viernes, 21 de octubre de 2011

Domingo XXX del Tiempo Ordinario


AMARAS AL PROJIMO COMO A TI MISMO.

La legislación de Israel estaba orientada a mitigar los efectos del empobrecimiento de las grandes masas de campesinos. El exilio, el desplazamiento forzado por causa de la guerra, la usura... se convertían en una amenaza para la convivencia y, sobretodo, contradecían los fundamentos éticos del pueblo de Dios.

El «código de la alianza» hacía énfasis, no sólo en las rúbricas litúrgicas o en las orientaciones religiosas, sino en la protección de los sectores más vulnerables de la sociedad: forasteros, viudas, huérfanos, jornaleros y pobres en general. Los forasteros porque, en la mayoría de los casos, eran exiliados de la guerra que habían sufrido el desplazamiento forzado y llegaban a las tierras de Israel sin otro recurso que sus propias manos. La legislación recuerda los beneficios del éxodo y el cambio de situación del pueblo hebreo que pasó de la servidumbre a la libertad. Las viudas y los huérfanos estaban a merced de los parientes varones que detentaban el monopolio jurídico de la tierra. Los jornaleros estaban a merced de los terratenientes que les pagaban cuando se les venía en gana y no al terminar el día, como lo determinaba la Ley. El clamor de estas personas se convertía en una preocupación del Dios liberador que no podía dejar impune a los opresores, explotadores y usureros.

Un hombre del antiguo Israel, como Jesús, se sorprendería al ver que nuestra sociedad se basa en la usura. Para ellos, los exagerados intereses de una deuda eran una auténtica vergüenza. Y más se asustaría al saber que los grandes usureros gobiernan las políticas de los países y determinan quién vivirá satisfecho y cuantos millones de pobres morirán de hambre. La usura es, en la Biblia, un delito comparable sólo con el asesinato. La usura es la mayor amenaza para la gente pobre que se ve obligada a empeñar hasta la propia ropa para poder comer. La usura se origina en la injusta percepción de los valores sociales, pues la ambición y la acumulación se convierten en el objetivo de las relaciones sociales, quitándoles su carácter de gratuidad y solidaridad.

Esta situación queda consagrada igualmente en el plano internacional. Tan consagrada, que se considera natural la situación de sometimiento absoluto con el que las finanzas internacionales, impúicamente especulativas, dominan la vida y el trabajo de las mayorías de los distintos páises, mediante la subida y la bajada, casi enteramente caprichosa, de los «intereses de los mercados internacionales. Hace unos años fue con la Deuda Externa: países enteros gravados con deudas que equivalían a muchas veces su producto nacional bruto anual... es decir, que debían todo lo que podían producir durante varios años, que de hecho se debían a sí mismos. Y todo ello, proviniendo de unos préstamos que fueron ofrecidos a intereses bajísimos, pero fluctuantes, intereses que una vez contraídas las deudas fueron internacionalmente alzados hasta un 18%, cuando a lo largo de la historia tales intereses nunca habían subido más allá de un 6%. En los préstamos personales sabemos cuándo unos intereses comienzan a ser usureros. ¿Se sabe dónde comienza la «usura» en el plano internacional? ¿No estamos viviendo una situación de usura internacional? Solemos pensar que el mundo civilizado y moderno es muy distinto de aquel mundo de masas pobres y de esclavos que no eran dueños de sí mismos, pero la diferencia no es tan grande: las grandes estructuras de injusticia son ahora mucho más complejas, sofisticadas y masivas.

Pablo interpreta el paso de una mentalidad legalista y opresora, hacia una mentalidad creativa y liberadora, como un cambio de la idolatría al culto al Dios verdadero, al Dios de la Vida. Mientras los hebreos eran prisioneros de los interminables preceptos de la Ley escrita y oral, los así llamados paganos eran esclavos de la incesante marea de modas de pensamiento y de religiones que les impedían descubrirse a sí mismos como esclavos de la idolatría del imperio. Pablo propone a los gentiles no una religión más, sino un nuevo estilo de vida donde el discernimiento, la gratuidad y la conciencia de ser libres constituía el fundamento de la relación con Dios y con el prójimo.

El evangelio apunta, precisamente, en la misma dirección al mostrarnos que para Jesús, el fundamento de la relación con Dios y el prójimo es el amor solidario. Jesús sintetiza el decálogo y casi toda la legislación en su principio de amor fraternal y recíproco.

