viernes, 26 de agosto de 2011

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


SEPAN DISCERNIR LO QUE ES LA VOLUNTAD DE DIOS.

La liturgia de hoy centra la atención sobre las consecuencias dolorosas del ministerio profético y del seguimiento de Jesús. Tanto Jeremías como Mateo llaman la atención sobre el conflicto que tienen que afrontar tanto el profeta como Jesús.

La experiencia del exilio marcó la vida del pueblo de Israel. Fue un momento muy doloroso que le exigió replantear su fe en el Dios de la Alianza. En este marco histórico se ubica el Profeta Jeremías.

Este pasaje pone de relieve el clamor del profeta porque Dios le ha seducido y le ha forzado, ha sido objeto de burla de todos y la palabra ha sido motivo de dolor y desprecio. Por eso el profeta ha querido desentenderse de la misión pero la Palabra ha sido más fuerte y, prácticamente, lo ha vencido.

La mayoría de los profetas bíblicos han sufrido experiencias similares a las de Jeremías. Son rechazados por sus propios hermanos y por las autoridades correspondientes. Muchos de ellos tuvieron que sufrir la muerte o el destierro. Pero pudo más la fidelidad a Dios y a su Pueblo que su propia seguridad y bienestar. La Palabra de Dios actúa en el profeta como un fuego abrasador que no lo deja tranquilo y lo mantiene siempre alerta en el cumplimiento de su misión.

La segunda lectura de la carta de Pablo a los cristianos de Roma utiliza un lenguaje imperativo. Les habla no sólo como hermano en la fe sino con la autoridad del Apóstol. Les invita a hacer de su cuerpo una ofrenda permanente a Dios. El verdadero culto no es el que se reduce a ritos externos sino el que procede de una vida recta y diáfana. El cuerpo, vehículo de la vida interior, debe ser un canto de alabanza y gratitud a Dios. En esto consiste la conversión para Pablo: en una vida totalmente transformada por el Espíritu de Dios, en el cambio de mentalidad, de valores, de horizonte. Sólo así se podrán tener los criterios de discernimiento para buscar, encontrar y realizar la voluntad de Dios.

En el evangelio nos encontramos con un bello relato «sobre el discipulado como seguimiento de Jesús hasta la cruz». Jesús pone de manifiesto a sus discípulos que el camino de la resurrección está estrechamente vinculado a la experiencia dolorosa de la cruz. El núcleo principal es el primer anuncio de la pasión. Pero aun los discípulos, simbolizados en la persona de Pedro, no han comprendido esta realidad. Ellos están convencidos del mesianismo glorioso de Jesús que se enmarca dentro de las expectativas mesiánicas del momento. Jesús rechaza enfáticamente esta propuesta, pues la voluntad del Padre no coincide con la expectativa de Pedro y los discípulos. Por eso Pedro aparece como instrumento de Satanás delante de Jesús para obstaculizar su misión.

El maestro invita al discípulo a continuar su camino detrás de él porque aún no ha alcanzado la madurez del discípulo. Luego Jesús se dirige a todos los discípulos para señalarles que el camino del seguimiento por parte del discípulo también comporta la cruz. No hay verdadero discipulado si no se asume el mismo camino del Maestro. El anuncio del evangelio trae consigo persecución y sufrimiento. Tomar la cruz significa participar en la muerte y resurrección de Jesús. La pérdida de la vida por la Causa de Jesús habilita al discípulo para alcanzarla en plenitud junto a Dios.

Curiosamente, Jóvenes peregrinos fueron golpeados y expulsados de la Puerta del Sol entre empujones e insultos.

Padres de familia tuvieron que escuchar cómo, en presencia de sus hijos, eran llamados “pederastas”, “asesinos” o “nazis” por los fanáticos laicistas. Siete peregrinos franceses, entre ellos varios menores y una persona discapacitada, han presentado una denuncia por agresiones.

El Gobierno español permitió que una minoría extremista y violenta intentase empañar la imagen de España en el mundo.

La Policía tenía órdenes de no intervenir, de permitir a los fanáticos laicistas campar a sus anchas y adueñarse del espacio público.

Esos días hemos visto las dos caras de la realidad española: una inmensa mayoría de ciudadanos que celebran su fe con ejemplaridad cívica y una minoría intransigente y violenta que amedrenta y agrede a quienes no piensan como ellos.

Muchos periódicos españoles inclusive llamo a los peregrinos los nuevos profetas del siglo XXI. Muchos peregrinos fueron atacados “por su fe” sin saber mucho de las políticas internas en el gobierno español.

