viernes, 26 de marzo de 2010

Domingo de Ramos



EL REY DEL AMOR ALABADO CON PALMAS.

La entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, que precisamente hoy recordamos, fue un impresionante recibimiento, pues la población lo aclamó como el Mesías, el esperado por tanto tiempo por el pueblo de Israel. Esta aclamación de Jesús por la mayoría del pueblo fue ciertamente provocada por el apoteósico milagro realizado pocos días antes: el haber vuelto a la vida a un muerto ya sepultado y en franco proceso de deterioro.

Hoy, Domingo de Ramos, además de recibir las palmas benditas, la Liturgia nos introduce en los detalles de la Pasión de Cristo. En efecto este año leemos la Pasión según la narra San Lucas (Lc. 22, 14 - 23, 56).

Meditar la Pasión del Señor es siempre un ejercicio muy provechoso para nuestra vida espiritual. Y resulta más provechoso cuando podemos personalizar los efectos de la Pasión, cuando podemos percatarnos de que cada sufrimiento de Jesús fue por mí y para mí. Caer en la cuenta de que yo personalmente estuve en el corazón y en la mente de Cristo en esos momentos es muy conveniente para aprovechar las gracias de redención que emanan de la Pasión salvadora de Jesús.

Parece que así lo reconoce San Pablo cuando escribe en primera persona: “me amó a mí y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 5, 2). Y se entregó al extremo, de manera que su cuerpo mortal quedó vacío de toda sangre y agua, al punto de que sus huesos podían verse y contarse a través de su piel (Sal. 22, 18).

Valga esto para resumir los sufrimientos físicos extremos que padeció por cada uno de nosotros ... (personalicemos) por mí, para salvarme, para pagar mi rescate. Y, como leemos en la Primera Lectura, los sufrió sin quejarse en ningún momento. “No he opuesto resistencia ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No respondí a insultos y salivazos ...” (Is. 50, 4-7).

Pero quedan también los sufrimientos morales ... ¡En qué medida también los sufrió! Para muestra, como introducción basta con detenernos en la oración en el Huerto de los Olivos, la noche antes de su muerte. ¡Qué sufrimiento tan atroz, pues esa noche pudo vislumbrar en qué consistiría su Pasión y Muerte! Podemos decir que sufrió su pasión por anticipado. Allí Jesús, escondida su divinidad, en oración ante su Padre, siente la angustia horrorosa de su próxima muerte en el mayor de los sufrimientos.

La medida de su dolor debe haber sido la misma medida de su amor. Y su Amor es infinito, sin medida. Pensemos solamente en que por su divinidad -aunque medio escondida en estos terribles momentos- Jesús podía conocer todas las ofensas que nosotros los seres humanos habíamos hecho y habríamos de hacer a Dios desde el principio del mundo hasta el final. Como El cargó con todas nuestras culpas, deseaba entonces reparar por nuestros pecados ante el Padre y que así quedaran satisfechas todas nuestras ofensas.

El ofendido era Dios; los ofensores, humanos. Sólo Dios-Hombre podía repara tal ofensa. La falta a un ser Infinito por parte de nosotros los seres humanos, requería una satisfacción infinita que sólo Jesús, Dios y Hombre verdadero, podía dar.

A esta carga se unía el que, dado su infinito Amor por cada uno de nosotros, le invadía una mayor tristeza aún por vernos ofendiendo al Padre. La agonía no quedaba allí, sino que a esto se agregaban nuestros desagradecimientos y falta de correspondencia a todos estos sufrimientos suyos. El ver que ¡tantos! desperdiciarían los indescriptibles tormentos que El padecería en su inminente Pasión y Muerte, pudo haber sido la mayor causa de esa agonía. ¡El desprecio nuestro a su amor y a su entrega tiene que haber sido insoportable!

