sábado, 30 de julio de 2011

LA IGLESIA FRENTE A LA CULTURA POSTMODERNA


La iglesia frente a la cultura posmoderna


Para estudiar la posmodernidad ante todo debemos entender que la Nueva Era es la respuesta religiosa a la caída del modernismo como movimiento filosófico. Con esto en mente, consideraremos sucintamente el desarrollo y posterior deterioro del modernismo en sus aspectos filosóficos y religiosos, para luego analizar de qué manera la Nueva Era se instala en nuestra sociedad presente.

Desde el modernismo a la posmodernidad

Desde siempre, calibrar dos conceptos antagónicos ha sido una tarea difícil. El debate modernidad-posmodernidad tiene que ver con lo científico, pero también alcanza, entre otros, a la política, la economía, la educación, la ética, y la religión. Posmodernidad es un término que se hizo famoso en los años 80, y a partir de allí nos fuimos acostumbrando al término que, sin embargo, no siempre resulta totalmente claro, pues el pasaje de una concepción filosófica a otra es un tiempo de profunda incertidumbre.


Uno de los filósofos más reconocidos en el tema es el francés Jean-Francois Lyotard quien, a través de su libro La condición posmoderna, sostiene que al mismo tiempo que se avanza a la llamada edad posindustrial, la cultura entra en la edad posmoderna. La posmodernidad sería, entonces, la cultura que correspondería a las sociedades posindustriales, sociedades que se habrían desarrollado en los países capitalistas avanzados a partir de los años 50 sobre la base de la reconstrucción de la posguerra.1


La posmodernidad debe analizarse en relación con la "modernidad", ya sea que se la considere como punto de partida, de continuidad o de superación. Por lo tanto, para poder entender la posmodernidad primero debemos comprender qué fue y cómo se desarrolló la modernidad.


Juntamente con el desarrollo del capitalismo, la modernidad se había gestado en Europa en las ciudades comerciales de la Baja Edad Media; así también se había originado el Renacimiento artístico de los siglos XV y XVI. Mientras tanto, en el área religiosa se desarrolla la Reforma Protestante. Ésta, al defender la libre interpretación de la Biblia, posibilita el desarrollo del individuo. La Reforma es seguida por una serie de cambios como la Contra-Reforma, las guerras de religión, y la ruptura política y religiosa de Europa Occidental, que llevan a una crisis de la concepción medieval del mundo centrada en Dios y a considerar al ser humano como una criatura trascendente cuyo auténtico destino es la salvación de su alma. La modernidad va a elaborar una concepción más bien antropocéntrica, menos religiosa y más profana, para la cual la auténtica vida es la terrenal y el cuerpo recupera su lugar al lado del alma.2 La época moderna fue profundamente configurada por la revolución científica y el consecuente desarrollo de las ciencias experimentales. En esta tremenda aventura, el hombre moderno fue cobrando conciencia de sus propias capacidades creadoras y manipuladoras de la naturaleza.


Todo este cambio lleva a cuestionar no tan sólo a la Iglesia, sino también a la Biblia misma. Es en este contexto que Descartes comienza a utilizar "la duda" como la herramienta hermenéutica para desarrollar su filosofía. Hasta ese momento el conocimiento tradicional había demostrado no ser muy firme; por lo tanto, es necesario "empezar de nuevo, desde los fundamentos". Para esta tarea es que necesita un método; el elemento esencial de ese método es, justamente, "la duda". Descartes duda de todo y en ese momento aparece como un escéptico, pero profundizando en la duda descubre que en tanto que duda y piensa, existe. Su famoso "Pienso, luego existo", se constituye en la primera verdad. A partir de Descartes el hombre se ubica en el centro del universo, y su preeminencia será el signo fundamental de casi toda la modernidad. Mientras que en el resto de Europa el racionalismo crece, Inglaterra transita los caminos del empirismo.


Tanto el racionalismo francés como el empirismo británico, juntamente con el desarrollo de las ciencias, nutren al iluminismo del siglo XVIII. Esta corriente de pensamiento empírica defiende una razón que se apoya en la experiencia.


En aquel contexto la educación comenzó a tener un papel predominante, llegándose a decir que los conocimientos llevarían a nuestros nietos, siendo más instruidos, a ser más virtuosos y felices. En el aspecto religioso, si bien los ilustrados no son ateos, está muy extendida una religión natural o deísmo, que luego en el posmodernismo encontrará cabida en una concepción animístico-oriental. Asimismo, las ideas éticas conforman una parte importante en el desarrollo de la modernidad.