Y sabemos que las consecuencias del profetismo, vinculado estrechamente a la misión evangelizadora, son la oposición, la persecución, el rechazo y el martirio. Muchos hombres y mujeres en distintas partes del mundo se han jugado la vida por la fe y la defensa de los valores evangélicos. Si se quiere seguir a Jesús en fidelidad tendremos que enfrentar muchas contradicciones, caminar a contravía de lo que propone el orden establecido, la cultura imperante y la globalización del mercado -que no es otra cosa que la globalización de la exclusión-.

Quisiéramos vivir un cristianismo cómodo, sin sobresaltos, sin conflictos. Pero Jesús es claro es su invitación: hay que tomar la cruz, hay que arriesgar la vida, hay que perder los privilegios y seguridades que nos ofrece la sociedad si queremos ser fieles al evangelio. ¿Cómo vivimos en la familia y en la comunidad cristiana la dimensión profética de nuestro bautismo? ¿Estamos dispuestos/as a correr los riesgos que implica el seguimiento de Jesús? ¿Conocemos personas que han vivido la experiencia del martirio por el evangelio? ¿Ya no es tiempo para mártires, o lo es para mártires de otra manera?

domingo, 14 de agosto de 2011

Guarden el derecho, practiquen la justicia y obren en misericordia


DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

Guarden el derecho, practiquen la justicia y obren en misericordia

A la vuelta del exilio, los discípulos de Isaías recobran las enseñanzas del profeta del siglo VII y proponen al nuevo Israel, en proceso de formación, que se abra a los valores de la universalidad y el ecumenismo. La apertura, sin embargo, no se basa en un compromiso diplomático ni en una ilusión quimérica sino en la causa universal de la Justicia. La tercera parte del libro de Isaías no propone que todas las religiones de su época se reúnan bajo la única bandera del pontificado de Jerusalén, sino que el pueblo que está naciendo después de cincuenta años de exilio sea el aglutinador de las aspiraciones más legítimas de la humanidad.

Los discípulos de Isaías son conscientes del peligro que subyace al nacionalismo exacerbado. La unidad étnica, cultural e ideológica de un pueblo no le da derecho a despreciar a los demás, bajo el pretexto de una falsa superioridad. Cada pueblo puede sólo ser superior a sí mismo en cada momento de la historia. Y esta superioridad consiste en transformar todas las decadentes tendencias centralistas, alienadoras y clasistas, en una consciencia de sus propias potencialidades de apertura universalista y de esfuerzo de comunión.

El nuevo Templo, como símbolo de la esperanza y la resurrección de un pueblo, debía convertirse en una institución que animara los procesos de integración universal. El Templo, como casa de Dios, debía estar abierto a los creyentes en el Dios de la Justicia y el Amor, cuya religión se inspira en el respeto por los más débiles y en la defensa de los excluidos.

Sin embargo, esta propuesta no tuvo casi ninguna resonancia y se convirtió en un sueño, en una esperanza para el futuro, en una utopía que impaciente aguarda a su realizador. Cuando Jesús expulsa a los mercaderes del Templo proclama a voz en cuello «mi casa será casa de oración», la propuesta del libro de Isaías. El Templo, aun desde mucho antes de que apareciera Jesús, se había convertido en el fortín de los terratenientes y en el depósito de los fondos económicos de toda la nación. Había pasado de ser patrimonio de un pueblo a ser una cueva donde los explotadores ponían a salvo sus riquezas mal habidas. El enfrentamiento con los mercaderes tenía por objetivo no sólo reivindicar la sacralidad del espacio, sino, sobretodo, la necesidad de devolverle al Templo su función como baluarte de la justicia y de la apertura económica. Los guardias del templo cerraban el paso a los creyentes de otras nacionalidades, pero abrían las puertas a los traficantes que venían a hacer negocios sucios.

En ese proceso de ruptura con la decadencia del Templo y con la élite que lo manipulaba se enmarca el episodio de la mujer cananea. Jesús se había retirado hacia una región extranjera, no muy lejos de Galilea. Las fuertes presiones del poder central imponían fuertes limitaciones a su actividad misionera. Su obra a favor de los pobres, enfermos y marginados encontraba una gran resistencia, incluso entre el pueblo más sencillo y entre sus propios seguidores. El encuentro con la mujer cananea, doblemente marginada por su condición de mujer y de extranjera, transforma todos los paradigmas con los que Jesús interpretaba su propia misión. La mujer extranjera rompe todos los esquemas de cortesía y buen gusto que en las sociedades antiguas tenían un carácter no sólo indicativo sino obligatorio. Existían reglas estrictas para controlar el trato entre una mujer y un varón que no fuera de la propia familia. Los gritos desesperados de la mujer y sus exigencias ponían los pelos de punta no solo a los discípulos sino al evangelista que nos narra este relato. Con todo, la escena nos conmueve porque muestra cómo la auténtica fe se salta todos los esquemas y persigue, con vehemencia, lo que se propone.