Tal fue el sufrimiento que tuvo que venir un Ángel para animarlo en su oración. ¿Qué misterioso consuelo traería el Ángel a su Dios? Algunos ha especulado que, ante la angustia por todos los que desperdiciarían las gracias de redención, el consuelo angélico pudo haber sido el haberle recordado los muchos que sí se salvarían por su sufrimiento. De allí que, nuevamente, por tercera vez, Jesús repite: “Padre, si es posible que pase de mí esta prueba, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.

Modelo de oración para todo momento: en alegrías y en tristezas, en las dificultades y cuando no las hay, para uno mismo y para los demás. Modelo de oración para poder cumplir la petición que hizo a sus Apóstoles esa noche: “Velen y oren para no caer en tentación”.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Óscar Romero en anécdotas

Óscar Romero en anécdotas

Julián Miglierini


Un amigo divertido, un jefe estricto, una figura del pueblo, un sacerdote resuelto o un líder preocupado: cinco personas que conocieron de cerca al Arzobispo de San Salvador Óscar Arnulfo Romero -de cuyo asesinato se cumplen 30 años este miércoles- relatan a BBC Mundo los diferentes aspectos del lado personal del hombre que hoy es un mito.

RICARDO URIOSTE

Ricardo Urioste fue asistente personal de Oscar Romero durante sus años como arzobispo. Pero inicialmente consideraba que Romero pertenecía al ala más conservadora de la Iglesia Católica.

"Él quería escuchar a la iglesia de la calle"

Pero con una palabra, Romero lo convenció para que se sume a su equipo.

"Fui al seminario, toqué el timbre y quien me abrió la puerta fue monseñor Romero. Por supuesto, lo saludé, pero él me respondió con una sola palabra: 'Ayúdame'. Pero me lo dijo con tal humildad, con tal sinceridad", cuenta Urioste.

Además, no tardó mucho en darse cuenta que Romero se sentía cercano al pueblo salvadoreño.

"Me acuerdo una ocasión cuando preguntó algo a los 'cerebros' del arzobispado, a los que consideraba más inteligentes, y ellos le respondían. Él sólo tomaba notas. Después de una hora y media, terminó la reunión y él bajó las escaleras del seminario. Había un hombre pidiendo limosna. Y monseñor Romero se le acercó. ¿Y qué hizo? Le preguntó a ese hombre lo mismo que nos había preguntado a nosotros durante la reunión. Y lo que entendí en esa actitud es que él quería escuchar a la iglesia de la calle."

LUZ ISABEL CUEVA

En 1980, la hermana Luz Isabel Cueva vivía en el Hospital La Divina Providencia, donde también vivía Romero y donde encontró su trágico final.

Pero esta religiosa mexicana también recuerda con cariño los momentos divertidos de la convivencia con Óscar Romero.

"Una mañana él vino al desayuno y dijo: "Pensé que hoy no me despertaría; pensé que era mi última noche. Porque escuché fuertes pasos, como de botas militares, en el techo de mi casa", recuerda Cueva.

"Y dijo: 'aquí tengo las pruebas'. Todos pensábamos que nos iba mostrar balas o algo. Pero después, sacó de sus bolsillos dos aguacates y dijo: 'Éstas son las pruebas'. Porque tenía un árbol de aguacates que crecía al lado de su casa y los aguacates caían sobre el techo haciendo un ruido similar al de las botas militares..."

PATRICIA MORALES

Patricia Morales era una adolescente cuando pudo ver, en primera persona, el tormento que afectaba al arzobispo en plena convulsión política de El Salvador.

"Nos acercamos y le dijimos: 'Hola, ¿cómo está?' Y respondió con una sola palabra: 'Preocupado'"

"Mi hermana y yo lo vimos dos días antes de su muerte, en el lugar adonde fue asesinado, la capilla. Nosotros fuimos a una boda allí. Y después de la boda, cuando salimos, lo vimos."

"Estaba caminando por el rosedal, vestido de blanco. Nosotras éramos adolescentes, y dijimos: 'Mira, Monseñor Romero, vamos a saludarlo, está solo!' Y nos acercamos y le dijimos: 'Hola, ¿cómo está?' Y respondió con una sola palabra: 'Preocupado'. Fue muy amable, pero dijo sólo eso: 'Preocupado'".