Quebrada la unidad religiosa como consecuencia de la Reforma y las guerras de religión del siglo XVII, la religión pierde fuerza como elemento conglomerante en relación a lo moral y lo ético, cediendo terreno entre los ilustrados a una concepción que busca principios racionales en lugar de religiosos. Toda la filosofía gestada en los siglos XVII y XVIII presentó una alternativa a la cosmovisión cristiana, hasta aquel momento predominante, y se tradujo en instituciones y pautas concretas de conducta que orientaron la vida de los hombres en todo el mundo.


En la segunda mitad del siglo XIX el pensamiento de Federico Nietzsche guiará la crítica a la filosofía occidental, a la moral por su antinaturalidad y a la religión por coercitiva. La religión, decía Nietzsche, nace del miedo y conduce a la pérdida del sentido de la vida, la pérdida de los instintos, proponiendo una filosofía que atenta contra los instintos de la vida.


Su concepción de "Dios ha muerto" se convierte en el fruto de la modernidad. Para que el hombre siga viviendo, Dios debe morir. A través de la experiencia del antropocentrismo del Renacimiento, del racionalismo a partir de Descartes, del poder del pueblo con la ilustración y del auge de la ciencia con el positivismo, no hay lugar para Dios en la cultura moderna, que es una cultura secularizada. Hemos matado a Dios.


Como resultado de la muerte de Dios, el hombre moderno ha llegado al nihilismo, que significa falta de metas, falta de respuestas a los porqués que se habían respondido desde Dios. Nos hallamos perdidos. No hay posibilidad de obrar a partir de un fundamento sólido 3. Hay una falta total de absolutos y todo se transforma en relativo y, por lo tanto, incierto.


Como resultado del resquebrajamiento de los ideales forjados en el Iluminismo, la posmodernidad sería la época del desencanto, del fin de las utopías, de la ausencia de los grandes proyectos que descansaban en la idea del progreso. Dicho desencanto se produce porque se considera que los ideales de la modernidad no se cumplieron, menos aún si se entiende que dichos ideales eran universalistas, es decir, que debían valer para toda la humanidad. No hay cabida para las cosmovisiones totalizantes; estamos en la cosmovisión de bricolage.4


Lyotard peyorativamente denomina "grandes relatos" a los proyectos o utopías cuya finalidad era legitimar, dar unidad y fundamentar las instituciones y las prácticas sociales, políticas, religiosas, etcétera. Uno de esos grandes relatos, que él denominaría también "mito o leyenda", es el "mega-relato" de la cristiandad. Para él, esos "mega-relatos" han entrado en crisis y han sido invalidados en el curso de los últimos cincuenta años. La definición de Lyotard de los "grandes relatos" es inaceptable en cuanto a la historia bíblica pues ésta no es un mito o leyenda sino la mismísima historia salvífica del hombre, fundamentada en dos absolutos no negociables: Dios mismo y su Palabra dada a los hombres, inspirada por Dios, que ubica al hombre en su contexto histórico pasado, presente y futuro.


Takeshi Umehara, posiblemente el filósofo japonés contemporáneo más destacado, se pregunta: "¿Es tan difícil, hoy en día, ver que la modernidad, por haber perdido su relación con la naturaleza y el espíritu, no es otra cosa que una filosofía de muerte?"5. Este comentario de Umehara conecta claramente a la posmodernidad con la concepción oriental de la Nueva Era.


Una razón fundamental de la resurgencia de la religión es que la pobre percepción del Iluminismo en cuanto a la racionalidad ha probado ser un fundamento débil sobre el cual construir la propia vida. La estructura objetivista impuesta sobre la racionalidad ha tenido un efecto contraproducente en la búsqueda humana. Cuando la racionalidad falla como base firme, abre la puerta a todo tipo de religiones, cuanto más amorfas, mejor; y la falta de consistencia teológica permite la entrada al "vale-todo" y a la "sinrazón". La metáfora, el símbolo, los rituales, las señales y los mitos –por mucho tiempo ridiculizados por aquellos interesados únicamente en expresiones racionales y exactas– hoy están siendo rehabilitados.


La posmodernidad no sería un proyecto o un ideal más sino, por el contrario, lo que queda del derrumbe de las ideologías a partir del fracaso del modernismo.