Los discípulos, desesperados más por la impaciencia que por la compasión, median ante Jesús para ponerle fin a los ruegos de la mujer. El evangelista, entonces, pone en labios de Jesús una respuesta típica de un predicador judío: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel», para explicar cuál debería ser la actitud de Jesús. Por fortuna, la mujer, haciendo a un lado los prejuicios raciales ajenos, corta el camino a Jesús y lo obliga a dialogar. Cuál no sería la sorpresa de Jesús al encontrar en esta mujer, sola y con una hija enferma, una fe que contrastaba con la incredulidad de sus paisanos. Como Elías al comienzo de su misión, Jesús comprende que aunque la misión comienza por casa, no puede excluir a aquellos auténticos creyentes en el Dios de la Solidaridad, la Justicia y el Derecho. Por esta razón, su palabra abandona la pedantería del discurso nacionalista y se acoge a la universal comunión de los seguidores del Dios de la Vida.

Pablo, en la misma línea, abandona los inútiles esfuerzos por abrir a Israel a la esperanza profética y acepta la propuesta de los creyentes de otras naciones que están dispuestas a formar las nuevas comunidades abiertas, ecuménicas y solidarias.

En nuestro tiempo continuamos sin romper con tantos mecanismos que marginan y alejan a tantos auténticos creyentes en el Dios de la Vida, únicamente porque son diferentes a nosotros por su nacionalidad, clase social, estado civil o preferencia afectiva. ¡Esperemos que alguna buena mujer nos dé la catequesis de la misericordia y la solidaridad!

Por lo que se refiere a la misión «misionera» de los cristianos, bien sabemos que la letra del texto del evangelio de hoy bien podría inducirnos a error, pues hoy día la misión no puede estar centrada en ninguna clase restrictiva de ovejas, ni las de Israel, ni las del cristianismo,ni mucho menos las «católicas». La misión ha roto todas las fronteras, y sólo reconoce como objetivo el reinado del Dios de la Vida y de la Justicia. La misión ya no es ni puede ser chauvinista, porque hoy no cabe entenderla sino como «Misión por el Reino», por la Utopía del Reinado del Dios de la Vida, que es siempre un Dios inabarcablemente plural en sus manifestaciones, en sus revelaciones, en sus caminos...

viernes, 5 de agosto de 2011

XIX Domingo del Tiempo Ordinario.


MÁNDAME IR A TI ANDANDO SOBRE EL AGUA.

Entre los primeros profetas de Israel surgen dos figuras que brillan con luz propia: Samuel y Elías. La tradición bíblica les concedió un lugar destacado no sólo por el momento crítico en el que actuaron, sino, sobre todo, por la radicalidad con la que asumieron la causa de Yavé. La teofanía del monte Horeb constituye el centro de lo que se ha llamado el “ciclo de Elías”, es decir, la colección de relatos que tienen como protagonista a este profeta (1R 17, 1-2R 2, 1-12).

En esa época había gran confusión y la fidelidad a Yavé y a sus leyes estaba en entredicho porque el rey había introducido cultos a dioses extranjeros (1R 16, 31-32). Los nuevos dioses legitimaban la violencia, la intolerancia y la expropiación como medios para garantizar el poder. Elías levanta su voz en contra de estos atropellos y ve en la sequía que azota al país las consecuencias del castigo divino. Elías, entonces, en medio de persecuciones y amenazas comienza una campaña de purificación de la religión israelita. Sin embargo, sus iniciativas producen el efecto contrario y se agudiza la opresión, la violencia y la persecución.

Cansado y desanimado Elías se dirige al Horeb donde descubre que Dios no se manifiesta en los elementos telúricos -en la tormenta imponente o en el fuego abrazador-, sino en la brisa fresca y suave que le acaricia el rostro y lo invita a tomar otro camino para hacer realidad la voluntad del Señor.

Después de la masacre del monte Carmelo (1R 18, 20-40), Elías, sin abandonar la denuncia de las injusticias (1R 21, 1-29) y aberraciones (2R 1, 1-18), opta por animar a un grupo de discípulos para que continúen su misión (2R 2, 1-12). Elías descubrió así que por la vía de la violencia no se consigue nada, ni siquiera aunque sea a favor de causas justas. La fuerza de la espada puede imponer el parecer de un grupo de personas, pero no puede garantizar la paz, el respeto y la justicia.