FRANCISCA GUTIÉRREZ

A sus 93 años, Francisca Gutiérrez, una campesina de la zona norte de El Salvador, recuerda el día que Monseñor Romero vino a visitar su pueblo, Los Sitios Arriba.

Dado que se pensaba que la zona era un bastión de la guerrilla, un cordón militar intentó detener el paso del arzobispo ese día de 1979.

Pero Francisca y otros habitantes se acercaron a donde habían detenido a Romero. Y empezaron a cantar.

"Mi hijo me decía 'cállate mamá, esas son canciones de protesta'. Pero yo cantaba: 'No tenemos miedo, no tenemos miedo'. Así fue. Y al final lo dejaron pasar. Tuvimos un hermoso día con él. Fue la última vez que vino".

SALVADOR BARRAZA

Salvador Barraza fue durante años el chofer personal de Romero. Lo acompañaba en sus visitas pastorales a todo el país e incluso al extranjero.

Barraza dice que eran amigos y se divertían mucho, pero que la disciplina de Romero se hacía notar.

"Moseñor Romero era relojito, muy puntual y yo era todo lo contrario. Una vez teníamos que ir creo a Guatemala y él, a las cinco de la mañana, ya estaba listo. Y yo tranquilo, en la cama, bien dormido. Mi sobrina me tocó la puerta y me dijo: '¡Ahí está Monseñor!'… Entonces me vestí y salí corriendo.

"Y cuando íbamos llegando a una gasolinera en Santa Ana, me dijo: 'Vé a lavarte, si sólo te vestiste y saliste". Era muy estricto y muy exacto", recuerda Barraza.


http://www.bbc.co.uk/mundo/america_latina/2010/03/100324_0930_romero_salvador_anecdotas_wbm.shtml

© BBC 2010



sábado, 20 de marzo de 2010

V Sunday of Lent


THE COMPASSION OF JESUS
V SUNDAY OF LENT

As we go on in life we tend to set a higher value on the virtue of kindness-plain, ordinary, everyday kindness. But we recall fondly times when we acted kindly. Kindness is essential to true justice. Jesus was especially kind to individuals whom he was called to judge. The classic example is the woman caught in adultery.
The story warns us against being too quick to take the high moral ground. Which of us is without sin? We must learn from the example of Jesus. He condemned the woman´s sin, but refused to condemn her. It is not that sin did not matter to him. It did. But he distinguished between the sin and the sinner. He condemned the sin but pardoned the sinner.
And his over-riding motive in all of this was compassion. It was not a question of being liberal, but of being compassionate. The holier a person is the less he/she is inclined to judge others. In every human being there is a dimension which escapes the powers of judgement of any other human being.
Jesus refused to condemn her. But he did say to her, “Go and sin no more”. In other words, he did not deny her sin. He got her to own it and take responsibility for it. It is much easier to deny it, to excuse it, or blame it to others. When one faces it and deals with it, there is no more blame, or regret, or remorse, or despair.
The compassion and forgiveness of Jesus give life. The woman went away free- free change her behaviour, and to regain her self-respect. Jesus reminds us that people are capable of changing if given the chance. The mission of the Church is to be a place of forgiveness so that those who fail (all of us in different ways and degrees) may experience the love and compassion of the One who refused to condemn. The Church ought to be a community of grace, a community free from legalism, a community which will not condemn but will love, a community which is more concerned about mercy than justice.
Mercy, of its nature, is pure gift. It is something we all stand in need of, and hence it is something we must to be ready to extend to others. The lord said, “Blessed are the merciful; they will obtain mercy.”

Reynaldo Rodrigo Roman-Diaz. SVD.

viernes, 19 de marzo de 2010

Quinto Domingo de Cuaresma


LA MIRADA DE JESUS.

En tiempos de Jesús a las mujeres que cometían adulterio se les daba muerte lanzándoles piedras. Hay algunas religiones que aún en la actualidad siguen con estas costumbres. ¡Horrible castigo morir apedreado!