El concepto cartesiano que había puesto al individuo en la cúspide de sus posibilidades abre las puertas del individualismo hasta el nivel del egoísmo. Sin embargo, el individualismo sin sentido de trascendencia de ningún tipo lleva al fracaso de la filosofía cartesiana y abre sus puertas a un concepto mutualista, interpersonal, oriental, que conlleva un claro sabor a Nueva Era. Como consecuencia de la pérdida de los grandes ideales del Iluminismo, el hombre posmoderno ha perdido, entre otras cosas, la conciencia del esfuerzo como medio de lograr metas. Hoy se nos propone la cultura de lo instantáneo: café instantáneo, silueta instantánea, aprendizaje instantáneo, y hasta espiritualidad instantánea. La gente quiere todo aquí y ahora, sin pensar en metas futuras producto de la dedicación, el esfuerzo y la constancia.


En la sociedad posmoderna todo es relativo y no hay lugar ni tiempo para lo que requiere voluntad y compromiso. Es la era de los feelings: "nada es verdad ni mentira", todo se diluye. Es, según el sociólogo Juan González Anleo, la religión light: un tipo de religiosidad caracterizada por su ausencia de dramatismo, su incoherencia doctrinal, su talante asistemático (las creencias no se traducen necesariamente en normas para el comportamiento personal y sus ritos no exigen un soporte institucional), su declaración de independencia en el terreno de los compromisos personales, éticos, etcétera. Es ésta, pues, una práctica lejana de una religión "que impone exigencias y normas de pertenencia y que reclama un compromiso afectivo y efectivo con la Iglesia".6


La crisis del individuo en los tiempos modernos también es aprovechada para revitalizar concepciones orientalistas, de tipo holístico y naturalistas. Según ellas, la armonía del hombre con la naturaleza se lograría a través de una suerte de disolución del individuo en el cosmos, quien ya no habría de proponerse dominar la naturaleza sino, más bien, insertarse en ella como un ente más para vivir en paz con los otros hombres, las otras especies vivas y el equilibrio con todo el medio ambiente. Muchos planteos ecologistas se inscriben en esta línea de pensamiento y constituyen un lugar común en el pensamiento de vastos sectores.7


Los seres humanos no podemos vivir sin significado, propósito ni esperanza; pero cada vez es menos aceptada la idea posmilenial en cuanto a que un día el mundo será mejor y todas las cosas empezarán a funcionar, caminando juntos y felices hacia el Reino de Dios que, casi imperceptiblemente, entrará a nuestra realidad. Desgraciadamente, esa idealización de un planeta con igualdad de condiciones no se está cumpliendo. La diferencia entre Norte y Sur es cada vez más notoria, y la brecha entre los países desarrollados con los emergentes se profundiza más y más sin vislumbrarse ninguna salida coherente.


Si la fe en Dios fracasa, su lugar es tomado por otros dioses: los poderes de la naturaleza, la razón, la ciencia, la historia, la evolución, la democracia, la libertad individual y la tecnología. O por otras manifestaciones de la religión secular, como la ideología.


La era moderna había propuesto primero la religión y luego la ciencia como ejes para conseguir las metas buscadas. El siglo XX cuestiona ambas y ya no parecemos poder alcanzar ningún tipo de metas.


"Los principios del modernismo ya están agotados y, en consecuencia, aquellas sociedades que se encuentren erigidas sobre las bases del modernismo están destinadas al colapso"8. Para Umehara la alternativa es un posmodernismo, que no es otra cosa que la antigua concepción oriental de la Nueva Era, evidenciada a través de una propuesta doble: el mutualismo y el carácter cíclico o, dicho de otra manera, la armonía interpersonal y la doctrina animístico-oriental de la reencarnación.


Es claro que frente al desorden establecido se está produciendo un reencantamiento del mundo, por vía de una trivialización de lo religioso que lo sitúa en horóscopos, ufologismos o búsqueda de experiencias místicas por los caminos de oriente.


Los nuevos movimientos sociales juveniles (pacifismo, ecologismo, etc.) presentan aspectos filosófico-religiosos: algunos tienen referencias explícitas a las confesiones tradicionales; en otros laten viejas resonancias de izquierda; todos están recorridos por un utopismo para-religioso de armonía y solidaridad mundial con los hombres y la naturaleza. En algunos aparece una nueva sensibilidad que reivindica planteamientos éticos con pretensiones de universalidad, que implican una visión del mundo, de la sociedad y del hombre que rompen con el presentismo dominante y la cerrazón ante las preguntas metafísicas.9


En el mundo moderno todo fue desacralizado en nombre de la ciencia. En el mundo posmoderno todo fue sacralizado nuevamente, resultando en una sacralización que no es tal. Cuando todo es sagrado, nada lo es. La religión posmoderna muestra, como el tango de Discépolo, a la Biblia junto al calefón.