Los juristas gustaban de probar los conocimientos que Jesús tenía sobre la Ley. Para ellos el mandamiento más importante era la observancia del sábado. Ese día debían dedicarse por completo al reposo y a escuchar la lectura de la Escritura. Con el tiempo convirtieron esta ley en una carga que a duras penas soportaban los pobres.

El sábado había dejado de ser fiesta del Señor y se había convertido en un día lúgubre, lleno de prescripciones ridículas que impedían a las personas movilizarse, cocinar e, incluso, auxiliar al necesitado.

Cuando los juristas preguntan a Jesús por la ley más importante esperan que el cometa un error y se pronuncie contra la Ley misma. Jesús se les adelanta y les hace ver que en la Ley lo más importante es el amor a Dios y el amor al prójimo. El amor es el espíritu mismo de la legislación divina.

Al colocar estos dos mandamientos como el eje de toda la Escritura, Jesús pone en primer lugar la actitud filial con respecto a Dios y la solidaridad interhumana como los fundamentos de toda la vida religiosa. Incluso, la adecuada interpretación de la Escritura (la Ley y los Profetas) depende de que sean comprendidos y asumidos estos dos imperativos éticos.

Nosotros vivimos hoy en sociedades que tienen muchas más normas que el pueblo judío, incluso nuestras iglesias tienen extensas legislaciones. Vivimos también en un mundo que tiene muchísimos más millones de pobres oprimidos bajo la usura internacional, que los pobres oprimidos por los que clamaron los profetas. La Palabra de Jesús que hoy recordamos y actualizamos en nuestra celebración es una invitación a sacudir nuestra pasividad, a recuperar la indignación ética ante la situación intolerable de este mundo llamado moderno y civilizado, y a volver a lo esencial del Evangelio, al mandamiento principal, a los dos amores.

domingo, 16 de octubre de 2011

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario

AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR Y A DIOS LO QUE ES DE DIOS

Nos encontramos con un texto que se encuentra ubicado en lo que se llama el «Segundo Isaías» o «libro de la consolación» de pueblo de Israel. Este dato aparentemente simple, nos permite entrar al texto desde una clave de interpretación especial. Isaías, el profeta del juicio y el castigo, siempre tiene al final una palabra de ánimo, de esperanza, de consolación, sobre todo en estos tiempos en los que las propuestas alternativas son buscadas por el sistema globalizante para eliminarlas.

Yahvé habla a Ciro –persona que no conoce a Dios, insiste el texto- y le habla, para encomendarle una misión. Es decir: el no conocer a Dios no es una limitación para ser llamados a anunciar sus palabras de consuelo. El monopolio de la elección de Dios por parte de sólo un pueblo entre todos los pueblos de la humanidad, se desdibuja ante este relato del profeta. Constatamos que un «no judío» puede servir también de mediación adecuada para la actuación de Dios.

En Pablo, la realidad que Isaías presenta como alianza es elección en comunidad (tenemos presente la obra de su fe, los trabajos y sobre todo la tenacidad de su esperanza), Son las palabras de Pablo y compañía a la comunidad que se reúne en Tesalónica, quienes viven bajo la acción del Espíritu Santo...

El evangelio de Mateo -el más comentado en la historia de la iglesia y a la vez el evangelio del cual se ha hecho la interpretación más dogmática y espiritualista- es el marco de un texto polémico en un contexto social en el que se divinizaba al Emperador. El evangelio de Mateo es la primera síntesis de la tradición judía y cristiana después de la destrucción del templo de Jerusalén en la guerra de los años 66-74 d.C. El texto que hoy leemos forma parte de una serie de controversias entre Jesús y los fariseos (y otros grupos) sobre temas como el tributo, la resurrección de los muertos, el mandamiento principal, el hijo de David... Todas estas controversias tienen como telón de fondo la confrontación de Jesús con la ley romana.

Bajo el tema del tributo, una realidad que sufrían las comunidades cristianas (en las que se escribió el evangelio) bajo el dominio del imperio romano, el pueblo de Israel -que siglos antes había soñado una sociedad como confederación de tribus, en la que el único Señor fuese Dios, el Dios de la liberación-, vive ahora las consecuencias de una monarquía que exprime al pobre para sostener su estructura. Los más pobres son los más afectados por la política fiscal, pues la tasación recaía más directamente sobre los que trabajaban la tierra, campesinos o inquilinos.

