sábado, 28 de agosto de 2010

Domingo XXII del Tiempo Ordinario



EL QUE SE ENALTECE SERA HUMILLADO.

Es humano el afán de ser, de situarse, de estar sobre los demás. Parece tan natural convivir con este deseo que lo contrario se etiqueta en nuestra sociedad de “idiotez”. Quien no aspira a más, quien no se sitúa por encima de los demás, quien no se sobrevalora, es tachado, a veces, de “tonto” en este mundo tan competitivo.
En nuestra sociedad hay un complejo sistema de normas de protocolo por las que cada uno se debe situar en ella según su valía. En los actos públicos, las autoridades civiles o religiosas ocupan uno u otro lugar según escalafón, observando una rigurosa jerarquía en los puestos. Se está ya tan acostumbrado a tales reglas, que parece normal este comportamiento jerarquizado.
Jesús acaba con este tipo de protocolo, invitando a la sensatez y al sentido común a sus seguidores. Es mejor, cuando se es invitado, no situarse en el primer puesto, sino en el último, hasta tanto venga el jefe de protocolo y coloque a cada uno en su lugar.
El consejo de Jesús debe convertirse en la práctica habitual del cristiano. El lugar del discípulo, del seguidor de Jesús es, por libre elección, el último puesto. Lección magistral del evangelio que no suele ponerse en práctica con frecuencia. No hay que darse postín; deben ser los demás quienes nos den la merecida importancia; lo contrario puede traer malas consecuencias. El cristiano no debe situarse nunca por propia voluntad en lugar preferente.
No sólo no darse importancia, sino actuar siempre desinteresadamente. Jesús denuncia la práctica de aquellos que invitan a quienes los invitan, del “do ut des”, del “te doy para que me des” y anima a invitar a pobres, lisiados, cojos y ciegos, gente a la que nadie invita, cuando se da un banquete; quien actúe así será dichoso, porque no tendrá recompensa humana, sino divina “cuando resuciten los justos”. Las palabras de Jesús son una invitación a la generosidad que no busca ser compensada, al desinterés, a celebrar la fiesta con quienes nadie la celebra y con aquellos de los que no se puede esperar nada. El cristiano debe sentar a su mesa, o lo que es igual, compartir su vida con los marginados de la sociedad, que no tienen, por lo común, lugar en la mesa de la vida: pobres, lisiados, cojos y ciegos. Quien así actúa sentirá la dicha verdadera de quien da sin esperar recibir.
Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy muestran las reglas de oro del protocolo cristiano: renunciar a darse importancia, invitar a quienes no pueden corresponder; dar la preferencia a los demás, sentar a la mesa de la vida a quienes hemos arrojado lejos de la sociedad.
Quien esto hace, merece una bienaventuranza que viene a sumarse al catálogo de las ocho del sermón del monte: «Dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
Para Jesús adquiere el verdadero honor quien no se exalta a sí mismo sobre los demás, sino quien se abaja voluntariamente. Paradójicamente, se adquiere el verdadero honor no exaltándose a sí mismo sobre los demás, sino poniéndose el último a su servicio. La generosidad se debe compartir con los “pobres” que no pueden pagar con la misma moneda, porque no tienen nada. Honor y vergüenza adquieren en boca de Jesús un contenido diferente: el honor consiste en servir ocupando los últimos puestos y esto ya no es motivo de vergüenza sino señal verdadera de que se está ya dentro del grupo de los verdaderos seguidores de un Jesús que no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida por muchos”
Las restantes lecturas de este domingo van en la misma línea del evangelio; en la primera, del libro del Eclesiástico se dan consejos de sentido común: la conveniencia de proceder siempre con humildad, de hacerse pequeño en las grandezas humanas, de no darse demasiada importancia, tan en la línea del comportamiento y los consejos de Jesús que se ha hecho asequible, menos solemne, menos accesible y ya no se manifiesta, como Dios en el Antiguo Testamento, con señales de fuego, nubarrones, tormenta y estruendo, sino como mediador de la Nueva Alianza, como puente entre la comunidad y Dios.
Para llegar a Dios, los cristianos tienen que pasar por Jesús, verdadero camino para el Padre y el único sendero que debe practicar la comunidad cristiana. El se ha definido en el evangelio de Juan como camino, verdad y vida, o como camino que lleva a la verdad que es y conduce a la vida. Y la vida florece en plenitud cuando está impregnada de amor sin aspavientos ni deseos de protagonismo, cuando se sabe ocupar el único lugar de libre elección del cristiano: el último puesto, para que no haya últimos, para que no haya quienes estén arriba y abajo, como Jesús se propuso. Maravillosa utopía que nos empuja para conseguir cuanto antes la única aspiración o meta que debe ponerse el cristiano: la de hacer un mundo de hermanos, igualados en el servicio mutuo.