Todo esto no nos debe llevar al pesimismo y a la desesperación. Alrededor de nosotros hay mucha gente en busca de un nuevo significado de la vida. Este es el momento cuando la iglesia cristiana nuevamente puede presentar una visión correcta del Reino de Dios. No podemos aceptar la visión de que la única tarea de la iglesia es proveer un lugar para los individuos en algún sector privado donde puedan gozar de una seguridad religiosa interior, pero que no les requiere desafiar las ideologías que regulan la vida pública de las naciones. El privilegio de la vida cristiana no puede ser entendido aparte de sus responsabilidades 10. Debemos, sin ninguna duda, invadir la cultura posmoderna supersacralizada, animista, sincretista, y permearla con la verdad bíblica. Debemos enfrentar nuestra cultura con un evangelio que cambie vidas a través de nuestra prédica y de nuestras propias vidas plenas del evangelio liberador de nuestro Señor Jesucristo.


Nunca olvidemos que sin importar lo que el Posmodernismo y la Nueva Era traten de comunicar, aquel vacío interior en el corazón del hombre que mencionara San Agustín permanecerá así hasta tanto el hombre halle la plenitud de Dios en Jesucristo.



Juan Terranova, hijo, es argentino, tiene un Masters en Misionología y trabaja con Sociedades Bíblicas en Argentina.

viernes, 29 de julio de 2011

PASTORAL PENITENCIARIA


ENTRE REJAS
Rara es la persona que no se conmueve cuando oye hablar de cárceles, prisiones, detenciones,
penitenciarias, calabozos.
Nos viene a la mente lugares tristes, a veces sucios, oscuros, y peligrosos. Tanto el cine como abundantes novelas nos han presentado unas visiones totalmente distorsionadas de las prisiones.
Son lugares donde residen seres humanos que, viviendo circunstancias límite en sus vidas faltaron a sus deberes ciudadanos haciendo daño a otros.
Y nuestra sociedad, esa sociedad muchas veces cínica e injusta, separa del vivir habitual a esos seres humanos.
Los llamamos presos y los consideramos casi siempre que son mala gente. Puede que en tanta prisión haya alguna mala gente.
Pero dígame una cosa, José, el hijo de Jacob, quien estuvo en prisión por negarse a los Caprichos de una mujer ¿era mala gente?
Sansón, el héroe bíblico terror de los filisteos, ¿era mala gente porque estuvo en la cárcel?
Pedro, el amigo de Jesús, quien traiciona a su maestro,
fue encarcelado en Jerusalén y por eso ¿era mala gente?
O el mismo Saulo de Tarso, el fariseo fanático, quien cambiara de nombre y lo conocemos ahora como San Pablo, ¿era también mala gente? Y por último Juan El Bautista, podríamos decir que fue preso político, ¿también era malo? Todos ellos estuvieron algún momento encarcelados.
Podríamos citar infinidad de nombres de seres humanos quienes por una razón u otra pasaron por una celda en algún momento de su vida.
¿Por qué les cuento estas historias? Pues muy sencillo, porque en Descubriendo el Siglo XXI hemos llegado a la conclusión que no es suficiente hablar de los presos, rezar por ellos, tener un saludito de vez en cuando en nuestros programas.
Necesitan sentirnos, necesitan nuestra cercanía. En base a eso he decidido irme a la cárcel a acompañar a nuestros hermanos "Privados de Libertad". Después de largos trámites he logrado la autorización del Estado de New York para visitar como capellán voluntario nuestros hermanos "Privados de Libertad" y que viven en el sistema carcelario de la ciudad. No sé qué cárcel me asignarán. Espero saberlo pronto.
Ah, pero eso sí, no voy solo. Iré, si Dios .
quiere, con todos ustedes. Voy a ser su presencia entre nuestros hermanos. Vamos a ponerlo de esta otra manera: Descubriendo el Siglo XXI abre un nuevo frente en su trabajo con la comunidad, la presencia física en los correccionales. Para ello manda al Padre Tomás a la cárcel para acompañar a los hermanos "Privados de Libertad". No hacemos nada extraordinario. Tratamos de poner en práctica las obras de misericordia y de vivir el evangelio: Estuve en la cárcel y vinieron a verme. ¿Cuento con ustedes? ¿Con sus oraciones? También pueden ayudarme con su apoyo económico para conseguir biblias, rosarios, libritos de oración, etc. Con su cariño?
Descubriendo El Siglo XXI
Padre Tomás Del Valle-Reyes
330 West 38 Street Suite 503
New York, NY 10018
Tel-212-244-4778

XVIII SUNDAY OF THE ORDINARY TIME



THE MIRACLE OF GENEROSITY.