El evangelio nos muestra otra tentación en la que pueden caer los seguidores de Jesús cuando no están seguros de los fundamentos de su propia fe. La escena de la «tormenta calmada» nos evoca la imagen de una comunidad cristiana, representada por la barca, que se adentra en medio de la noche en un mar tormentoso. La barca no está en peligro de hundirse, pero los tripulantes, llevados más por el miedo que por la pericia, se abandonan a los sentimientos de pánico. Tal estado de ánimo los lleva a ver a Jesús que se acerca en medio de la tormenta, como un fantasma salido de la imaginación. Es tan grande el desconcierto que no atinan a reconocer en él al maestro que los ha orientado en el camino a Jerusalén. La voz de Jesús calma los temores, pero Pedro llevado por la temeridad se lanza a desafiar los elementos adversos. Pedro duda y se hunde, porque no cree que Jesús se pueda imponer a los «vientos contrarios», a las fuerzas adversas que se oponen a la misión de la comunidad.

Este episodio del evangelio nos muestra cómo la comunidad puede perder el horizonte cuando permite que sea el temor a los elementos adversos el que los motiva a tomar una decisión y no la fe en Jesús. La temeridad nos puede llevar a desafiar los elementos adversos, pero solamente la fe serena en el Señor nos da las fuerzas para no hundirnos en nuestros temores e inseguridades. Al igual que Elías, la comunidad descubre el auténtico rostro de Jesús en medio de la calma, cuando el impetuoso viento contrario cede y se aparece una brisa suave que empuja las velas hacia la otra orilla.

Nuestras comunidades están expuestas a la permanente acción de vientos contrarios que amenazan con destruirlas; sin embargo, el peligro mayor no está fuera, sino dentro de la comunidad. Las decisiones tomadas por miedo o pánico ante las fuerzas adversas nos pueden llevar a ver amenazadores fantasmas en los que deberíamos reconocer la presencia victoriosa del resucitado. Únicamente la serenidad de una fe puesta completamente en el Señor resucitado nos permite colocar nuestro pie desnudo sobre el mar impetuoso. El evangelio nos invita a enfrentar todas aquellas realidades que amenazan la barca animados por una fe segura y exigente que nos empuja como suave brisa hacia la orilla del Reino.

sábado, 30 de julio de 2011

LA IGLESIA FRENTE A LA CULTURA POSTMODERNA


La iglesia frente a la cultura posmoderna


Para estudiar la posmodernidad ante todo debemos entender que la Nueva Era es la respuesta religiosa a la caída del modernismo como movimiento filosófico. Con esto en mente, consideraremos sucintamente el desarrollo y posterior deterioro del modernismo en sus aspectos filosóficos y religiosos, para luego analizar de qué manera la Nueva Era se instala en nuestra sociedad presente.

Desde el modernismo a la posmodernidad

Desde siempre, calibrar dos conceptos antagónicos ha sido una tarea difícil. El debate modernidad-posmodernidad tiene que ver con lo científico, pero también alcanza, entre otros, a la política, la economía, la educación, la ética, y la religión. Posmodernidad es un término que se hizo famoso en los años 80, y a partir de allí nos fuimos acostumbrando al término que, sin embargo, no siempre resulta totalmente claro, pues el pasaje de una concepción filosófica a otra es un tiempo de profunda incertidumbre.


Uno de los filósofos más reconocidos en el tema es el francés Jean-Francois Lyotard quien, a través de su libro La condición posmoderna, sostiene que al mismo tiempo que se avanza a la llamada edad posindustrial, la cultura entra en la edad posmoderna. La posmodernidad sería, entonces, la cultura que correspondería a las sociedades posindustriales, sociedades que se habrían desarrollado en los países capitalistas avanzados a partir de los años 50 sobre la base de la reconstrucción de la posguerra.1


La posmodernidad debe analizarse en relación con la "modernidad", ya sea que se la considere como punto de partida, de continuidad o de superación. Por lo tanto, para poder entender la posmodernidad primero debemos comprender qué fue y cómo se desarrolló la modernidad.


Juntamente con el desarrollo del capitalismo, la modernidad se había gestado en Europa en las ciudades comerciales de la Baja Edad Media; así también se había originado el Renacimiento artístico de los siglos XV y XVI. Mientras tanto, en el área religiosa se desarrolla la Reforma Protestante. Ésta, al defender la libre interpretación de la Biblia, posibilita el desarrollo del individuo. La Reforma es seguida por una serie de cambios como la Contra-Reforma, las guerras de religión, y la ruptura política y religiosa de Europa Occidental, que llevan a una crisis de la concepción medieval del mundo centrada en Dios y a considerar al ser humano como una criatura trascendente cuyo auténtico destino es la salvación de su alma. La modernidad va a elaborar una concepción más bien antropocéntrica, menos religiosa y más profana, para la cual la auténtica vida es la terrenal y el cuerpo recupera su lugar al lado del alma.2 La época moderna fue profundamente configurada por la revolución científica y el consecuente desarrollo de las ciencias experimentales. En esta tremenda aventura, el hombre moderno fue cobrando conciencia de sus propias capacidades creadoras y manipuladoras de la naturaleza.


