SUBIR PARA BAJAR
En este primer día de la Semana Santa recordamos el momento de la entrada de Jesús en Jerusalén. Jesús sube allí para celebrar la Pascua, como era costumbre todos los años. Todas las familias iban en peregrinación y se reunían en ese mismo lugar porque era donde estaba el Templo. Muchos peregrinos se encontrarán con familiares y amigos que les esperan después de un año. Van juntos a celebrar la Pascua. Se reunirán por familias en las casas. Repetirán palabras y gestos ancestrales que guardan todavía todo su significado y que permanecen en la memoria de los más ancianos. Unas palabras y gestos que serán transmitidos a los más pequeños de cada hogar, renovando ese pacto, esa alianza que Dios quiere hacer con toda la humanidad.
Subir a Jerusalén era motivo de alegría, se subía como en una romería, cantando, saludando a los amigos que se iban encontrando en el camino. Se subía para vivir un momento gozoso, para recordar el gran gesto de Dios que liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, de la mano de Moisés. Se subía para celebrar la Pascua.
Jesús ha subido muchas veces. El evangelio nos relata al menos tres, pero seguro que todos los años Jesús se hacía presente en esta cita y no faltaba. Pero esta vez va a ser diferente, porque sabe que no va a ser bien recibido, porque intuye que el desenlace de su vida está cerca. Cerca ya de Jerusalén, manda a sus discípulos a una aldea cercana para que le traigan un borrico “que nadie ha montado todavía”. Los discípulos se lo llevan, lo cubren con sus capas y Jesús monta, dispuesto a entrar con él en Jerusalén. Los discípulos y la gente que seguía a Jesús extienden sus capas por el camino y también ramos, y van gritando: “Viva, bendito el que viene en nombre del Señor”.
Esta subida de Jesús a Jerusalén va a terminar en “bajada”. Es un subir para bajar que explica muy bien San Pablo con este himno litúrgico antiguo que hemos escuchado en la segunda lectura. Jesús ha subido a Jerusalén, ha entrado entre vivas y alabanzas. Pero ahora va a empezar su bajada, su descendimiento, su hacerse nada, su dejarse hacer por el Padre. “Se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. A este gesto de obediencia de Jesús, de dejarse hacer, de cumplir la voluntad de su Padre Dios, en quien confía por encima de todas las cosas, Dios responde con la exaltación en el cielo. “Por eso Dios lo levantó sobre todo”, para que “toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre”.
A Jesús le van a subir a la cruz, pero es un gesto de descenso y de acercamiento al ser humano, a nuestra humanidad, a nuestras pobrezas y pecados, para que cuando sea exaltado por el Padre, todos lo seamos también con Él. La entrada de Jesús a Jerusalén es el principio del fin. Pero en ese final estamos todos implicados: estamos llamados a morir con Él para también con Él resucitar.
Hoy entramos todos en Jerusalén. Hoy entramos en la Semana Santa. Una vez en Jerusalén, tiene lugar la celebración de la Pascua. En la noche del Jueves Santo, Jesús cena con sus discípulos y hace una Pascua nueva, la Pascua de la Vida, la Eucaristía: “Haced esto en memoria mía”. El Viernes Santo, Jesús yace colgado de una cruz, signo de maldición convertido en signo de salvación. El relato de su pasión que hemos escuchado, y que volveremos a escuchar el Viernes Santo, es estremecedor. Cristo, solidario con la humanidad que sufre, que lo pasa mal, con toda persona humana sedienta de salvación, de sentido y felicidad plena, se anonada, se abaja, se humilla, hasta someterse a la muerte, “y una muerte de cruz”. Y por fin el Sábado, la gran Vigilia, la noche de la resurrección y de la vida; y el Domingo, la Pascua, el día del gozo y la alegría. Jesús ha resucitado. Nuestra vida tiene un sentido nuevo, profundo, auténtico.
Vamos a mirar con mucha fe y con mucho amor a este Jesús que sube a Jerusalén, para abajarse y morir por nosotros. Pidamos a Dios que esta semana nos llene el corazón de ese mismo amor con el que Jesús se entregó por nosotros, para que podamos manifestarlo a los que tenemos cerca todos los días del año.
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