Esto nos trae al recuerdo a San José, hombre bueno, esposo virginal de la Virgen María, quien al notar que ella estaba embarazada, sin saber que el bebé en su vientre era el Hijo de Dios, engendrado por el Espíritu Santo, pensó “dejarla en secreto para no ponerla en evidencia”.

Distinto fue el caso de los acusadores de la mujer adúltera, que nos trae el Evangelio de hoy (Jn. 8, 1-11). Estos hombres llevaron a la mujer pecadora, arrastrada hasta donde se encontraba Jesús, con la intención, nos dice el Evangelio de “ponerle (a Jesús) una trampa y poder acusarlo” ¿En qué consistía la trampa? Si ordenaba apedrearla, ¿dónde quedaban el perdón y la misericordia?, y si no accedía al castigo mortal, ¿dónde quedaba el cumplimiento de la Ley que lo estipulaba?

Pero Jesús, no hace ni una cosa, ni la otra, sino todo lo contrario. Nos cuenta el relato de San Juan que sin siquiera levantar la mirada para ver a la mujer culpable, ni tampoco a sus acusadores, comienza a escribir sobre el polvo del suelo. Como creen que Jesús no les está haciendo caso, vuelven a insistir. Entonces el Señor se incorpora y les responde: “Aquél de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Luego se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo. Poco a poco, uno tras otro comenzaron a marcharse.

¿Cuál sería esa escritura misteriosa que con aparente desdén Jesús hacía sobre el polvo? Algunos piensan que escribía los pecados de los acusadores. Por supuesto, no les quedó más remedio que marcharse.

Se quedan solos la pecadora y Jesús. ¡Qué conmovedora escena! Ella no se excusa, se sabe culpable, está de pie frente a El. Jesús vuelve a levantarse y le pregunta: “¿Dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado? ... Tampoco yo te condeno. El, que sí hubiera podido tirar la primera piedra, no la condena, la perdona.

Pero agrega algo muy importante: “Vete y no vuelvas a pecar”. Jesús no la apoya en su pecado. Muy por el contrario: le ordena que no peque más.

Muchas enseñanzas en este impactante relato bíblico. Dios conoce todos nuestros pecados, hasta nuestros más escondidos pecados. Y sólo espera que estemos a sus pies para perdonarnos y pedirnos que no volvamos a pecar. No debemos temer, por más grave que pueda ser nuestro pecado, por más fea que pueda ser nuestra falta. Dios lo único que desea es la aceptación de nuestra culpa y nuestro arrepentimiento.

La mujer adúltera no le dijo nada a Jesús, pero su silencio fue la aceptación de su falta su mejor actitud fue que no buscó excusarse. ¿Cuántas veces nos buscamos atenuantes y damos excusas para nuestras faltas, en vez de reconocernos culpables?

Jesús escribió las faltas de los acusadores sobre el polvo. Así escribe las nuestras. No las escribe en algo permanente. Quedan allí, en el polvo, hasta que la gracia del perdón, obtenida por el reconocimiento de nuestros pecados, humedece el polvo, y nuestras faltas perdonadas pasan al olvido.

Jesús no quiere acusar, ni llevar la cuenta, sino perdonar y olvidar. Espera que nos arrepintamos de veras y que nos acerquemos a El en los sacramentos.

Nadie tiene derecho a condenar a nadie. Nadie puede tirar la primera piedra. Todos somos culpables de algo. Reconocer nuestras culpas nos ayuda a no estar pendientes de las de los demás. No acusar es ya el camino hacia la compasión y el perdón de los demás. Dios, Quien sí podría acusarnos, no lo hace, pero espera que nos acerquemos arrepentidos para perdonarnos.