Pero yendo un poco más allá del tributo, fijémonos en la figura del Emperador. Roma cargaba sobre sí la influencia del mundo religioso de Egipto y Grecia. La relación de los romanos con estos dioses forma parte de la estructura ordinaria y cotidiana de la vida social: se entendía al Emperador como un dios, Roma era una teocracia.

Las comunidades cristianas que habían optado por otra forma de entender la relación con Dios, con el Dios de Jesús, con el Abba, no podían entender cómo el emperador se presentaba como Dios, y se enfrentan a la religión oficial optando por lo alternativo, que en este caso es la propuesta de vida en pequeñas comunidades de hermanos y hermanas.

Ante esta realidad, la comunidad cristiana busca en la experiencia vivida con el maestro y nos trae al escenario esta frase que ha conseguido ser aceptada como adagio popular: «al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Por tanto ya en los albores de la reflexión de la comunidad está la conciencia de que el emperador no es Dios y nunca lo será, porque Dios es amor, justicia, amor, igualdad... valores ausentes en cualquier imperio, de cualquier época.

Con el correr del tiempo lo que es alternativo se transforma en oficial, y se hace necesario reemprender el camino de la creatividad, de la renovación, de lo alternativo.

En la actualidad no hay emperadores que se presenten como Dios, pero sí nos encontramos con ciertas estructuras religiosas monárquicas e imperiales que lejos de reflejar la vivencia de la comunión entre los hermanos y hermanos, pretenden imponer la explotación de los pobres al mejor estilo del imperio Por eso, al leer este texto desde el hoy, tenemos que decir con voz profética: «a la estructura oficial religiosa lo que es de ella» y «a Dios lo que es de Dios», o sea, «a Dios Padre y a su Reino toda nuestra entrega y fidelidad».

El evangelio de Mateo con su fuerza eclesiológica renovadora, nos impulsa a trabajar incansablemente por una iglesia más cercana a la propuesta de Jesús, más centrada en las personas, en las relaciones entre los hermanos, y menos pendiente de la norma y estructura, que cuya atención no puede ponerse por encima de la Justicia y de la defensa de los pequeños, los predilectos de Dios.

sábado, 8 de octubre de 2011

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario


EL SALÓN SE LLENÓ DE INVITADOS.

Isaías, el profeta más influyente en la tradición judía y cristiana a través de su lenguaje poético y simbólico, contribuye a mantener la esperanza en contextos de muerte como los que viven hoy día los pueblos latinoamericanos y del tercer mundo en general, quienes no perdemos la esperanza que «otro mundo es posible».

A través de Isaías se configura el programa profético de Jesús, el anuncio del Reino de Dios, desvelando todo lo que en la sociedad haya de anti Reino, haciendo lo posible por cambiar esa realidad.

La imagen del banquete, del convite nos abre camino para leer en clave profética el evangelio, ya que desde la tradición de Isaías encontramos la invitación al festín, al cual acudirán todos los pueblos y será en el «monte», el lugar del encuentro con Dios.

San Pablo, a partir de la conocida frase «todo lo puedo en aquel que me conforta» nos coloca en la misma línea de Isaías: el Señor Dios saciará todas nuestras necesidades en la persona de Cristo, en la abundancia y en la escasez, en la hartura y el hambre. Cristo lo es todo para nosotros.

Leyendo detenidamente las tres lecturas de la liturgia de hoy nos encontramos con un hilo conductor que, siguiendo con la imagen del banquete, nos permite saborear el gusto de esta palabra que hoy nos sabe a alimento, ese mismo que escasea en muchos lugares del tercer mundo y causa la muerte a tantos.

La comunidad de Mateo responde a la pregunta «¿qué es el Reino de Dios?». Ella nos presenta su respuesta a partir de la imagen de un banquete de bodas, que se realiza en una ciudad, (v.7: dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad).

El Reino de Dios es un banquete al que todos son invitados y tienen un lugar, donde hay alimento para todos y todas, con la connotación de transformar una realidad histórica social mala e injusta en otra buena y justa, el Reino de Dios como en el banquete hay lugar para todos y nos exige corregir las prácticas que vayan en contra de este principio, es decir todo lo que sea anti Reino.