REYNALDO RODRIGO ROMAN DIAZ. SVD

viernes, 20 de agosto de 2010

Domingo XXI del Tiempo Ordinario


MUCHOS INTENTARÁN ENTRAR Y NO PODRÁN

Jesús continúa su viaje a Jerusalén hacia la cruz, pasando por pueblos y aldeas en los que enseñaba. En este contexto uno pregunta a Jesús: Señor, ¿son pocos aquellos que se salvaran? La pregunta como se ve, apunta al número: ¿Cuántos vamos a salvarnos, pocos o muchos? La respuesta de Jesús traslada la atención del "cuántos" al " Cómo" nos salvamos.

Es la misma actitud que notamos a propósito de la parusía: los discípulos preguntan "cuando" se producirá el retorno del Hijo del hombre y Jesús responde indicando "cómo" prepararse para ese retorno, qué hacer durante la espera (Mt 24,3-4). Esta forma de actuar de Jesús no es extraña ni poco cortés; es la forma de actuar de alguien que quiere educar a los discípulos y pasar del plano de la curiosidad al de la sabiduría, de las preguntas ociosas que apasionan a la gente a los verdaderos problemas que sirven para el Reino. Entonces Jesús aprovecha la oportunidad, en este evangelio, para instruir a los discípulos sobre los requisitos de la salvación. La cosa nos interesa naturalmente en sumo grado también a nosotros, discípulos de hoy que estamos frente al mismo problema. Pues bien, ¿qué dice Jesús respecto del modo de salvarnos? Dos cosas: una negativa, una positiva; primero, lo que no sirve y no basta, después lo que sí sirve para salvarse. No sirve, o en todo caso no basta, para salvarse el hecho de pertenecer a determinado pueblo, a determinada raza o tradición, institución, aunque fuera el pueblo elegido del que proviene el Salvador: "Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas... No sé de donde son ustedes" en el relato de Lucas, es evidente que los que hablan y reivindican privilegios son los judíos; en el relato de Mateo, el panorama se amplía: estamos ahora en un contexto de Iglesia; aquí oímos a cristianos que presentan el mismo tipo de pretensiones: " Profetizamos en tu nombre (o sea en el nombre de Jesús), hicimos milagros... pero la respuesta de Señor es la misma: ¡ no los conozco, apártense de mí! (Mt 7, 22-23). Por lo tanto, para salvarse no basta ni siquiera el simple hecho de haber conocido a Jesús y pertenecer a la Iglesia; hace falta otra cosa.