Y así el Señor hace “algo nuevo”, como nos dice la Primera Lectura (Is. 43, 16-21). “No recuerden lo pasado, ni piensen en lo antiguo Yo voy a realizar algo nuevo”. ¿Qué es ese “algo nuevo”? Lo que va haciendo la gracia de Dios en nosotros cuando, aceptando nuestras culpas, nos arrepentimos y nos enmendamos de veras. “Voy a abrir caminos en el desierto y haré que corran los ríos en la tierra árida”. Así puede fluir su gracia, abriendo caminos e irrigando el desierto de nuestra alma.

Ese “algo nuevo”, dejando atrás lo viejo es lo que nos explica San Pablo en la Segunda Lectura (Flp. 3, 8-14). Dejar atrás lo viejo es lo que pidió Jesús a la mujer adúltera: “No peques más”. Para ella, en ese momento, era dejar su vida de pecado. El comienzo es no pecar más. La continuación puede ser mucho más que eso: es preferir a Dios por encima de cualquier otra cosa o persona.

Con mucha crudeza lo expresa San Pablo, pero con mucha veracidad: “Nada vale la pena, en comparación con el Bien Supremo... he renunciado a todo, y todo lo considero como basura, con tal de estar unido a Cristo”.

Ese “todo basura” de San Pablo no es sólo el pecado. Es todo lo que no nos lleva a amar a Cristo. San Pablo renunció a todo para amar a Dios sobre todo lo demás y sobre todos los demás. Nosotros debemos comenzar por el “no peques más” de la adúltera, pero no debemos quedarnos en eso. Una vez ubicado “el Bien Supremo” ¿qué hacemos tras otras cosas que no nos llevan a El?

No creamos, sin embargo, que el amar a Dios sobre todas las cosas y personas, sea una acción automática. Preferir a Dios se convierte en un proceso que suele llevarnos toda una vida. En eso consiste el camino de la santidad, bien descrito por San Pablo: “No quiero decir que haya logrado ya ese ideal... pero me esfuerzo en conquistarlo ... Todavía no lo he logrado. Pero, eso sí, olvido lo que he dejado atrás y me lanzo hacia adelante, en busca de la meta y del trofeo al que nos llama Dios desde el Cielo”.

En el Salmo 125 reconocemos “las grandes cosas que ha hecho por nosotros el Señor”, cómo nos regresa del “cautiverio” del pecado, cómo cambia nuestro dolor en júbilo, referencias de lo que es la conversión y el perdón.

Reynaldo Rodrigo Román Díaz. SVD

sábado, 13 de marzo de 2010

Cuarto Domingo de Cuaresma



EL AMOR DEL PADRE

Las lecturas de este Cuarto Domingo de Cuaresma siguen teniendo como tema la conversión, idea central de toda la Cuaresma. El Evangelio nos trae la muy favorita parábola del Hijo Pródigo.

La Primera Lectura del Libro de Josué (Jos. 5, 9-12) nos presenta la celebración de la primera Pascua de los hebreos ya en la Tierra Prometida. “Todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo” (2 Cor. 5, 17-21), nos dice San Pablo en la Segunda Lectura. En efecto, atrás quedó la purificación de 40 años en el desierto y el maná como alimento diario. Dios ha perdonado las infidelidades de su pueblo y les ha dado un suelo del que comerán frutos sacados de la tierra.

En el Evangelio, también “lo viejo pasa y ya todo es nuevo” al regresar el hijo pródigo a la casa del padre y al ser perdonado por ese padre terrenal de esta bella historia, con el cual Jesús trata de describirnos cómo es su Padre, nuestro Padre, Dios.

Pero ... ¡cuántas veces no nos hemos escapado de Dios, huido de El ... y hasta hecho como el hijo pródigo, el cual tuvo la osadía de pedir su herencia antes de irse de la casa de su padre! ¡Y qué lección tan bella nos ha dejado Jesús en su Evangelio con esa historia del hijo pródigo para explicarnos cómo es con nosotros nuestro Padre, Papá Dios. (Lc. 15, 1-3 y 11-32).

