresados, no son buenos para vehicular un mensaje que ha de ser entregado en la rapidez de una liturgia que no permite mayores esclarecimientos hermenéuticos. Tal vez mejor sería no abordarlos cuando no van a ser bien abordados. Pero en todo caso, los oyentes actuales tienen derecho a que los predicadores inteligentes digan una breve palabra que les tranquilice ante posibles malestares interiores. El mismo Pablo, misionero apasionado, sería el primero que hoy se quejaría de sus palabras no sean purificadas del dualismo platónico que él mismo respiró en su ambiente helenista pero que hoy es absolutamente inaceptable en nuestra visión moderna y ecocéntrica.

jueves, 22 de julio de 2010

Domingo XVII del Tiempo Ordinario

¡PIDAN Y SE LES DARA!


“Pidan y se les dará”, nos recomienda Jesucristo en el Evangelio” (Lc. 11, 1-13). Pero ¿significa esto que se nos dará todo lo que pidamos a Dios? Realmente no. Sucede que tendemos a fijarnos solamente en la frase del comienzo: “Pidan y se les dará”, y como que pasamos por alto lo que nos dice Jesús al final, con lo cual perdemos el verdadero sentido de la oración de petición.

Este texto viene narrado por San Mateo y San Lucas. Fijémonos cómo concluye Mateo esta recomendación del Señor: “... el Padre Celestial, Padre de ustedes, dará cosas buenas a los que se las pidan” (Mt.7, 11). Y San Lucas: “... el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Lc. 11, 13).

En efecto, sucede que son muchas las veces que pedimos cosas que no nos convienen y que no coinciden con lo que Dios, nuestro Padre, desea para nosotros sus hijos. “Piden y no reciben, porque piden mal (St. 4, 2)”, nos dice el Apóstol Santiago. Y San Pablo también insiste en esta idea: “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm. 8, 26).

Sucede que también tendemos a pasar por alto las palabras tan importantes del Padre Nuestro, oración que Jesús nos enseña justamente antes de decirnos “Pidan y se les dará”. El Señor nos enseña a rezar así: Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo”. Es por ello que el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que es necesario orar para poder conocer la Voluntad de Dios (CIC #2736); es decir, para poder pedir lo que está conforme a los planes de Dios, para poder pedir esas cosas buenas”, a las que se refiere San Mateo, para poder recibir esas gracias de santificación a las que se refiere San Lucas cuando dice que el Señor dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan”.

Por eso el Apóstol San Juan refiriéndose al mismo tema de la oración de petición escribe así: “Estamos plenamente seguros: si le pedimos algo conforme a su Voluntad, El nos escuchará” (1 Jn. 5,9). Nuestra oración de petición debe siempre estar sujeta a la Voluntad de Dios, como rezamos en el Padre Nuestro y como rezaba Jesucristo: “No se haga mi voluntad sino la tuya, Padre” (Lc. 22, 42 - Mc. 14, 26).

Realmente, la Voluntad de Dios se conoce a través de la misma oración. Por eso es importante establecer ese diálogo con el Señor, en el que tratamos de descubrir el misterio de su Voluntad. Cualquiera que sea el tipo o la modalidad de oración que usemos, si es un diálogo sincero de comunicación con Dios, en el cual buscamos conocer sus deseos y sus planes, para amarlo y para complacerlo, Dios nos va dando esas cosas buenas que El, como Padre infinitamente bueno que es, desea darnos para nuestro bien.

Dios a veces “parece” que no respondiera nuestras oraciones, pues -como Padre infinitamente Sabio y Bueno que es- nos da lo que realmente necesitamos y no lo que creemos necesitar. No nos da lo que le pedimos, sino lo que nos conviene. Y no nos da lo que le pedimos, porque nuestra petición la mayoría de las veces no coincide con su Voluntad.

Y su Voluntad va siempre dirigida hacia el mayor bien para cada uno de nosotros sus hijos. Y nuestro mayor bien es nuestra salvación eterna.