Todo este cambio lleva a cuestionar no tan sólo a la Iglesia, sino también a la Biblia misma. Es en este contexto que Descartes comienza a utilizar "la duda" como la herramienta hermenéutica para desarrollar su filosofía. Hasta ese momento el conocimiento tradicional había demostrado no ser muy firme; por lo tanto, es necesario "empezar de nuevo, desde los fundamentos". Para esta tarea es que necesita un método; el elemento esencial de ese método es, justamente, "la duda". Descartes duda de todo y en ese momento aparece como un escéptico, pero profundizando en la duda descubre que en tanto que duda y piensa, existe. Su famoso "Pienso, luego existo", se constituye en la primera verdad. A partir de Descartes el hombre se ubica en el centro del universo, y su preeminencia será el signo fundamental de casi toda la modernidad. Mientras que en el resto de Europa el racionalismo crece, Inglaterra transita los caminos del empirismo.


Tanto el racionalismo francés como el empirismo británico, juntamente con el desarrollo de las ciencias, nutren al iluminismo del siglo XVIII. Esta corriente de pensamiento empírica defiende una razón que se apoya en la experiencia.


En aquel contexto la educación comenzó a tener un papel predominante, llegándose a decir que los conocimientos llevarían a nuestros nietos, siendo más instruidos, a ser más virtuosos y felices. En el aspecto religioso, si bien los ilustrados no son ateos, está muy extendida una religión natural o deísmo, que luego en el posmodernismo encontrará cabida en una concepción animístico-oriental. Asimismo, las ideas éticas conforman una parte importante en el desarrollo de la modernidad.


Quebrada la unidad religiosa como consecuencia de la Reforma y las guerras de religión del siglo XVII, la religión pierde fuerza como elemento conglomerante en relación a lo moral y lo ético, cediendo terreno entre los ilustrados a una concepción que busca principios racionales en lugar de religiosos. Toda la filosofía gestada en los siglos XVII y XVIII presentó una alternativa a la cosmovisión cristiana, hasta aquel momento predominante, y se tradujo en instituciones y pautas concretas de conducta que orientaron la vida de los hombres en todo el mundo.


En la segunda mitad del siglo XIX el pensamiento de Federico Nietzsche guiará la crítica a la filosofía occidental, a la moral por su antinaturalidad y a la religión por coercitiva. La religión, decía Nietzsche, nace del miedo y conduce a la pérdida del sentido de la vida, la pérdida de los instintos, proponiendo una filosofía que atenta contra los instintos de la vida.


Su concepción de "Dios ha muerto" se convierte en el fruto de la modernidad. Para que el hombre siga viviendo, Dios debe morir. A través de la experiencia del antropocentrismo del Renacimiento, del racionalismo a partir de Descartes, del poder del pueblo con la ilustración y del auge de la ciencia con el positivismo, no hay lugar para Dios en la cultura moderna, que es una cultura secularizada. Hemos matado a Dios.


Como resultado de la muerte de Dios, el hombre moderno ha llegado al nihilismo, que significa falta de metas, falta de respuestas a los porqués que se habían respondido desde Dios. Nos hallamos perdidos. No hay posibilidad de obrar a partir de un fundamento sólido 3. Hay una falta total de absolutos y todo se transforma en relativo y, por lo tanto, incierto.


Como resultado del resquebrajamiento de los ideales forjados en el Iluminismo, la posmodernidad sería la época del desencanto, del fin de las utopías, de la ausencia de los grandes proyectos que descansaban en la idea del progreso. Dicho desencanto se produce porque se considera que los ideales de la modernidad no se cumplieron, menos aún si se entiende que dichos ideales eran universalistas, es decir, que debían valer para toda la humanidad. No hay cabida para las cosmovisiones totalizantes; estamos en la cosmovisión de bricolage.4


Lyotard peyorativamente denomina "grandes relatos" a los proyectos o utopías cuya finalidad era legitimar, dar unidad y fundamentar las instituciones y las prácticas sociales, políticas, religiosas, etcétera. Uno de esos grandes relatos, que él denominaría también "mito o leyenda", es el "mega-relato" de la cristiandad. Para él, esos "mega-relatos" han entrado en crisis y han sido invalidados en el curso de los últimos cincuenta años. La definición de Lyotard de los "grandes relatos" es inaceptable en cuanto a la historia bíblica pues ésta no es un mito o leyenda sino la mismísima historia salvífica del hombre, fundamentada en dos absolutos no negociables: Dios mismo y su Palabra dada a los hombres, inspirada por Dios, que ubica al hombre en su contexto histórico pasado, presente y futuro.