La parábola expresa la relación entre el Señor y sus invitados. Entre éstos hay dos categorías. En primer lugar, unos, que eran dueños de campos y negocios, además de asesinos; éstos no son dignos de entrar en el Reino de Dios, se autoexcluyeron de la propuesta de Reino que nos ofrece Dios. El segundo tipo de invitados estaban en los cruces de los caminos, y eran gente de la calle, malos y buenos de todo lo que hay en la viña del Señor. La sala, que había sido preparada con toda etiqueta para el primer tipo de invitados, se llenó de este segundo tipo de comensales, en los que no se había pensado inicialmente. Para ellos es ahora el banquete. Llegó el momento, es su oportunidad: el «Kayrós», el tiempo de participar activamente en la realización del proyecto de Dios, la boda de Dios con la Humanidad.

Los primeros invitados -de los cuales el final del evangelio dice que no eran dignos- fueron llamados tres veces al banquete, pero no hicieron caso, pues estaban ocupados cuidando de sus cosas e intereses. Los otros participantes, que no habían recibido la invitación oficial primera, aceptan y acogen alborozados la invitación informal callejera para disfrutar del banquete de la boda...

Esta diferente actitud nos permite constatar que hay claramente diversas formas de responder al llamado a participar en la construcción del Reino de Dios. Por eso dice el evangelio que «son muchos las llamados y pocos los escogidos».

El v. 11 añade un elemento nuevo a la parábola, que cambia la perspectiva que hasta ahora llevaba el relato: la presencia del Rey ofrece una clave que nos indica una idea de juicio, que recae sobre cada uno de los invitados que están disfrutando del banquete; en este marco tiene sentido la pregunta por el vestido de fiesta, puesto que de entre los invitados hay uno que no lo lleva, es decir no está preparado, y es echado fuera, a las tinieblas. Es interesante darse cuenta de cómo el evangelio pone las tinieblas fuera, del banquete, de la comunidad, de la iglesia...

A partir de esta historia que tiene como eje central expresarnos cómo es el Reino de Dios, quiénes son los invitados y quién preside el banquete, sería bueno que nos preguntáramos a qué grupo de invitados nos asemejamos nosotros, qué actitud asumimos ante la invitación a participar del Reino, si somos sensibles ante el conflicto Reino/anti-Reino, si estamos preparados («vestidos de fiesta») para asumir las exigencias del Reino...

A pesar de todo lo dicho, no podemos menos de hacernos cargo de la «objeción a la totalidad» que muchos oyentes, personas cultos y con verdadera sensibilidad de hoy, van a sentir ante este texto del evangelio y toda la cosmovisión teológica a la que echamos mano para tratar de explicarla y aplicarla. La sensación cierta, aun en muchos que no acaban de poder expresarla con nitidez, es que este tipo de metáforas globales son profundamente inadecuadas, están gastadas y sobrepasadas, y no sólo no dicen ya nada (por eso necesitan de tanta explicación), sino que resultan ininteligibles, y hasta producen rechazo.

Con toda probabilidad Jesús ya no las usaría hoy, y se pasmaría de vernos muchos domingos dando vueltas en torno a ellas, queriendo dar vida a una simbología y una doctrina que está muerta. Es otro tema, muy importante, que tenemos que acostumbrarnos a plantear más y más.

Algo raro debía tener el rey, aparentemente honorable, para que los invitados excusaran su asistencia a la boda de su hijo. En la parábola, el rey no guardaba las normas y convenciones sociales, igualaba en su mesa a malos y buenos, impuros y puros. ¡Este es nuestro Dios! El dios de las fiestas, de los banquetes, el Dios que quiere reunir a todos sus hijos en torno a la misma mesa. ¿Estaremos a la altura de las circunstancias o declinaremos la invitación con excusas banales?

domingo, 2 de octubre de 2011

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario


LA VIÑA DEL SEÑOR

Algunos seguimos aferrados a un «servicio de la palabra» más apto para generaciones pasadas que para la sociedad actual. Pretendemos hacer oír una «palabra» alejada de la realidad que vivimos, expresada en un lenguaje teórico, con poco sabor de la vida y la problemática de la gente... La inculturación sigue siendo una «materia pendiente» para demasiados predicadores cristianos. Nos preguntamos cómo lograr que nuestro «servicio de la palabra» se inspire y se haga carne en compromisos concretos por la Vida, la Justicia y la Solidaridad concretas, tal como se viven en el día a día...