Justamente esta "otra cosa" es la que Jesús pretende revelar con las palabras sobre la "puerta estrecha". Estamos en la respuesta positiva, en lo que verdaderamente asegura la salvación. Lo que pone en el camino de la salvación no es un título de propiedad (no hay títulos de propiedad para un don como es la salvación), sino una decisión personal. Esto es más claro todavía en el texto de Mateo que contrapone dos caminos y dos puertas - una estrecha y otra ancha - que conducen respectivamente una al vida y una a la muerte: esta imagen de los dos caminos Jesús la toma de (Deut 30,15ss) y de los profetas (Jer 21,8); fue para los primeros cristianos, una especie de código moral. Hay dos caminos - leemos en la Didaché - uno de la vida y otro de la muerte; pero la diferencia entre los dos caminos es grande. Al camino de la vida le corresponden el amor a Dios y al prójimo, el bendecir a quien maldice, el mantenerse alejado de los deseos carnales, perdonar a quien te ofende, ser sincero, pobre; en suma; los mandamientos de Dios y las bienaventuranzas de Jesús. Al camino de la muerte le corresponden, por el contrario, la violencia la hipocresía, la opresión del pobre, la mentira; en otras palabras lo opuesto, a los mandamientos y a las bienaventuranzas.

La enseñanza sobre el camino estrecho encuentra un desarrollo muy pertinente en la segunda lectura de hoy: "El Señor corrige al que ama... "el camino estrecho no es estrecho por algún motivo incomprensible o por un capricho de Dios que se divierte haciéndolo de esa manera, sino que se puesto por medio el pecado, porque ha habido una rebelión, se salió por una puerta; el conflicto de la cruz es el medio predicado por Jesús e inaugurado por él mismo para remontar esa pendiente, revertir esa rebelión y "volver a entrar"

Pero ¿porqué camino "ancho" y camino " estrecho"? ¿acaso el camino del mal es siempre fácil y agradable de recorrer y el camino del bien siempre duro y cansador? Aquí es importante obrar con discernimiento para no caer en la misma tentación del autor del salmo 73. También a este creyente del antiguo testamento le había parecido que no hay sufrimiento para los impíos, que su cuerpo está siempre sano y satisfecho, que no se ven golpeados por los demás hombres, sino que están siempre tranquilos amasando riquezas, como si Dios tuviera, además, preferencia por ellos; el salmista se escandalizó por esto, al punto de sentirse tentado de abandonar su camino de inocencia para hacer como los demás. En este estado de agitación, entro en el templo y se puso a orar, y de repente vio con toda claridad ; comprendió "cuál es su fin" o sea el fin de los impíos, empezó a albar a Dios y darle gracias con alegría porque todavía estaba con él. Por consiguiente, la luz se hace orando y considerando las cosas desde el fin, o sea, desde su desenlace.

Volvamos al hilo del discurso; Jesús rompe el esquema y lleva el tema al plano personal y cualitativo no solo es necesario pertenecer a una determinada "comunidad" ligada a una serie de prácticas religiosas que nos dan la garantía de la salvación. Lo importante es atravesar la puerta estrecha es decir el empeño serio y personal por la búsqueda del reino de Dios, esta es la única garantía que nos da la certeza que se está en el camino que nos conduce a la luz de la salvación. Jesús ha repetido muchas veces este concepto " no todos los que me dicen Señor, Señor entraran en el Reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre que esta en los cielos".

Comer y beber el cuerpo y la sangre de Señor, escuchar su Palabra, multiplicar las oraciones es importante pero no es suficiente para alcanzar la Salvación, porque como afirma Dios por boca del profeta Isaías " no puedo soportar falsedad y solemnidad" (1,13) al rito se debe unir la vida, la religión debe impregnar toda la vida la oración debe orientarse a la práctica de la caridad, la liturgia debe abrirse a la justicia y al bien de otra manera como han dicho los profetas el culto es hipócrita y es incapaz de llevarnos a la salvación, y escucharemos las palabras de Jesús "aléjense de mi operarios de iniquidad, el acento esta en las obras, expresión de una vida coherente con la fe que profesamos.

La imagen que Jesús usa inicialmente es aquella de la "puerta estrecha" ella representa muy bien el empeño que es necesario para alcanzar la meta de la salvación, el verbo griego usado por Lucas agonizesthe es traducido por "esforzarse" indica una lucha, una especie de "agonía " incluye fatiga y sufrimiento, que envuelve a toda la persona en el camino de fidelidad a Dios.