Takeshi Umehara, posiblemente el filósofo japonés contemporáneo más destacado, se pregunta: "¿Es tan difícil, hoy en día, ver que la modernidad, por haber perdido su relación con la naturaleza y el espíritu, no es otra cosa que una filosofía de muerte?"5. Este comentario de Umehara conecta claramente a la posmodernidad con la concepción oriental de la Nueva Era.


Una razón fundamental de la resurgencia de la religión es que la pobre percepción del Iluminismo en cuanto a la racionalidad ha probado ser un fundamento débil sobre el cual construir la propia vida. La estructura objetivista impuesta sobre la racionalidad ha tenido un efecto contraproducente en la búsqueda humana. Cuando la racionalidad falla como base firme, abre la puerta a todo tipo de religiones, cuanto más amorfas, mejor; y la falta de consistencia teológica permite la entrada al "vale-todo" y a la "sinrazón". La metáfora, el símbolo, los rituales, las señales y los mitos –por mucho tiempo ridiculizados por aquellos interesados únicamente en expresiones racionales y exactas– hoy están siendo rehabilitados.


La posmodernidad no sería un proyecto o un ideal más sino, por el contrario, lo que queda del derrumbe de las ideologías a partir del fracaso del modernismo.


El concepto cartesiano que había puesto al individuo en la cúspide de sus posibilidades abre las puertas del individualismo hasta el nivel del egoísmo. Sin embargo, el individualismo sin sentido de trascendencia de ningún tipo lleva al fracaso de la filosofía cartesiana y abre sus puertas a un concepto mutualista, interpersonal, oriental, que conlleva un claro sabor a Nueva Era. Como consecuencia de la pérdida de los grandes ideales del Iluminismo, el hombre posmoderno ha perdido, entre otras cosas, la conciencia del esfuerzo como medio de lograr metas. Hoy se nos propone la cultura de lo instantáneo: café instantáneo, silueta instantánea, aprendizaje instantáneo, y hasta espiritualidad instantánea. La gente quiere todo aquí y ahora, sin pensar en metas futuras producto de la dedicación, el esfuerzo y la constancia.


En la sociedad posmoderna todo es relativo y no hay lugar ni tiempo para lo que requiere voluntad y compromiso. Es la era de los feelings: "nada es verdad ni mentira", todo se diluye. Es, según el sociólogo Juan González Anleo, la religión light: un tipo de religiosidad caracterizada por su ausencia de dramatismo, su incoherencia doctrinal, su talante asistemático (las creencias no se traducen necesariamente en normas para el comportamiento personal y sus ritos no exigen un soporte institucional), su declaración de independencia en el terreno de los compromisos personales, éticos, etcétera. Es ésta, pues, una práctica lejana de una religión "que impone exigencias y normas de pertenencia y que reclama un compromiso afectivo y efectivo con la Iglesia".6


La crisis del individuo en los tiempos modernos también es aprovechada para revitalizar concepciones orientalistas, de tipo holístico y naturalistas. Según ellas, la armonía del hombre con la naturaleza se lograría a través de una suerte de disolución del individuo en el cosmos, quien ya no habría de proponerse dominar la naturaleza sino, más bien, insertarse en ella como un ente más para vivir en paz con los otros hombres, las otras especies vivas y el equilibrio con todo el medio ambiente. Muchos planteos ecologistas se inscriben en esta línea de pensamiento y constituyen un lugar común en el pensamiento de vastos sectores.7


Los seres humanos no podemos vivir sin significado, propósito ni esperanza; pero cada vez es menos aceptada la idea posmilenial en cuanto a que un día el mundo será mejor y todas las cosas empezarán a funcionar, caminando juntos y felices hacia el Reino de Dios que, casi imperceptiblemente, entrará a nuestra realidad. Desgraciadamente, esa idealización de un planeta con igualdad de condiciones no se está cumpliendo. La diferencia entre Norte y Sur es cada vez más notoria, y la brecha entre los países desarrollados con los emergentes se profundiza más y más sin vislumbrarse ninguna salida coherente.


Si la fe en Dios fracasa, su lugar es tomado por otros dioses: los poderes de la naturaleza, la razón, la ciencia, la historia, la evolución, la democracia, la libertad individual y la tecnología. O por otras manifestaciones de la religión secular, como la ideología.