Esa parábola, junto con la de la oveja perdida, nos hablan con maravillosa elocuencia sobre el Amor y la Misericordia de Dios. La del hijo pródigo tal vez sea una de las parábolas más conocidas del Evangelio. El hijo que gastó toda la herencia, herencia que ni siquiera le correspondía. Es la historia de cada uno de nosotros cuando hemos desperdiciado las gracias que Dios nuestro Padre nos ha dado, sin siquiera merecerlas.

El hijo, lleno de egocentrismo, de deseos de libertad, sin pedir opinión -mucho menos permiso- y sin importarle cómo se sentiría su padre, se va de la casa con el mayor desparpajo. Y ya sabemos la historia. Tenía que sucederle lo que le sucedió: despilfarró todo y llegó a la indigencia total. Tan grave era su necesidad que quiso comer de la comida de los cerdos, pero no lo dejaban. No le quedó más remedio que regresar a casa.

¡Cuántas veces no hemos hecho nosotros lo mismo con nuestro Padre Dios!
Nos hemos ido de su lado, en busca de independencia, sin contar con lo que son sus deseos e instrucciones. Deseos e instrucciones que son para nuestro bien. Pero como no las analizamos con un mínimo de sabiduría, solemos pensar que son para limitarnos, molestarnos o causarnos inconvenientes.

Peor aún es nuestra falta de agradecimiento y consideración para con Dios. ¡Todo los que nos ha dado y nos sigue dando en gracias! Y ¡cómo las despilfarramos! Además, ¿hemos pensado alguna vez cómo se ha sentido nuestro Padre con nuestra huída de casa?

Y no nos digamos -para aplacar nuestra conciencia o para jugar a ser teólogos- que Dios no siente. No sentirá como nosotros, pero es un hecho cierto que es el mismo Jesús, Dios Hijo, Quien nos cuenta esta historia -inventada por El para enseñarnos cómo es Su Padre, nuestro Padre- es el mismo Jesús, Dios Hijo. Y dentro de esa historia inventada y contada por El, nos da a conocer algunos detalles del corazón paterno de Dios, entre éstos, el dolor del padre y la nostalgia por la falta de su hijo.

Regresa el hijo a casa y la verdad sea dicha que no regresa por amor, sino por pura necesidad. Y aquí nos da Jesús la escena más conmovedora: “Estaba todavía lejos cuando el padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él y, echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos.” ¡Cuántas veces no se habría asomado el padre triste al camino para ver si por acaso al hijo se le ocurría regresar!

¡Cuántas veces no se asoma nuestro Padre Dios y nos ve descarriados por los caminos de nuestra indiferencia para con El, de nuestras preferencias por todo lo que nos aleja más de la casa y, triste, se vuelve para otearnos desde lejos en algún otro momento! (Es lenguaje figurado, pues Dios conoce hasta nuestros más insignificantes movimientos y nuestros más íntimos pensamientos. Podríamos decir que nos tiene “en pantalla” constantemente).

Y lo que esperaba de su padre el hijo que regresa, no sucede. ¡No recibe lo que merece su culpa! No hay reprensión, ni el más mínimo reclamo: sólo amor, perdón y ternura. Lo mismo pasa cuando nosotros, cual “hijos pródigos”, nos levantamos de nuestro error, de nuestras andanzas lejos de casa y decidimos regresar.

Por eso hemos cantado en el responsorio del Salmo: Haz la prueba y verás ¡qué bueno es el Señor!

Dios nos perdona, y nos perdona de tal manera, que ni siquiera nos reclama, ni nos pone a pagar lo que despilfarramos. Sin tomar en cuenta nada, nos invita a comenzar de nuevo.

Todo es amor y ternura para con el hijo que vuelve. Ropas nuevas que se nos dan con la absolución de nuestras culpas en la Confesión.

Y celebraciones y fiesta, “porque este hermano tuyo estaba muerto (muerto por el pecado) y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”.