No nos equivoquemos: Dios siempre responde nuestra oración, pero no siempre en la forma como nosotros deseamos. No creamos, sin embargo, que no se cumplan nuestros deseos porque Dios no nos oye: nuestra oración siempre es escuchada por Dios. Dios no siempre nos da lo que queremos, pero siempre nos da lo que necesitamos.


Reynaldo Rodrigo Roman- Diaz. SVD



sábado, 17 de julio de 2010

Domingo XVI del Tiempo Ordinario


LA ACOGIDA

El texto de la primera lectura nos presenta una escena familiar. Abraham, sentado ante la tienda, recibe la visita del Señor. Abraham lo recibe con hospitalidad. Dios lo premia con la fecundidad de Sara.
Tres rasgos fundamentales caracterizan el texto: la fe de Abraham al reconocer al Señor. La hospitalidad con que se recibe al Señor y la familiaridad de Dios con Abraham y su familia. Es un bello ejemplo de la relación y acogida de Dios por el ser humano, la única posible para caminar.
Volvemos a encontrar en la segunda lectura de hoy el pensamiento de Pablo sobre el misterio de Dios y su revelación por medio de la predicación y lo que Pablo aporta a esa revelación por el sufrimiento. Cristo revela la riqueza de Dios en la pobreza de la cruz y el apóstol será el distribuidor de la misma a hombres y mujeres.
E n el Evangelio, Lucas nos presenta finalmente una anécdota perteneciente al fondo de las tradiciones recibidas por el evangelista en el círculo de sus discípulos, especialmente mujeres. Marta y María, hermanas de Lázaro, reciben en su casa al Señor.
El caso de Marta y María es aprovechado una vez más por Lucas para resaltar el valor de la escucha de la Palabra de Dios. Sin entrar en la teoría del valor de la contemplación sobre la acción, que se ha querido ver en las dos actitudes opuestas de Marta y María, lo cierto de la anécdota es que el Reino de Dios no puede dejarse distraer por una preocupación demasiado exclusiva por las realidades terrenas. Por otra parte escuchar la Palabra de Dios es todo, menos ocasional.
Nos encontramos con un cuadro familiar en el que Jesús visita en su casa a unas amigas suyas. Ellas, Marta y María lo reciben en su casa. Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio para atender al huésped, y Jesús la reprende porque anda inquieta “con tantas cosas”.. Marta no encuentra la colaboración de nadie. La hermana, en efecto, se ha sentado a los pies de Jesús y está ocupada completamente en la escucha de su palabra.
El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil direcciones “del ama de casa”. ¿Cuál es, pues, el error de Marta? El no entender que la llegada de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay que perder, y por consiguiente la necesidad de sacrificar lo urgente a lo importante.
Pero el desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste respecto a la postura asumida por la hermana. María, frente a Jesús, elige “recibirlo”, Marta, por el contrario, toma decididamente el camino del dar, del actuar; María se coloca en el plano del ser y le da la primacía a la escucha.
Marta se precipita a “hacer” y este “hacer” no parte de una escucha atenta de la palabra de Dios, y consiguientemente se pone en peligro de convertirse en un estéril girar en el vacío. Marta se limita, a pesar de todas sus buenas intenciones, a acoger a Jesús en casa. María lo acoge “dentro”, se hace recipiente suyo. Le ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que ha sido dispuesto por él, y que está reservado para él. Marta ofrece a Jesús cosas, María se ofrece a sí misma.
Según el juicio de Jesús, María ha elegido inmediatamente, “la mejor parte” (que, a pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil moverse que “entender la palabra”). Marta, desgraciadamente, que no quiere que falte nada al huésped importante, que pretende llegar a todo, deja pasar clamorosamente “la única cosa necesaria”. Marta reclama a Jesús, no sabe lo que él quiere. El problema es precisamente éste: descubrir poco a poco qué es lo que quiere Jesús de mí. Por eso es necesario parar, dejar el ir y venir y sacar tiempo para escuchar la Palabra de Jesús y comprender cuál es realmente la voluntad de Dios sobre mi vida.