Podemos mirar a los profetas, que nos pueden orientarnos en esta tarea. Ellos siempre mantuvieron una actitud crítica frente a las instancias de poder y, simultáneamente, vivían en medio del pueblo. Isaías, por ejemplo, no duda en utilizar una vieja canción romántica, sobre una viña, para comunicar con eficacia su mensaje. Para Isaías lo importante era hacer captar al decadente reino de Judá los peligros evidentes de una política interna ejercida mediante el autoritarismo, la represión y el inmediatismo. Y la maestría de su «servicio de la palabra», comprometido y vital, accesible y a la vez profundo, quedó reflejado en la «Canción de la viña» que hoy escuchamos como primera lectura.

Ocurre otro tanto con la predicación de Jesús, como podemos ver en el evangelio de hoy. Jesús se vale del mismo tema de la viña para expresar su mensaje.

Muchos grupos fanáticos consideraban que la salvación de Israel era la única meta de la historia. Jesús cuestionó duramente esta manera de pensar, por superficial y excluyente. Por eso, muchos líderes sectarios, tanto de derecha como de izquierda, consideraron que Jesús era una amenaza.

Para Jesús el Reino de Dios estaba abierto a todos los seres humanos « de buena voluntad», o sea, que tuvieran como valor primero de su vida el Amor y la Justicia. El Reino es «Vida, Verdad, Justicia, Paz, Gratuidad, Amor». Por eso, no eran importantes para Jesús las diferencias raciales, de género o de cualquier otro tipo: todas las personas «de buena voluntad», todas las que estén dispuestas a vivir la solidaridad fraterna, están invitadas. Y Jesús no sólo lo propuso como un ideal, sino que lo realizó en la práctica.

Esta manera de actuar y de pensar le acarreó agudos y profundos conflictos con los grupos religiosos y políticos de la época, incluso con sus propios discípulos. Para los hombres ortodoxos esta apertura del Reino de Dios a los extranjeros, enfermos y pecadoras era absolutamente impensable. Más aún, ellos consideraban que fuera de Israel y de su particular religión no había salvación para nadie. Se consideraban «propietarios» del Reino de Dios.

Jesús los desafía abiertamente, y por medio de esa comparación con la viña, les muestra que la ortodoxia recalcitrante no conduce a la salvación. El se burla de las pretensiones privatizadoras de los ortodoxos y les muestra que Dios entrega el Reino a aquellas comunidades que viven el amor y la justicia. El Reino no es propiedad privada de nadie ni de ningún grupo en particular. Nadie lo tiene asegurado a título de una raza o religión concreta.

Toda la vida y ministerio de Jesús es compromiso con la vida. Sus acciones y palabras convocan a todos a compartir su vida en la nueva realidad humana y mundana que la construcción del Reino va provocando: sus obras poderosas, su acogida hacia los excluidos, el anuncio de la utopía de Dios que abre nuevos horizontes de esperanza en el corazón de los pobres. Éstos y otros signos son manifestaciones de la voluntad del Padre que envía a Jesús para que los hijos e hijas «tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10) y que, por ello, invita a celebrar el retorno del hijo «que estaba muerto y ha vuelto a la vida» (cf. Lc 15,32).

Las denuncias de Jesús, por otra parte, nos indican que el mensajero del Dios de la Vida no puede permitir que el ser humano esté permanentemente torturado por experiencias de muerte. Queremos que nuestra vida y nuestro ministerio sean una confesión y un testimonio de nuestra fe en el Dios «que ama la vida» (Sab 11, 26). Como seguidores de Jesús sabemos que esta vida se manifiesta y goza en plenitud cuando se pone totalmente al servicio del Reino (cf Mt 10,39).

Jesús, el Hijo del hombre, está dispuesto a dar su vida en rescate por todos (cf Mt 20,28). Nadie le quitó la vida; él la entregó libremente. De él hemos aprendido que ser buen pastor es desvivirse por el rebaño, dar la vida por los hermanos (cf Jn 10,11). En este momento debemos sumarnos a tantos cristianos y cristianas que en los últimos años han optado por servir a la vida, aun a riesgo de perder o complicar la suya propia. Al hacerlo, prolongamos la mejor tradición cristiana, confiados en la intercesión de nuestros hermanos y hermanas mártires.

Buen Dia!!