Mother Teresa told how she once came across a Hindu family that hadn´t eaten for days. She took a small quantity of rice and gave it to the family. What happened next surprised her.

Without a moment´s hesitation the mother of the family divided the rice into two. Then she took one half of it to the family next-door, which happened to be Muslim.

Seeing this Mother Teresa said to her, “how much will you have left over? Aren´t there enough of yourselves?”

“But they haven´t eaten for days either,” the woman replied.

Generosity such as that makes us humble.

The miracle of the loaves and fishes could be called a miracle of generosity. First of all there is the marvelous generosity of the boy, who, with his gift of the five loaves and two fish, made the miracle possible. It was a small thing, in itself, but for the little boy it was a big thing because it was all he had. It´s easy to give something that we won’t really miss. But when that gifts is as desperately needed by the giver as by the receiver, that is true giving. That is a sacrifice.

Then there was the marvelous generosity of Jesus. To appreciate this we need to consider the circumstances of the miracle. It´s easy to reach out others when it doesn´t cause us much inconvenience. Not so easy when it is sprung on us at an awkward moment. Here a real sacrifice is involved. We have to set aside our plans, and forget about ourselves. So it was with Jesus. He has just learned that his cousin, John, had been murdered. He needed peace and quiet. That is why he and the apostles crossed to the far side of the lake. But when he stepped out of the boat he found a throng of the people waiting for him. He might have got angry and sent them away. Instead he had compassion on them and gave himself completely to them.

Then there was the sheer generosity of his response to the hunger of the people. Not only did he feed them, but saw to it that each got as much as he wanted, and even so there were twelve full baskets left over. You can see then why this could be called a miracle of generosity. Generosity is not always about giving things. More often it is about giving of ourselves, of our time, our gifts. Giving things can be easy, but giving of ourselves, of our time, our gifts. Giving things can be easy but giving of oneself is never easy. Before giving himself as food and drink in the Eucharist, Jesus gave of himself to people in so many other ways.

The story of the feeding of the multitude was treasured by the early Christians. The miracle recalled to the Old Testament story of manna in the desert. For them Jesus was the new Moses who feeds his people in the desert. Then they saw in this feeding and anticipation of the Eucharist. It was at the table of the Eucharist that Jesus nourished them.

And it is here that Jesus nourishes us now. Only at Gods, table can we get the nourishment our hearts are longing for. In the Eucharist we are nourished with the Word of God and the Bread of Life. And having invited us to partake of the banquet of life on earth, God has invited us to partake of the banquet of eternal life in heaven.

As the people went back to their homes at the end of that day they knew that they had experienced the goodness and love of God- that love Paul talks about, a love from which nothing can separate us.

In the Eucharist we taste the love of God. The proof that we have experiences that love will be our willingness to love others. We may be able to give only in small ways and in small amounts. However, from the little boy in the Gospel we see that a small amount can become a big amount when placed in the hands of the Lord.

jueves, 28 de julio de 2011

XVIII Domingo del Tiempo Ordianrio



PAN PARA EL HAMBRIENTO…

La segunda parte del libro de Isaías, a la que pertenece la primera lectura de la liturgia de este domingo nos invita a hacer una valoración experiencial y sapiencial de la Palabra de Dios. Esta pequeña exhortación “cierra” los capítulos anteriores, desde el 40 hasta el 55, y ofrece una poderosa clave de lectura para comprender toda la segunda parte del libro. Además termina con el ya famoso texto que compara la Palabra de Dios con la lluvia vivificadora (Is 55: 10-11).