La vida Cristiana es una vida de lucha diaria por elevarse a un nivel espiritual superior; es erróneo cruzarse de brazos y relajarse después de haber hecho un compromiso personal con Cristo. No podemos quedarnos estancados en nuestra fidelidad al reino de Dios.

Creer es una actitud seria y radical y no solo se reduce a ciertos actos de devoción, estos pueden ser signos de una adhesión radical; finalmente al Reino de Dios son admitidos todos los justos de la tierra que han luchado, amado y se han esforzado por su fe con sinceridad de corazón, esto significa que el cristianismo se abre a todas las razas, a todas las culturas, a todas las expresiones sociales y personales sin ninguna restricción.

Reynaldo Rodrigo Roman-Diaz. SVD


jueves, 12 de agosto de 2010

Solemnidad de la Asuncion de la Virgen Maria


MARIA, ANIMA NUESTRA ESPERANZA.

A la mitad del mes de agosto, estalla la alegría en la liturgia de la Iglesia.. La alegría de la plenitud de las cosechas llega a su plenitud ahora al celebrar la Asunción de la Virgen María. Ella, la madre de Jesús, es la «primera cristiana», debería ser también la primera en llegar hasta Jesús. La fe de la iglesia ha querido ver en ella la confirmación definitiva de que nuestra esperanza tiene sentido. De que esta vida, aunque nos parezca que está enferma de muerte, está en realidad preñada de vida, de una vida que se manifiesta ya en nosotros y que debemos celebrar ya aquí y ahora. Y en primer lugar, en María, Madre de Jesús y Madre nuestra.

En la primera lectura encontramos un combate frontal entre la debilidad de una mujer a punto de dar a luz y la crueldad de un monstruo perverso y poderoso que se ha apropiado de una buena parte del mundo y quiere arrebatarle el hijo a la mujer. El Apocalipsis, hace un relato rico en simbología en el cual las comunidades cristianas pueden estar representadas en la mujer, reconociendo que un sector del cristianismo de los primeros días tuvo un alto influjo de la persona de María y de la presencia femenina en medio de ellas, como sostenedoras de la fe y la radicalidad. Por otra parte el monstruo, es un sinónimo del aparato imperial. Con sus respectivas cabezas y cuernos representa los tentáculos del poder civil, militar, cultural, económico y religioso, que está empeñado en eliminar al cristianismo, por su talante profético, ya que se ha tornado incómodo para los poderosos de la tierra.

La segunda lectura, abre bellamente con una metáfora de la resurrección de Cristo como primer fruto de la cosecha, y luego clarifica cómo todos lo que en Cristo viven, en Cristo mueren, también en Cristo resucitarán. Se trata de una afirmación de la vida plena para los que asumen el proyecto de Jesús como propio y en ese sentido se hacen partícipes de la Gloria de la resurrección.
En el evangelio, el canto de alegría de María que se proclama en el Evangelio se hace nuestro canto. Tenemos pocos datos sobre María en los evangelios. Los estudiosos nos dirán que, casi seguro, este cántico, el Magnificat, no fue pronunciado por María, sino que es una composición del autor del Evangelio de Lucas. Pero no hay duda de que, aun sin ser histórico, recoge el auténtico sentir de María, sus sentimientos más profundos ante la presencia salvadora de Dios en su vida. Es un cántico de alabanza. Esa es la respuesta de María ante la acción de Dios. Alabar y dar gracias. No se siente grande ni importante por ella misma, sino por lo que Dios está haciendo a través de ella.

"Proclama mi alma la grandeza del Señor". María goza de esa vida en plenitud. Su fe la hizo vivir ya en su vida la vida nueva de Dios. Hay un detalle importante. Lo que nos cuenta el evangelio no sucede en los últimos días de la vida de María, cuando ya suponemos que había experimentado la resurrección de Jesús, sino antes del nacimiento de su Hijo. Ya entonces María estaba tan llena de fe que confiaba totalmente en la promesa de Dios. María tenía la certeza de que algo nuevo estaba naciendo. La vida que ella llevaba en su seno, aún en embrión, era el signo de que Dios se había puesto en marcha y había empezado actuar en favor de su pueblo.