La era moderna había propuesto primero la religión y luego la ciencia como ejes para conseguir las metas buscadas. El siglo XX cuestiona ambas y ya no parecemos poder alcanzar ningún tipo de metas.


"Los principios del modernismo ya están agotados y, en consecuencia, aquellas sociedades que se encuentren erigidas sobre las bases del modernismo están destinadas al colapso"8. Para Umehara la alternativa es un posmodernismo, que no es otra cosa que la antigua concepción oriental de la Nueva Era, evidenciada a través de una propuesta doble: el mutualismo y el carácter cíclico o, dicho de otra manera, la armonía interpersonal y la doctrina animístico-oriental de la reencarnación.


Es claro que frente al desorden establecido se está produciendo un reencantamiento del mundo, por vía de una trivialización de lo religioso que lo sitúa en horóscopos, ufologismos o búsqueda de experiencias místicas por los caminos de oriente.


Los nuevos movimientos sociales juveniles (pacifismo, ecologismo, etc.) presentan aspectos filosófico-religiosos: algunos tienen referencias explícitas a las confesiones tradicionales; en otros laten viejas resonancias de izquierda; todos están recorridos por un utopismo para-religioso de armonía y solidaridad mundial con los hombres y la naturaleza. En algunos aparece una nueva sensibilidad que reivindica planteamientos éticos con pretensiones de universalidad, que implican una visión del mundo, de la sociedad y del hombre que rompen con el presentismo dominante y la cerrazón ante las preguntas metafísicas.9


En el mundo moderno todo fue desacralizado en nombre de la ciencia. En el mundo posmoderno todo fue sacralizado nuevamente, resultando en una sacralización que no es tal. Cuando todo es sagrado, nada lo es. La religión posmoderna muestra, como el tango de Discépolo, a la Biblia junto al calefón.


Todo esto no nos debe llevar al pesimismo y a la desesperación. Alrededor de nosotros hay mucha gente en busca de un nuevo significado de la vida. Este es el momento cuando la iglesia cristiana nuevamente puede presentar una visión correcta del Reino de Dios. No podemos aceptar la visión de que la única tarea de la iglesia es proveer un lugar para los individuos en algún sector privado donde puedan gozar de una seguridad religiosa interior, pero que no les requiere desafiar las ideologías que regulan la vida pública de las naciones. El privilegio de la vida cristiana no puede ser entendido aparte de sus responsabilidades 10. Debemos, sin ninguna duda, invadir la cultura posmoderna supersacralizada, animista, sincretista, y permearla con la verdad bíblica. Debemos enfrentar nuestra cultura con un evangelio que cambie vidas a través de nuestra prédica y de nuestras propias vidas plenas del evangelio liberador de nuestro Señor Jesucristo.


Nunca olvidemos que sin importar lo que el Posmodernismo y la Nueva Era traten de comunicar, aquel vacío interior en el corazón del hombre que mencionara San Agustín permanecerá así hasta tanto el hombre halle la plenitud de Dios en Jesucristo.



Juan Terranova, hijo, es argentino, tiene un Masters en Misionología y trabaja con Sociedades Bíblicas en Argentina.