El hambre y la sed son mecanismos fundamentales de los seres vivos. Todo ser viviente necesita nutrición e hidratación, pero en los seres humanos, estas necesidades biológicas tienen carácter social. En muchas culturas humanas –no todas-, compartir la bebida y el alimento son mecanismos de socialización y de integración. El autor toma, entonces, esta necesidad vital y la traslada al campo de la fe para mostrarnos que para el creyente la Palabra de Dios es algo más que una comunicación divina. La Palabra de Dios se convierte así en una necesidad inaplazable que alimenta nuestro ser y nos vivifica. Jesús mismo, retomando las reflexiones del Deuteronomio (Dt 8, 3; 6, 13), combate la tentación contraponiendo la voluntad divina al inmediatismo humano (Lc 4, 3-4). El problema de la humanidad no es únicamente la satisfacción de las necesidades básicas, sino, también, hacer surgir y formar una consciencia que exija la justa distribución de los recursos, que lleve a que la humanidad cultive lo mejor de sí y lo entregue como solidaridad y justicia en un proyecto social alternativo al proyecto egoísta.

Pero el autor, como buen poeta y profeta, no se contenta con hacer una arenga o una instrucción legal; busca, por medio de la imagen asociada a los mejores frutos (trigo, vino, leche), que el lector encuentre no sólo consuelo sino deleite. La Palabra de Dios se convierte así en un manjar sabroso que puede ser degustado por la pura gratuidad divina. El olor del amasijo fresco, del vino bien conservado y de la leche fresca nos recuerdan los dones que Dios le ha dado a su pueblo; dones que ayudan al ser humano a construir un cuerpo vigoroso pero que deben ser acompañados por una degustación asidua de su Palabra.

Isaías nos hace una invitación a degustar con sabiduría todos los dones que Dios nos ofrece, sabiendo que lo mejor que podemos ofrecer nosotros mismos es la gratitud activa, que revierte sobre todos los menos favorecidos aquellos dones que unos pocos acaparan. Lo mismo ocurre con la Palabra de Dios, debe ser entregada con sabiduría y generosidad de modo que el pueblo de Dios no desfallezca. La Palabra de Dios nos invita y convoca a hacer de este ‘valle de lágrimas’ un jardín frondoso donde florezca la justicia y la sabiduría (Sal 72, 1-9).

La multiplicación y los peces nos evoca la gran tentación de considerar que únicamente la satisfacción de las necesidades básicas nos conduce al Reino. Jesús se preocupó de que sus discípulos fueran mediadores efectivos frente a las necesidades del pueblo, pero no recurriendo a la mentalidad mercantilista que reduce todo a la presencia o ausencia de dinero (Mt 14, 15). Es muy fácil, a falta de un benefactor, despedir a la multitud hambrienta para que cada cual consiga lo necesario. Pero Jesús no quiere eso; él pide a sus seguidores que sean ellos mismos quienes se ofrezcan a ser agentes de la solidaridad entre el pueblo, ofreciendo lo que son y todo (lo poco) que tienen. Entonces la ración de tres personas, cinco panes y dos peces, se convierte en el incentivo para que todos aporten desde su pobreza y pueda ser alimentado todo el pueblo de Dios, que es lo que simbolizan las doce canastas. En la intención del evangelista, Jesús demuestra de este modo que el problema no es la carencia de recursos sino la falta de solidaridad.

Lo que nos acerca a Jesús no son los muchos rezos, genuflexiones o ceremonias, sino el amor incondicional a él y a su Causa, el Reino. Algo que hizo diferente a Jesús de todos los predicadores de su época fue la capacidad para despertar los mejores sentimientos de la gente: amor, generosidad y respeto. Nosotros no deberíamos amar a Jesús con un amor diferente al amor con el que él nos ama. Si el nos amó con un amor solidario, generoso, compasivo... nosotros no podemos responderle con melifluas plegarias ni con lloriqueos o explosiones de emotividad, porque esto no sería amor recíproco. Por eso, si entendemos con qué amor Jesús nos amó, estaremos seguros de lo que proclama Pablo: nada nos puede separar del amor de Cristo.

viernes, 22 de julio de 2011

XVII Domingo del Tiempo Ordinario



EL MEJOR TESORO…


La palabra de Dios siempre nos va a proponer motivos y razones para acrecentar nuestra inseguridad frente a la vida y frente al seguimiento, de una causa que creemos muy importante para los que nos llamamos cristianos: el Reino, la Utopía.

Las lecturas de hoy son un llamado al cambio de actitudes relativas de nuestras prácticas, muchas veces tan egoístas, a los valores profundos y absolutos que propone Jesús desde la propuesta del proyecto del Reino.