Más de una vez, en alguna dictadura, este canto de María se ha considerado como revolucionario y subversivo. Y ha sido censurado. Ciertamente es revolucionario, y su mensaje tiende a poner patas arriba el orden establecido, el orden que los poderosos intentan mantener a toda costa. María, llena de confianza en Dios, anuncia que Él se ha puesto a favor de los pobres y desheredados de este mundo. La acción de Dios cambia totalmente el orden social de nuestro mundo: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. No es eso lo que estamos acostumbrados a ver en nuestra sociedad. Tampoco en tiempos de María. La vida de Dios se ofrece a todos, pero sólo los humildes, los que saben que la salvación sólo viene de Dios, están dispuestos a acogerla. Los que se sienten seguros con lo que tienen, esos lo pierden todo. María supo confiar y estar abierta a la promesa de Dios, confiando y creyendo más allá de toda esperanza.
Hoy María anima nuestra esperanza y nuestro compromiso para transformar este mundo, para hacerlo más como Dios quiere: un lugar de fraternidad, donde todos tengamos un puesto en la mesa que nos ha preparado Dios. Pero en este día María anima sobre todo nuestra alabanza y acción de gracias. María nos invita a mirar a la realidad con ojos nuevos y descubrir la presencia de Dios, quizá en embrión, pero ya presente, a nuestro alrededor. María nos invita a cantar con gozo y proclamar, con ella, las grandezas del Señor.

Nota crítica. A estas alturas, es importante no hablar de la Asunción de María sencillamente como quien da por supuesto un viaje cuasi-sideral de María al cielo... No es necesario detenerse una vez más en el análisis del tema de los «dos pisos» de la cosmovisión religiosa clásica... Pero sí es necesario, aunque sea con un simple leve inciso, recordar a los oyentes que no estamos describiendo un asunción literal, un traslado físico, sino una expresión metafórica, para que no se entienda mal todo lo que con una bella estética bíblico-litúrgica podamos decir al respecto.

Reynaldo Rodrigo Roman Diaz. SVD.

sábado, 7 de agosto de 2010

Domingo XIX del Tiempo Ordinario



ESTEN PREPARADOS CON LAS LAMPARAS ENCENDIDAS.

En la primera lectura, los israelitas, oprimidos en Egipto, experimentaron que el Señor era su salvador, la noche en que murieron los primogénitos de los egipcios. Por eso aquella noche tuvo una significación trascendental para la historia de los hebreos. Les recordaba las promesas que Dios había hecho a sus padres; que desde entonces Israel fue un pueblo libre y consagrado al Señor. La primera cena del cordero pascual sirve de modelo a lo que había de ser centro de la vida religiosa y cultural.

La participación en un mismo sacrificio simbolizaba la unión solidaria de un pueblo en un destino común. La celebración pascual recuerda que Dios no cesa de elegir a su pueblo entre los justos y de castigar a los impíos.

San Pablo nos afirma que la fe de Abraham y de los patriarcas sirven de ejemplo para estimular la perseverancia en la fe que lleva a la salvación. La carta a los Hebreos aduce una serie de testigos. Abraham, lo mismo que los hebreos del siglo I, conoció la emigración, la ruptura respecto al medio familiar y nacional y la inseguridad de las personas desplazadas. Pero en esas pruebas encontró Abraham motivo para ejercer un acto de fe en la promesa de Dios.

La fe enseña a no darse por satisfechos con los bienes tangibles ni con esperanzas inmediatas. Abraham creyó por encima de la amenaza de la muerte. Sufrió los efectos de esterilidad de Sara y la falta de descendencia. Esta prueba fue para él la más angustiosa porque el patriarca se acercaba a la muerte sin haber recibido la prenda de la promesa. Aquí se hace realidad la última calidad de la fe: aceptar la muerte sabiendo que no podrá hacer fracasar el designio de Dios.

