EL BUEN PASTOR.
Con la palabra «pastor» se designaba en el Antiguo Oriente
con frecuencia también a los reyes. Entre los egipcios, los reyes egipcios eran
representados con los dos distintivos del pastor: el azote (o espantamoscas) y
el cayado. Tanto en el arte de Mesopotamia como en el griego se encuentra la
figura del pastor llevando a hombros un cordero; el dios griego Hermes fue
representado llevando un carnero. Los cristianos utilizaron esta imagen para
representar a Jesús, como buen pastor.
En el Antiguo Testamento Dios le encomienda a David la tarea
de pastorear a su pueblo Israel (2Sam 5,2) y los príncipes del pueblo se
comparan con frecuencias con pastores. Ezequiel contrapone los dirigentes de
Israel -que se apacientan a sí mismos en lugar de apacentar a sus ovejas- con
el Señor, como modelo de pastor: «Como sigue el pastor el rastro de su rebaño
cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las
libraré sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de
oscuridad y nubarrones» (Ez 34,1-10.12).
El evangelista Juan presenta a Jesús como «buen pastor», o
por dar una traducción más adecuada, como «modelo de pastor». El pastor modelo
se define porque da su vida en función de las ovejas. Quien no ama a las ovejas
hasta ese extremo no es buen pastor. El pastor aparece en el evangelio de hoy
por oposición al asalariado o mercenario que apacienta a las ovejas por dinero;
el asalariado cuando viene el peligro (lobo) deja que mueran las ovejas.
La relación del pastor-Jesús con las ovejas-pueblo es una
relación personal y recíproca de conocimiento profundo e íntimo (conozco a las
mías y ellas me conocen a mí). Conocer a Jesús significa experimentar su amor e
identificarse con su persona y actividad. Esta relación de conocimiento-amor es
tan profunda que Jesús la compara a la que existe entre él y el Padre, basada
también en la comunidad de Espíritu, que crea la unidad de designio y de
propósito.
Pero el rebaño de Jesús no se limita al pueblo de Israel,
pues Jesús proclama que tiene otras ovejas que no son de ese recinto, palabra
que designa el atrio del templo o, más ampliamente, a la institución judía, en
la cual se han arrogado los puestos de poder unos individuos que carecen de
todo derecho a ello y que son en realidad explotadores (ladrones) que usan de
la violencia (bandidos) para someter al pueblo, manteniéndolo en un estado de
miseria (cf. Jr 2,8; 23,1-4; Ez 34,2-10; Zac 11,4-17). Son esa gente que ha
convertido la casa de su Padre en casa de negocios (Jn 2,16).
Él tiene otras ovejas que no son del pueblo de Israel, pues
pertenecen al mundo pagano y ha venido para formar una nueva comunidad humana
que no se limita ya a los judíos sino que se extiende a todos sin distinción de
raza, credo o estatuto social.
Jesús, el modelo de pastor, demuestra que es el verdadero
pastor porque entrega su vida por las ovejas. Ante su auditorio de dirigentes
judíos (v. 19) que lo odian e intentan matarlo, Jesús afirma que es
precisamente su prontitud para desafiar la muerte lo que hace manifestarse en
él el amor del Padre.
Jesús se entrega a sí mismo y así se recobra, porque al
darse él mismo hace suyo el dinamismo de amor del Padre y de esta manera
realiza su condición de hijo, adquiriendo la plenitud del propio ser. La
demostración continua de amor del Padre se realiza en la presencia y actividad
incesante del Espíritu en Jesús y se manifiesta en su obrar.
Como Jesús, quien se da a sí mismo por amor no lo hace con
la esperanza de recobrar la vida como premio a ese sacrificio (mérito), sino
con la certeza de poderla tomar de nuevo, por la fuerza del amor mismo. Donde
hay amor hasta el límite hay vida sin límite, pues el amor es fuerza de vida.
Dar la vida significa creer hasta el fin en la verdad y potencia del amor.
Jesús afirma su absoluta libertad en su entrega. Nadie puede
quitarle la vida, él la da por propia iniciativa. Indica así que, aunque sean
las circunstancias históricas las que van a llevarlo a la muerte, eso puede
suceder porque él ha hecho su opción de llegar hasta el fin.
El Padre, que ama a Jesús, le deja plena libertad; como
Hijo, Jesús dispone de sus actos (Está en mi mano entregarla, etc.; cf. 3,35).
La relación entre Jesús y el Padre no es de sumisión, sino de amor que
identifica. El mandamiento del Padre no es una orden, sino un encargo; formula
el designio común del Padre y Jesús, que nace de su comunión en el Espíritu
(5,30). El evangelista utiliza el término "mandamiento" para oponerlo
a los de la antigua Ley. Moisés recibió muchos (Éx 24,12; Dt 12,28, etc.),
Jesús uno solo, el del amor hasta el extremo, el mismo que será propuesto a la
humanidad (12,49; 13,34).
Y este pastor modelo -que es Jesús-, es también según Pedro
en el libro de los Hechos, «la piedra que desecharon ustedes, los arquitectos y
que se ha convertido en piedra angular» de la comunidad.
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