En este sentido, El el evangelio de Lucas el camino de Jesús a Jerusalén marca una progresiva manifestación del Reino. A medida que avanza va formando a los discípulos y discípulas en actitudes de misericordia, de abandono de las pretensiones de poder, y en la atenta escucha de la Palabra. En ese camino, al igual que los misioneros que han venido anunciando su presencia, Jesús es recibido por dos mujeres en una casa de familia.
Allí se topa con dos actitudes diferentes. Una de total atención y escucha, la otra, de afán por los quehaceres habituales y de distracción. El trajín de la vida cotidiana había atrapado a Marta y, probablemente, la había vuelto sorda a la Palabra de Dios. Ella recibe a Jesús pero no lo escucha. Aunque Jesús entra a su casa, ella lo deja por puertas. Jesús propone un plan encaminado a formar verdaderos oyentes de la Palabra -auténticos discípulos- que Marta no está dispuesta a atender.
María, al contrario, comprende bien el proyecto de Jesús y rompe con los prejuicios culturales de su época. En lugar de andar atareada con los oficios domésticos “propios de las mujeres” (las “labores propias de su sexo”, como se ha dicho y pensado durante tanto tiempo), se pone “a los pies del Señor para escuchar su palabra”. Este gesto, reservado entonces culturalmente a los discípulos varones, la acredita como discípula.
Marta, al fatigarse con el interminable trabajo de la casa, cuestiona la contradictoria actitud de María e interpela al Maestro para que "ponga a la mujer en su sitio". Jesús le da una respuesta inesperada: felicita a María porque ha acertado en su elección y reprende a Marta por dejarse envolver en las preocupaciones cotidianas sin atender a lo importante. Efectivamente, María ha hecho la mejor opción, la única necesaria para ponerse en el camino de Jesús y ser su discípulo: ha decidido aprender a escuchar la Palabra y se deja interpelar por la presencia del Maestro.
En su camino Jesús va formando, pues, a sus seguidores en las actitudes indispensables para llegar a ser verdaderos discípulos. Una de esas actitudes es la de escuchar atenta y serenamente su Palabra. Actitud que exige romper con el ritmo loco e interminable de la vida cotidiana para ponerse, serena y atentamente, a los pies del Maestro. Esta elección que a los ojos de la eficiencia puede parecer superficial e inútil, es una condición fundamental para llegar a ser un auténtico discípulo.
Nosotros hoy nos enfrentamos a un ritmo de vida más agitado que el de épocas anteriores. Los medios proporcionados por la tecnología para ahorrar tiempo... también multiplican las ocupaciones y acaban haciéndonos caer en un activismo desenfrenado. Y el exceso de preocupaciones nos lleva a olvidarnos de lo fundamental...
Nuestro cristianismo se convierte así en un tímido cumplimiento de algunas obligaciones religiosas, sin espacio para la escucha de la Palabra. Se nos exhorta, se nos bombardea continuamente con mensajes que nos invitan a ser "eficaces, productivos y competitivos"... Pero con Marta y María, Jesús nos interpela y nos llama a respetar la jerarquía de valores y a poner en su sitio la "opción por lo fundamental": ponernos a sus pies y escuchar su palabra. Jesús nos invita a que nuestro cristianismo sea un verdadero discipulado.
Para aprender la lección del Maestro, debemos formarnos en la escucha atenta de la Palabra en la Biblia y en la vida. La Biblia no puede permanecer guardada en un cajón mientras nosotros nos ahogamos en el interminable torbellino de los quehaceres cotidianos. La Palabra de Dios está hecha para caminar con nosotros paso a paso, día a día, minuto a minuto. Para enseñarnos a vivir en comunidad la solidaridad que hace efectivo aquí y ahora el reinar de Dios. Para ayudarnos a escuchar la Palabra que Dios nos dirige en la difícil realidad de nuestros pueblos: en las inhumanas condiciones de las grandes ciudades, en la soledad y el aislamiento de los campos. Debemos pues optar por las actitudes que nos conviertan en verdaderos discípulos de Jesús y auténticos cristianos.