Por cierto San Pablo en la Segunda Lectura (2 Cor. 5, 17-21) nos habla del “ministerio de la reconciliación”, clara alusión al Sacramento de la Confesión. En efecto, el Catecismo de la Iglesia Católica así lo ve, y al referir esta cita de San Pablo, (CIC #1442) nos dice que Cristo “confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico (Obispos y Sacerdotes), que está encargado del ‘ministerio de la reconciliación’ (de que nos habla San Pablo). El Apóstol es enviado ‘en nombre de Cristo’ y ‘es Dios mismo’ quien a través de él, exhorta y suplica: ‘Déjense reconciliar con Dios’”.

Y termina San Pablo su súplica a todos nosotros de arrepentimiento y confesión de esta manera: “Les suplicamos que no hagan inútil la gracia de Dios que han recibido ... Este es el momento favorable, éste es el día de salvación” (2 Cor. 5, 1-2). La Cuaresma es tiempo propicio para convertirnos y “volvernos justos y santos”, como también nos pide San Pablo en esta lectura (2 Cor. 5, 21).


Reynaldo R. Román Díaz. SVD

sábado, 6 de marzo de 2010

Tercer Domingo de Cuaresma


DIOS ES UN DIOS DE MISERICORDIA

Las lecturas de hoy nos describen algunos rasgos del Dios Yahvéh. En la primera lectura Dios aparece como fuego que no se consume y se define a sí mismo: Yo soy el que soy.

El evangelio por su parte nos presenta un Dios misericordioso que desea ardientemente la conversión del pecador, que sabe esperar antes de intervenir con su justicia. El Dios cristiano es también un Dios providente, que nos pone ante los ojos la historia de Israel para que estemos atentos y nos mantengamos en pie (segunda lectura).

1. Dios es fuego que no se consume. En la mentalidad antigua el fuego es símbolo de poder y de fuerza divinos. En el Antiguo Testamento es además símbolo de la presencia divina en la creación (el sol, el rayo...) y en el entramado histórico de los hombres. Puesto que Dios es eterno, el fuego de su presencia y de su poder no puede consumirse.

¡Qué hermosa manera de expresar la cercanía constante de Dios para con Moisés y para con los descendientes de Israel! La presencia poderosa de Dios entre los suyos, llega a plena realización en el momento en que el Verbo mismo de Dios se encarna en el seno de María y se hace en todo semejante al hombre, a excepción del pecado.

Jesús, durante su vida pública, dirá: He venido a traer fuego a la tierra y ¿qué es lo que quiero sino que arda?. Se trata del fuego que es Dios mismo, en su misteriosa proximidad al hombre; un fuego, que debe llamear, como una bandera enhiesta, en el corazón de la historia y de cada ser humano.

2. Dios se define a si mismo como EL QUE ES. Yahvéh dice a Moisés: Dirás a los israelitas: “Yo Soy” me envía a ustedes. El fuego de Dios no es destructor, sino amigo y benefactor del hombre, en quien el hombre puede poner su confianza.

Sin excluir una posible interpretación esencial del nombre divino revelado a Moisés, parece más apropiada, teniendo en cuenta el contexto, una interpretación existencial.

Como si Moisés dijera a los israelitas en Egipto: Me manda a ustedes el Dios en quien podrán tener la confianza y total seguridad de que los va a liberar. No sólo para los israelitas en Egipto, sino también para los judíos en otras épocas de su historia y para los cristianos en diversas ocasiones de estos veinte últimos siglos, la situación puede aparecer desesperada.

No hay horizontes, no hay casi esperanza. ¿Quién podrá salvarnos? ¿Quién podrá sacarnos de esta situación angustiosa? Dios ha repetido y seguirá repitiendo hasta el fin de los tiempos las mismas palabras que hallamos en la primera lectura: Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: ´Yo Soy´ me envía a ustedes. La confianza en estas palabras divinas renueva constantemente la historia.

3. Un Dios que anhela la conversión del hombre. Primeramente Moisés ´se convierte´ a Yahvéh y se pone en marcha hacia Egipto para llevar a cabo, de parte de Dios, la liberación de los israelitas. Jesús en el evangelio nos advierte que Dios no ama el castigo (los galileos asesinados en el templo y los 18 jerosolimitanos muertos al desplomarse la torre de Siloé, no murieron porque Dios los castigó), sino el arrepentimiento y la conversión. La historia de Israel y la historia del cristianismo son para todos nosotros una invitación fuerte a la conversión. Porque, como nos dice el evangelio, si no os convertís, pereceréis.