Hay que tener muy claro que la presentación de Salomón, que hace el primer libro de los Reyes, pretende mostrar (románticamente) lo que para el escritor sagrado representaba y significaba este “maravilloso” rey en la teoría, pero que en la práctica y por lo que consiguió en la historia del pueblo, no pasó a ser sino un rey más que se aprovechó de su poder para explotar, esclavizar y manipular la conciencia débil del pueblo, y construir su reinado de gloria en la magnificencia literaria que se construyó en torno a su figura y su reinado.

Hay que saber diferenciar entre la estructura del reino que representa Salomón (la de la monarquía con sus estructuras económicas, políticas, militares y religiosas que se establecen para manejar los hilos del poder) a la propuesta del Reino que presenta y enseña Jesús con sus palabras, pero sobre todo con su práctica de justicia y de igualdad.

Descubrir el mensaje que se revela por Jesús y su reinado, abre los horizontes hacia una nueva humanidad. Una vez que se ha descubierto el valor absoluto que tiene el Reino, es necesario tomar una posición, y frente a este descubrimiento ningún precio es demasiado alto, pues el Reino se convierte en el único valor absoluto para quien lo descubre.

El proyecto del «Reino de los cielos», según la expresión de Mateo, se convierte para muchas personas en una alegre pero exigente sorpresa, que en el caminar normal de la vida se produjo por medio de un encuentro afortunado que impregnó de una gran riqueza la existencia. Ese Reino trajo una exigencia, que genera al mismo tiempo inseguridad, pues se descubre necesario venderlo todo, despojarse de muchos «bienes» que atan, e ir al encuentro de su absoluta posesión, como su mayor riqueza. Afortunado quien ha descubierto desde su práctica concreta en la vida, los valores del Reino...encontró su mejor tesoro, la mejor perla que podía estar buscando perdidamente en otros rincones.

Las dos parábolas iniciales (del tesoro escondido y de la perla de gran valor) parece que se contrapusieran a la llamada e invitación de Jesús a dejar bienes y riquezas para poder seguirlo. Sin embargo nos enseñan las parábolas, que el Reino es la mayor riqueza para el seguidor de Jesús: Luego de sentir la llamada de Jesús y de descubrir el Reino, el camino se debe seguir con alegría, porque se ha encontrado todo.

El Reino, en estas dos parábolas, es la realidad que supera a nuestro egoísmo. Dejar las certezas inseguras del hoy, por la certeza mayor, hace que los caminos abiertos para que el reinado de Dios sea el mayor absoluto, que busca en todos los sentidos la transformación de tantas y tantas estructuras injustas.

Para el seguidor de Jesús es necesario romper los esquemas de muchas estructuras que deshumanizan. Personas que esperan un cambio sin ponerse en búsqueda, ateniéndose muchas veces a su herencia legalista, que no les permite salir a encontrar nuevas posibilidades para su existencia o para la existencia de los demás, se enfrentan en estas parábolas a las personas que han encontrado un sentido que creían perdido para sus vidas y se arriesgan al cambio y a la novedad, poniéndose en marcha en la construcción de proyectos alternativos que construyan hermandad solidaria entre los seres humanos y se comprometen en afianzar, desde la práctica concreta, los valores de vida y justicia que han encontrado.

Jesús concluye esta enseñanza preguntando si han entendido todo lo dicho por medio de la palabra, que había estado escondida, pero que ahora no deja de salir a la luz. Aquí se presenta el modelo ideal del discípulo que es capaz de entender el mensaje del Reino y saca oportunamente lo viejo y lo nuevo del mensaje que ha recibido. La novedad del Reino viene por medio de la palabra, acumulada en la historia del propio pueblo por medio de sus valores, la cultura, el proyecto original en torno al cual se dio origen a Israel como pueblo, sus luchas y procesos en búsqueda de la justicia y su interpretación de la historia desde un Dios liberador y a la opción de este Dios por los más pobres y oprimidos de la sociedad. Esta oferta del Reino que propone Jesús, es una realidad que quiere hombres y mujeres capaces de incorporar los propios valores de la historia y la cultura a las nuevas realidades, siempre impregnadas de justicia, que Jesús puso en marcha a partir del anuncio y la práctica del Reino.

sábado, 9 de julio de 2011

XV Domingo del Tiempo Ordinario


PARABOLA DEL SEMBRADOR

El libro del profeta Isaías se divide en tres parte: la primera la podemos llamar el libro de la denuncia; la segunda el libro del anuncio y la tercera la consolación. El texto que hoy leemos pertenece a esta última sección del libro y nos da ya una pista para la interpretación del pasaje. Isaías III nos presenta una comparación que subraya el papel fundamental de la palabra de Dios para que se verifique la eficacia de su obra o acción. La palabra de Dios es entonces la lluvia que hace fecundos incluso los terrenos más áridos y duros. Se describe todo el ciclo completo del agua, desde su precipitación como gotas en las nubes, pasando por su acción benéfica en el terreno cultivado, hasta su retorno al cielo, lista para emprender de nuevo su cometido. De igual forma la palabra de Dios, que parte rauda de la boca de Dios, hace fértil el campo cultivado y realiza el cometido para el que fue enviada.