Reynaldo Rodrigo Roman-Diaz. SVD

sábado, 10 de julio de 2010

XV Sunday of the Year



THE GOOD SAMARITAN: THE TESTING OF CHARACTER

According to Tolstoy, a drama does not tell us the whole of a person´s life. What it does is a place a person in a situation. Then, from the way the person deals with that situation, his or her character is revealed to us.

This is precisely what Jesus does in his story. He places the priest, the Levite, ant the Samaritan in a situation. They are faced with a decision: to stop and help the wounded man, or to continue on about their own business? There is no escape for them, and no place to hide. They have to commit themselves one way or another. The priest and the Levite decide to pass by; the Samaritan decides to stop and help.

Crisis does not create the character, it merely reveals it. In times of crisis people reveal what is already inside them – the generous person or the selfish person, the hero or the coward. One moment or event may cause a person to reveal his essential being. The encounter with the wounded man was such a moment for the priest, the Levite and the Samaritan.

What did it reveal about the characters of the priest and the Levite? It reveals a very damming thing, namely, that they were self-centred persons. They would not put themselves out to help another person. When the crunch came, they put themselves first.

And what did it reveal about the character of the Samaritan? A very admirably thing, namely, that he was caring person. He was the kind of a man who could not pass another human being in pain without wanting to relieve the pain.

Life is continually testing us. Every day we are tested in little ways, and now and again in big ways. These tests reveal the kind of people we are –fundamentally unselfish people, or fundamentally selfish people.

Big opportunities are rare, and a few could perform them. But we get many small, less spectacular opportunities to show care and concern for another human being in need.

The extend of our virtue is determined, not by what we do it extraordinary circumstances, but by our normal behaviour. It is modest, everyday incidents rather than extraordinary ones that most reveal character. Every little action shapes our character.


Yours in the Word,

Reynaldo Rodrigo Roman-Diaz. SVD

jueves, 8 de julio de 2010

Domingo XV del Tiempo Ordinario

¿QUIEN ES NUESTRO PROJIMO?

Jesús quería que la ley del amor primara sobre la ley del culto y sobre los propios intereses.

La mentalidad judía del tiempo de Jesús, absorbida por el legalismo, se había convertido en una conciencia fría, sin calor humano, a la que no le importaban las necesidades ni los derechos del ser humano. Solo se hacía lo que permitía la estructura legal y rechazaba lo que prohibía dicha estructura. El legalismo impuesto por la estructura religiosa era la norma oficial de la moral del pueblo. Se había llegado, por ejemplo, a establecer, desde la legalidad religiosa, que la ley del culto primaba sobre cualquier ley, así fuera la ley del amor al prójimo. Esto asombraba y preocupaba a Jesús pues no era posible que en nombre de Dios se establecieran normas que terminaran deshumanizando al pueblo.

Este era el contexto en que nació la parábola del buen samaritano: un hombre necesitado de ayuda, caído en el camino, más muerto que vivo, sin derechos, violentado en su dignidad de persona, es abandonado por los cumplidores de la ley (sacerdotes y levitas) y en cambio es socorrido por un ilegal samaritano (que no tenían buenas relaciones con los israelitas). Jesús hizo una propuesta de verdadera opción por los derechos de ese ser humano caído, condenado por las estructuras sociales, políticas, económicas y religiosas que aparecen excluyentes (estructuras que se encargan de no respetar los derechos de las personas y no les permitan vivir en libertad y en autonomía). Jesús quiere decirnos cómo la solidaridad es un valor que hay que anteponer no solo a la ley del culto, sino también a la misma necesidad personal, buscando el bienestar social y comunitario, la defensa de los derechos de tantos y tantas que viven en situaciones de falta de solidaridad y de reconocimiento de sus derechos, nos hace pensar en la opción por continuar el camino de compromiso y de trabajo en nuestras comunidades y organizaciones, desde el compromiso solidario con los hermanos y hermanas que están caídos en el camino, por el no reconocimiento de sus derechos.

