EL QUE VIENE A MÍ NO PASARÁ HAMBRE, Y
EL QUE CREE EN MÍ NO PASARÁ NUNCA SED
La primera lectura, del Éxodo,
nos recuerda cómo el desierto es la carencia de todo. A toda persona le llega
de vez en cuando su desierto: la situación crítica en la que parece que no se
encuentran soluciones de ayuda para sobrevivir a tan crítica situación. Al
pueblo de Israel le era muy provechoso el tener que estar en el desierto donde
todo falta, para que pudiera experimentar el portentoso modo que Dios tiene
para ayudar a los que en Él confían. En el desierto el Pueblo de dios aprende a
experimentar la condición de “pobre”, de “necesitado de todo” del auxilio de
Dios. Esto le será útil para el crecimiento de su fe y de su esperanza en las
ayudas milagrosas.
(En la península del Sinaí hay un
arbusto llamado “tamarisco”. Produce una secreción dulce que gotea desde las
hojas hasta el suelo. Por el frío de la noche se solidifica y hay que recogerla
de madrugada antes de que el sol la derrita. ¿Sería esto lo que Dios le
proporcionó a su pueblo, multiplicándolo claro está, de manera prodigiosa?)
Lo cierto es que los israelitas
consideraron siempre la aparición de este alimento como una demostración de la
intervención milagrosa a favor de su pueblo. Lo llamaron “maná”, porque los
niños al comerlo preguntaban: “¿qué es esto?, “lo que en su idioma se dice:
“Man-ah?”. También es llamado por los salmos “pan del cielo” (Sal 78) y el
libro de la Sabiduría dice que, “sabía a lo que cada uno deseaba que supiera”
(Sab16,20). Jesús dirá que el Verdadero Pan bajado del cielo será su cuerpo y
su sangre. O sea que este maná milagroso del desierto era un símbolo y aviso de
lo que iba a hacer Dios más tarde con sus elegidos, dándoles como alimento el cuerpo
de su propio Hijo divino.
La segunda lectura continuada de
la carta a los Efesios pide a los creyentes que se dejen renovar por el
Espíritu Santo y pasen de un modo de obrar no digno del ser humano, a un modo
de obrar digno de quien tiene fe en Cristo. Pide que abandonemos nuestro estilo
anterior de vida pecaminosa y marchemos en adelante por un nuevo camino de vida
cristiana. Se nos invita a no dejarnos guiar por esta “vaciedad de criterios”.
En estos pocos versículos continúa la exhortación a buscar la unidad y a vivir
dignamente la propia vida cristiana, guiada y fundamentada en un verdadero
conocimiento de Cristo. Pablo desarrolla este argumento jugando con la
antítesis del ser humano viejo y el ser humano nuevo (Col 3,9-10; 1Cor 5,7-8).
Elegir la novedad, lo nuevo, es elegir a Cristo. Esto significa romper con el
viejo ser humano pecaminoso, con el pecado del mundo, para estar dispuestos a
una continua renovación en el Espíritu, a vivir en la justicia y santidad y ser
justos y rectos. Este texto es una clara respuesta a quienes piensan que el
cristianismo simplemente es una cosa del pasado.
El evangelio de hoy, de Juan, el
discurso del pan de vida, se desenvuelve en tres afirmaciones lógicamente
sucesivas, y la primera que presenta este texto es: el real o verdadero “pan
del cielo” no es el maná dado una vez por Moisés, contrariamente a lo que la
gente pensaba (v.31). Es literalmente el pan que ha bajado del cielo. Dios, no
Moisés, es quien da este pan (v.32). Jesús ha realizado signos para revelar el
sentido de su persona (domingo anterior), pero la gente sólo lo han entendido
en la línea de sus necesidades materiales (6,26.12). Jesús ha querido llevarnos
a la comprensión de su persona, porque sólo a través de la fe pueden entender
quien es él y sólo así podrá donarse a ellos como comida: pero para hacer esto
es necesario trabajar o procurar por un alimento y una vida que no tienen
término y que son dones del Hijo del hombre (v.27). Los judíos piensan de
inmediato en las obras (v.28; Rm 9,31-32), pero Jesús replica que sólo una obra
deben cumplir: creer en él (v.29; Rm 3,28), reconocer que tienen necesidad de
él, como se tiene necesidad del alimento material. Al considerar la exigencia
de Jesús muy grande es por lo que piden una demostración de los que afirma
realizando una señal que al menos se compare con aquellas realizadas por Moisés
(vv. 30-31), pues aquellas que acaba de realizar (6,2) no se consideran
suficientes. Jesús responde afirmando que es más que Moisés, pues en él
(Cristo) se realiza el don de Dios que no perece. Su pan se puede recoger
(6,13), el maná se pudrió (Ex 16,20).
“Yo soy el pan de vida” es una
fórmula de fuerza extraordinaria, parecida a aquellas otras que sólo a Jesús se
podría atribuir: “Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy el buen pastor”... el que
viene a Jesús no tendrá hambre ni sed, no necesita de otras fuentes de gozo
para saciar sus anhelos y aspiraciones. Jesús es fuente de equilibrio y de
gozo, fuente de sosiego y de paz. Jesús es el lugar y fundamento de la donación
de la vida que Dios hace al ser humano. En Jesucristo, Dios está por completo a
favor del ser humano, de tal modo que en él se le abre su comunión vital, su
salvación y su amor, y en tal grado que Dios quiere estar al lado del ser
humano como quien se da y comunica sin reservas. En la comunión con el
revelador –Cristo- se calma tanto el hambre como la sed de vida que agitan al
ser humano.
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