Más que el sufrimiento, es la muerte el signo por excelencia de la fe y de la entrega de uno mismo a Dios. Abraham creyó en un “por encima de la muerte”, creyó le sería concedida una posteridad incluso en un cuerpo ya apagado, porque le había sido prometida. Esta fe constituye lo esencial de la actitud de Cristo ante la cruz. También se entregó a su Padre y a la realización del designio divino, pero tuvo que medir el fracaso total de su empresa: para congregar a toda la humanidad, se encuentra aislado pero confiado en un por encima de la muerte que su resurrección iba a poner de manifiesto.

En este mismo enlace, el evangelio de hoy nos presenta unas recomendaciones que tienen relación con la parábola del domingo anterior del rico necio. Los exegetas se diversifican en cuanto a la estructura que presente el texto y no determinan las unidades de las que se compone. La actitud de confianza con el que inicia el texto no debería de omitirse “no temas, rebañito mío, porque su Padre ha tenido a bien darles el reino”. Esta exhortación a la confianza, al estilo veterotestamentario y que gusta a Lucas, expresa la ternura y protección que Dios ofrece a su pueblo, pero expresa también la auto-comprensión de las primeras comunidades: conscientes de su pequeñez e impotencia, vivían, sin embargo, la seguridad de la victoria. La bondad de Dios, en su amor desmedido, nos ha regalado el reino. Desde aquí tenemos que entender las exhortaciones siguientes. Si el reino es regalo, lo demás es superfluo (bienes materiales). Recordemos los sumarios de Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

Lucas invita a la vigilancia, consciente de la ausencia de su Señor, a una comunidad que espera su regreso, pero no de manera inminente como sucedía en las comunidades de Pablo (cf. 1Tes.4-5). La Iglesia de Lucas sabe que vive en los últimos días en los que el hombre acoge o rechaza de forma definitiva la salvación que se regala. Cristo ha venido, ha de venir; está fuera de la historia, pero actúa en ella. La historia presente, de hecho, es el tiempo de la iglesia, tiempo de vigilancia.

En esta afinada concepción de la historia, aparecen varias recomendaciones en lo que puede considerarse como los “retazos de una hipotética parábola”. Lo importante será descubrir en cuál de esas recomendaciones centramos la llegada que hay que esperar de manera vigilante. La predicación histórica de Jesús tienen estas máximas sobre la vigilancia y la confianza. Ahora, en este texto se les reviste de carácter escatológico. El punto clave reside en la invitación “estén preparados”; o lo que es lo mismo, lo importante es el hoy. A la luz de una certeza sobre el futuro, queda determinado el presente. Esta es la comprensión de la historia de Lucas: “se ha cumplido hoy” (4,21), “está entre ustedes” (17,20-21) y “ha de venir” (17,20).

El Reino es, al mismo tiempo, presente y algo todavía por venir. De aquí la doble actitud que se exige al cristiano: desprendimiento y vigilancia. Es necesario desprenderse de los cuidados y de los bienes de este mundo, dando así testimonio de que se buscan las cosas del cielo.

La vigilancia cristiana es inculcada constantemente por Cristo (Mc 14,38; Mt 25,13). La vida del cristiano debe ser toda ella una preparación para el encuentro con el Señor. La muerte que provoca tanto miedo en el que no cree, para el cristiano es una meditación: marca el fin de la prueba, el nacimiento a la vida inmortal, el encuentro con Cristo que le conduce a la Casa del Padre.

La intervención de Pedro, demuestra que la exhortación de Jesús sobre el significado de actuar y perseverar en vigilancia es en primer lugar referido a aquellos que son “la cabeza” de la comunidad, o mejor dicho para los que “están al servicio” de la comunidad. La resurrección a la vida depende del modo como ejercitaron ese servicio.

Reynaldo Rodrigo Román-Díaz. SVD