sábado, 27 de noviembre de 2010

Primer Domingo de Adviento

ESTEN PREVENIDOS...

Hoy comienza el «año litúrgico», que no coincide con el año civil, ni con el curso lectivo, ni tal vez con el «ejercicio económico anual» de tal ramo de empresas... El año litúrgico es una periodización propia de la Iglesia católica.

Comienza con el tiempo de «adiviento», uno de los varios que lo componen... «Ad-viento», apócope de «advenimiento», significa venida, y alude a la venida de Cristo, que, bíblicamente hablando, son dos: la que ya tuvo lugar, que celebraremos en Navidad, y la futura, la llamada «segunda venida» de Jesús, «en poder y majestad», que pondrá fin al mundo, inaugurará el «juicio final» o «juicio de las naciones», y abrirá la era definitiva, el «nuevo eón», la vida eterna beatífica para los salvados, y el sufrimiento en el infierno para los condenados. Todo ello, dicho en el lenguaje clásico tradicional, para situarnos.

Pero, ¿qué creemos realmente de todo ello? ¿Qué creemos de todo ello sólo simbólicamente, evocando otro significado que el literal?

Los dos últimos capítulos del evangelio de Mateo forman el llamado «discurso escatológico» de Jesús. El evangelista pone, agrupa en su boca los dichos «escato-lógicos», o sea, los que se refieren al final (del mundo). Ya sabemos hermenéutica bíblica y no vamos a entrar en el tema de la historicidad de esos dichos en cuanto efectivamente dichos por Jesús. Bien pudiera ser que Jesús expresara estas u otras ideas semejantes, porque Jesús estuvo inmerso en la mentalidad religiosa y cultural de su época -igual que dijo que Dios «hace salir el sol» sobre justos y pecadores, porque participaba de la visión cosmológica precopernicana-. Pero la pregunta importante para nosotros es: ¿debemos creer nosotros hoy la «descripción del final» propia de esa visión apocalíptica? ¿Creemos efectivamente que Jesús vendrá de nuevo, tal vez pronto, y con semejantes consecuencias?

El popular Richard DAWKINS, que se ha hecho muy popular con su combate crítico a las creencias religiosas, confiesa que queda «abatido alconstatar que el 50% de los estadounidenses cree que el mundo tiene apenas 6 mil años», y añade: «La única superpotencia mundial actual está a punto de ser dominada por electores que creen que el universo entero comenzó después de la domesticación del perro. Creen también que serán personalmente ‘arrebatados’ a las alturas celestrianes todavía en el tiempo de su vida, hecho que será seguido por un Armagedón muy bienvenido como heraldo de la segunda venida de Cristo». Sam HARRIS por su parte (Letter to a Christian Nation), aduciendo encuestas del Instituto Gallup, sustiene que «nada menos que el 44% de la población estadounidense está convencida de que Jesús va a volver para juzgar a los vivos y a los muertos, en algún momento de los próximos cincuenta años». «Imagine usted las consecuencias, si algún miembro significativo del gobierno estadounidense realmente creyese que el mundo está pronto a acabar de esta manera... El hecho de que casi la mitad de la población de EEUU crea en eso, en base simplemente a un dogma religioso, debe ser considerado una emergencia moral e intelectual». Dawkins, que prologa el libro de Harris, añade que hablar de una «emergencia moral e intelectual» tal vez es muy moderado.

Efectivamente, aunque hayamos olvidado historias pasadas de los muchos movimientos milenaristas de siglos pasados, hoy sabemos bien de consecuencias terribles actuales de las creencias religiosas que derivan en violencia y terrorismo por motivaciones religiosas verdaderamente apocalípticas, tanto de un signo como de otro. Las creencias religiosas, sobre todo su interpretación, no son un mero «asunto privado» de cada quien. Qué crean los norteamericanos electores del gobierno de la mayor potencia militar del mundo, para mí no es simplemente un «asunto privado» de ellos. Qué crean y piensen sobre el final del mundo y sobre la intervención y el dominio que Dios tiene sobre nuestro modo de gestionar este mundo, no es un asunto religioso privado del que la sociedad no deba preocuparse, porque, en determinadas circunstancias, puede llegar a ser verdaderamente «una emergencia moral e intelectual». Pensemos también en la cantidad de creyentes de pequeñas iglesias «libres» que se multiplican entre masas de población que viven en sectores de pobreza o miseria, y en las creencias fundamentalistas que difunden... ¿No son realidades de interés público, tal vez de salud pública, o incluso de «emergencia moral e intelectual»?

Casi con toda seguridad, los lectores de este comentario bíblico no están en esas penosas situaciones religiosas que acabamos de aludir. Pero es bien probable que no sepan bien qué decir ante el evangelio de hoy: ¿seguimos creyendo en una «segunda venida de Cristo»? Probablemente no creen en su inminencia, ni en su carácter «apocalíptico», ni en Armagedón y sus amenazas... pero no han decidido si seguir creyendo o no en «la segunda venida de Cristo». Mientras no lo decidan críticamente -mientras no personalicen su fe, en ese sentido- seguirán creyendo con la creencia tradicional (confiarán una parte importante de suvida a esa creencia), de que lo más profundo de la realidad es que es el plan de un Dios que quiso crearnos y ponernos una prueba, y que esa «segunda venida» será el paso a la definitiva vida eterna. Eso es lo que significa la «segunda venida».

Ocasiones como ésta, del domingo que inaugura el Adviento (advenimiento, venida), que pone ante nuestros ojos meditativos esa segunda venida, son, deberían ser, una ocasión para «coger el toro por los cuernos» y abordar estos temas, sin contentarse con darles en la homilía simplemente varios «pases» litúrgicos que lo utilizan simbólicamente, sin responder ninguna de las preguntas que pasan por la mente de los oyentes.

La esperanza ha sido considerada clásicamente como la virtud típica del Adviento, la dimensión de nuestra vida en la que meditar, la fuerza personal que cultivar especialmente en estas cuatro semanas. Como el pueblo de Israel y tantos otros pueblos vivieron la historia como un caminar iluminado por la esperanza del encuentro con Dios, el adviento nos invita a considerar nuestra vida como un caminar que no podemos sobrellevar sino con la fuerza de la esperanza. ¿Cuál es el peso de la esperanza en nuestra vida?

Tal vez, en el ambiente de nuestra ciudad o de los medios de comunicación... ya se ha instalado la publicidad navideña. Para el comercio, adviento significa bombardeo publicitario prenavideño, una navidad que, para ellos, no sería tal sin un aumento del consumo en todos los campos. Un cristianismo coherente no debe caer en en la trampa del mensaje de tanto signo aparentemente religioso que lo que pretende es solamente hacernos consumir.

La primera lectura, de Isaías, una de cuyas frases -la de la conversión de las lanzas en podaderas- fugura en el vestíbulo del edificio de las Naciones Unidas en Nueva York, expresa bien la dimensión terrena de la utopía de esperanza que animaba a los profetas: un mundo reconciliado, en la paz de la convivencia y el trabajo, superadas las guerras y las preparaciones para las guerras -los arsenales de armas y las maniobras militares-. Por ser parte del Primer Testamento, a Isaías le falta la visión universalista: ni el «final» ni mucho menos el «fin» sean que la Humanidad caminen hacia el monte de Sión, sino simplemente hacia la Utopía de Dios, sea cual sea el monte sagrado de su religión.


REYNALDO RODRIGO ROMAN-DIAZ. SVD