La parábola es todo menos un juego de palabras bonitas, es algo más que una pieza literaria de la antigüedad. Es una constante interpelación para hoy.

Sólo Lucas nos conserva en su evangelio esta parábola.

Este texto, tan ampliamente conocido en la liturgia, se inicia con una pregunta de un maestro de la ley, o letrado, frente lo que hay que hacer para ganar la vida eterna.

Jesús, a su vez, le devuelve la pregunta para que el letrado la busque en su especialidad, él tiene la respuesta en la ley... El letrado, citando de memoria Dt 6,5 y Lv 19,18, hace una apretada síntesis del sentido frente a los 613 preceptos y obligaciones que se alcanzaban a contar en la cuenta de los rabinos, para responder en dos que son fundamentales: Amar a Dios y al prójimo... Jesús aprueba la respuesta..

El letrado interroga nuevamente, pues en el Levítico el prójimo es el israelita y en el Deuteronomio se reserva el título de hermanos únicamente para los israelitas...Jesús, en lugar de discutir y entrar en callejones sin salidas, no busca plantear nuevas teorías e interpretaciones frente a la ley antigua y su práctica, sino que propone una parábola como ejemplo vivo de quién es el prójimo.

Podemos contemplar en la parábola los personajes y sacar de allí las consecuencias de enseñanza para el día de hoy: un hombre (v 30) anónimo que es víctima de los ladrones y cae medio muerto en el camino; un samaritano (v 33) un medio pagano – o tal vez un pagano completo- cuyo trato y relación con los judíos era casi un insulto a sus tradiciones; un sacerdote (v 31) y un levita (v 32), la contraposición y la diferencia entre dos rangos de poder religioso, pues el levita era un clérigo de rango inferior que se ocupaba principalmente de los sacrificios, “testimonios” de un culto oficial y de los rituales a seguir en la religión establecida.

La relación entre cada uno de los personajes de la parábola es distinta: el sacerdote y el levita frente al hombre caído en el camino no se basa en el plan de la necesidad que tiene este último, sino en el de inutilidad que presentaría ante la ley y el desempeño del oficio, el prestarle cualquier atención al hombre caído, impediría a estos representantes del culto oficial poder ofrecer los sacrificios agradables a Dios. El samaritano, por el contrario, no encuentra ninguna barrera para prestar su servicio desinteresado al desconocido que está tendido y malherido, que necesita la ayuda de alguien que pase por ese camino. El samaritano únicamente siente compasión por la necesidad de ese hombre anónimo y se entrega con infinito amor a defender la vida que está amenazada y desposeída.

Prójimo, compañero, dice Jesús en esta parábola, debe ser para nosotros, en primer lugar el compatriota, pero no sólo él, sino todo ser humano que necesita de nuestra ayuda. El ejemplo del samaritano despreciado nos muestra que ningún ser humano está tan lejos de nosotros, para no estar para no estar preparados en todo tiempo y lugar, para arriesgar la vida por el hermano o la hermana, porque son nuestro prójimo.

El prójimo hoy en día puede ser alguien que pertenece a la propia familia o comunidad y lo tenemos marginado; o es un drogadicto, un enfermo, un aciano o millones de rostros emigrantes o refugiados y pobres del mundo. Preocupémonos por ellos y acerquémonos a su situación y viviremos el evangelio.

Reynaldo Rodrigo Roman-Diaz. SVD