4. Un Dios paciente, que sabe esperar. Dios sabe que convertirse de verdad no es fácil, ni cosa de unas horas o días. Porque conoce el interior del hombre, Dios sabe esperar, no tiene prisas, cuando ve una disposición sincera para la conversión.

La parábola de la higuera, narrada por Jesús en el evangelio, es de gran consuelo para el hombre débil, y no pocas veces estéril en sus esfuerzos de conversión. Dios no sólo espera, además actúa en la conciencia humana para que se convierta y dé frutos.

¿Será el hombre tan ingrato ante tanta bondad y misericordia de Dios? Somos cristianos. No olvidemos que con Cristo ha llegado la plenitud de los tiempos, como nos recuerda la segunda lectura. Con la plenitud de los tiempos llega también la plenitud de la paciencia divina. ¿La rechazaremos? Señor, líbranos de este mal, el mal supremo.

Es por ello que las lecturas de hoy nos enseñan que hay que saber esperar al estilo de Dios. Una gran falta del apóstol, del cristiano comprometido, del misionero es o puede ser la impaciencia, la incapacidad para esperar el momento de Dios.

Un párroco, por ejemplo, puede sentirse impaciente ante ciertas situaciones por las que pasa la parroquia: padres que no bautizan a sus hijos, bautizos más sociológicos que religiosos, parejas de hecho o casadas sólo civilmente, notable disminución de la natalidad, ignorancia religiosa de los fieles, presencia activa y destructiva de los Testigos de Jehová, desintegración familiar, disenso sobre ciertas verdades de fe y de moral cristianas... ¿Para qué seguir, si son problemas diarios en la vida de un párroco?

Ante todo, conviene decir que junto a los problemas existen hechos confortantes dentro de la misma parroquia: una fe más madura y responsable, núcleos de vida cristiana renovada y floreciente, presencia generalmente positiva de grupos y movimientos eclesiales, creciente ayuda económica y moral a los más necesitados, etc. ¿No son estos hechos signos claros de esperanza?

Ante los problemas, que son muy reales, no perder los estribos; mucho menos, gastar las propias energías en lamentarse, impacientarse, mirar hacia el pasado... Hay que actuar, sí, actuar y saber esperar.

Actuar con fe y con amor, los medios más eficaces para cambiar la vida de los hombres. Esperar, sin prisas y sin pausa. Jamás decaer en la espera y esperanza. En la paciencia, nos dice Jesús, poseeréis vuestras almas; en la esperanza encontraremos nuestra salvación y la de nuestros hermanos.

Así también, como creyentes vivimos con la responsabilidad de No cesar de predicar al Dios Yahvéh. Dios es uno solo, por eso el Dios cristiano tiene rasgos comunes con el Dios en el que creen los judíos o los musulmanes. A pesar de ello, hay también aspectos diferenciales, que de ninguna manera deben ser callados.

Hay que hablar del Dios presente y cercano al hombre, del Dios misericordioso que sabe esperar... Y hay también que hablar del Dios que, siendo uno, coexiste en tres personas, algo que constituye el rasgo más diferencial de nuestra concepción cristiana de Dios. Por otro lado, es verdad que hay que hablar de problemas morales, de cambios de mentalidad, de laicismo y liberalismo ideológicos..., pero ¿no será algo mucho más importante hablar de Dios?

El cristianismo no es un sistema moral, que implica una religión; el cristianismo es ante todo y sobre todo una religión, una fe, de la que se deduce una moral, un modo de vivir y estar presente en el mundo y en la sociedad.

Puede ser que hablando más del Dios vivo y verdadero, algo cambie también el modo de vivir y de pensar de nuestros contemporáneos. ¡Acepta el reto!

Reynaldo R. Román Díaz. SVD