Esta comparación nos ayuda a comprender que la palabra que Dios nos comunica no gira en el vacío, sino que se dirige a los ‘terrenos cultivados’, o sea , a todas las personas que con devoción y cariño preparan su mente y sus afectos para que sea eficaz la palabra que ellos reciben de Dios por medio de los profetas. De este modo la comparación resalta dos elementos muy importantes: la palabra se dirige a los ‘terrenos cultivados’ donde la semilla ya reposa y la palabra retorna a su fuente de origen.

El evangelio de Mateo complementa esta imagen tan poderosa y sugestiva con la ‘parábola del sembrador’. En esta parábola los elementos decisivos son la excelente calidad de la semilla y la disposición del terreno. El sembrador lanza una semilla de excelente calidad y lo hace con la generosidad y esperanza de quien ama su campo de cultivo. No ahorra esfuerzo ni semillas; las coloca incluso en lugares en donde no cabría esperar ningún resultado ya que su interés no es conservar sino esperar que esa semilla haga fructificar todos los sectores de su parcela. El otro elemento decisivo, el terreno, responde de diferente manera según la ‘calidad’ de la tierra. La buena disposición de cada pedazo de la parcela constituye el factor decisivo para el éxito de la empresa. La semilla es buena, pero no siempre el terreno que responde de manera desigual.

La interpretación de la parábola que aparece en la sección siguiente del evangelio, nos da una claves poderosas de comprensión. La disposición del terreno se refiere a la actitud de las personas. Algunas se dejan cultivar y ofrecen una tierra apta donde la semilla echa raíces profundas. Otras, en cambio, ofrecen terrenos donde la semilla se pierde por exceso de dureza, por descuido, superficialidad o negligencia. Tanto el grupo representado por los buenos terrenos, como el grupo representado por los terrenos no receptivos, hacen parte de la misma parcela. Los dos están en la misma geografía, en la misma historia y en el mismo momento. No hay excusa válida para justificar la falta de acogida y de respuesta.

Esta parábola se refiere a una realidad de la comunidad cristiana sobre la que ya se había hecho una profunda recepción. En la comunidad, representada por la parcela, se encuentran terrenos, es decir personas, con diferentes actitudes y proyectos. No se puede saber de antemano que respuesta va a dar cada quien. Lo único que se sabe es que el sembrador reparte con generosidad su fértil semilla. Sin embargo, en el desarrollo del proceso de cultivo se sabe quien es apto y quien no. Pero no basados en criterios arbitrarios, sino en el fruto que cada quien muestra. La expresión ‘dar frutos’ tiene un valor muy preciso en la Biblia y se refiere siempre a la respuesta positiva del ser humano al proyecto de Dios. Pero no a cualquier proyecto presentado en nombre de Dios, sino a la propuesta de los profetas que Jesús de Nazaret ha llamado ‘reinado de Dios’. Es decir, una experiencia humana donde sea posible al amor solidario, la libertad para hacer el bien y la justicia responsable.

La parábola del sembrador nos pone en contacto con la profecía consoladora de Isaías. La palabra de Dios actúa en la historia humana en las personas que cultivan el terreno sorprendente del amor solidario, de la escucha atenta del hermano y del servicio generoso y desinteresado a los excluidos. La palabra de Dios se hace fecunda en las comunidades y personas que asumen una actitud responsable ante la historia y no permiten que la ‘buena nueva del evangelio’ se convierta en consigna barata ni en cliché de espiritualizaciones alienadoras y superfluas, sino que procuran siempre que la palabra del profeta sea eficaz en la historia.

Pablo, en la Carta a los Romanos, nos propone esta misma reflexión: la creación, el terreno fértil que Dios ha dado al ser humano en la historia (Gn 2, 4-25), aguarda con impaciencia la realización de la obra de Cristo en toda la humanidad. La propuesta de Jesús nos abre a la esperanza de un futuro en el que la Humanidad se reconoce en la justicia y en el amor solidario y no en la muerte y la guerra.