viernes, 29 de julio de 2011

PASTORAL PENITENCIARIA


ENTRE REJAS
Rara es la persona que no se conmueve cuando oye hablar de cárceles, prisiones, detenciones,
penitenciarias, calabozos.
Nos viene a la mente lugares tristes, a veces sucios, oscuros, y peligrosos. Tanto el cine como abundantes novelas nos han presentado unas visiones totalmente distorsionadas de las prisiones.
Son lugares donde residen seres humanos que, viviendo circunstancias límite en sus vidas faltaron a sus deberes ciudadanos haciendo daño a otros.
Y nuestra sociedad, esa sociedad muchas veces cínica e injusta, separa del vivir habitual a esos seres humanos.
Los llamamos presos y los consideramos casi siempre que son mala gente. Puede que en tanta prisión haya alguna mala gente.
Pero dígame una cosa, José, el hijo de Jacob, quien estuvo en prisión por negarse a los Caprichos de una mujer ¿era mala gente?
Sansón, el héroe bíblico terror de los filisteos, ¿era mala gente porque estuvo en la cárcel?
Pedro, el amigo de Jesús, quien traiciona a su maestro,
fue encarcelado en Jerusalén y por eso ¿era mala gente?
O el mismo Saulo de Tarso, el fariseo fanático, quien cambiara de nombre y lo conocemos ahora como San Pablo, ¿era también mala gente? Y por último Juan El Bautista, podríamos decir que fue preso político, ¿también era malo? Todos ellos estuvieron algún momento encarcelados.
Podríamos citar infinidad de nombres de seres humanos quienes por una razón u otra pasaron por una celda en algún momento de su vida.
¿Por qué les cuento estas historias? Pues muy sencillo, porque en Descubriendo el Siglo XXI hemos llegado a la conclusión que no es suficiente hablar de los presos, rezar por ellos, tener un saludito de vez en cuando en nuestros programas.
Necesitan sentirnos, necesitan nuestra cercanía. En base a eso he decidido irme a la cárcel a acompañar a nuestros hermanos "Privados de Libertad". Después de largos trámites he logrado la autorización del Estado de New York para visitar como capellán voluntario nuestros hermanos "Privados de Libertad" y que viven en el sistema carcelario de la ciudad. No sé qué cárcel me asignarán. Espero saberlo pronto.
Ah, pero eso sí, no voy solo. Iré, si Dios .
quiere, con todos ustedes. Voy a ser su presencia entre nuestros hermanos. Vamos a ponerlo de esta otra manera: Descubriendo el Siglo XXI abre un nuevo frente en su trabajo con la comunidad, la presencia física en los correccionales. Para ello manda al Padre Tomás a la cárcel para acompañar a los hermanos "Privados de Libertad". No hacemos nada extraordinario. Tratamos de poner en práctica las obras de misericordia y de vivir el evangelio: Estuve en la cárcel y vinieron a verme. ¿Cuento con ustedes? ¿Con sus oraciones? También pueden ayudarme con su apoyo económico para conseguir biblias, rosarios, libritos de oración, etc. Con su cariño?
Descubriendo El Siglo XXI
Padre Tomás Del Valle-Reyes
330 West 38 Street Suite 503
New York, NY 10018
Tel-212-244-4778

XVIII SUNDAY OF THE ORDINARY TIME



THE MIRACLE OF GENEROSITY.

Mother Teresa told how she once came across a Hindu family that hadn´t eaten for days. She took a small quantity of rice and gave it to the family. What happened next surprised her.

Without a moment´s hesitation the mother of the family divided the rice into two. Then she took one half of it to the family next-door, which happened to be Muslim.

Seeing this Mother Teresa said to her, “how much will you have left over? Aren´t there enough of yourselves?”

“But they haven´t eaten for days either,” the woman replied.

Generosity such as that makes us humble.

The miracle of the loaves and fishes could be called a miracle of generosity. First of all there is the marvelous generosity of the boy, who, with his gift of the five loaves and two fish, made the miracle possible. It was a small thing, in itself, but for the little boy it was a big thing because it was all he had. It´s easy to give something that we won’t really miss. But when that gifts is as desperately needed by the giver as by the receiver, that is true giving. That is a sacrifice.

Then there was the marvelous generosity of Jesus. To appreciate this we need to consider the circumstances of the miracle. It´s easy to reach out others when it doesn´t cause us much inconvenience. Not so easy when it is sprung on us at an awkward moment. Here a real sacrifice is involved. We have to set aside our plans, and forget about ourselves. So it was with Jesus. He has just learned that his cousin, John, had been murdered. He needed peace and quiet. That is why he and the apostles crossed to the far side of the lake. But when he stepped out of the boat he found a throng of the people waiting for him. He might have got angry and sent them away. Instead he had compassion on them and gave himself completely to them.

Then there was the sheer generosity of his response to the hunger of the people. Not only did he feed them, but saw to it that each got as much as he wanted, and even so there were twelve full baskets left over. You can see then why this could be called a miracle of generosity. Generosity is not always about giving things. More often it is about giving of ourselves, of our time, our gifts. Giving things can be easy, but giving of ourselves, of our time, our gifts. Giving things can be easy but giving of oneself is never easy. Before giving himself as food and drink in the Eucharist, Jesus gave of himself to people in so many other ways.

The story of the feeding of the multitude was treasured by the early Christians. The miracle recalled to the Old Testament story of manna in the desert. For them Jesus was the new Moses who feeds his people in the desert. Then they saw in this feeding and anticipation of the Eucharist. It was at the table of the Eucharist that Jesus nourished them.

And it is here that Jesus nourishes us now. Only at Gods, table can we get the nourishment our hearts are longing for. In the Eucharist we are nourished with the Word of God and the Bread of Life. And having invited us to partake of the banquet of life on earth, God has invited us to partake of the banquet of eternal life in heaven.

As the people went back to their homes at the end of that day they knew that they had experienced the goodness and love of God- that love Paul talks about, a love from which nothing can separate us.

In the Eucharist we taste the love of God. The proof that we have experiences that love will be our willingness to love others. We may be able to give only in small ways and in small amounts. However, from the little boy in the Gospel we see that a small amount can become a big amount when placed in the hands of the Lord.