sábado, 17 de julio de 2010

Domingo XVI del Tiempo Ordinario


LA ACOGIDA

El texto de la primera lectura nos presenta una escena familiar. Abraham, sentado ante la tienda, recibe la visita del Señor. Abraham lo recibe con hospitalidad. Dios lo premia con la fecundidad de Sara.
Tres rasgos fundamentales caracterizan el texto: la fe de Abraham al reconocer al Señor. La hospitalidad con que se recibe al Señor y la familiaridad de Dios con Abraham y su familia. Es un bello ejemplo de la relación y acogida de Dios por el ser humano, la única posible para caminar.
Volvemos a encontrar en la segunda lectura de hoy el pensamiento de Pablo sobre el misterio de Dios y su revelación por medio de la predicación y lo que Pablo aporta a esa revelación por el sufrimiento. Cristo revela la riqueza de Dios en la pobreza de la cruz y el apóstol será el distribuidor de la misma a hombres y mujeres.
E n el Evangelio, Lucas nos presenta finalmente una anécdota perteneciente al fondo de las tradiciones recibidas por el evangelista en el círculo de sus discípulos, especialmente mujeres. Marta y María, hermanas de Lázaro, reciben en su casa al Señor.
El caso de Marta y María es aprovechado una vez más por Lucas para resaltar el valor de la escucha de la Palabra de Dios. Sin entrar en la teoría del valor de la contemplación sobre la acción, que se ha querido ver en las dos actitudes opuestas de Marta y María, lo cierto de la anécdota es que el Reino de Dios no puede dejarse distraer por una preocupación demasiado exclusiva por las realidades terrenas. Por otra parte escuchar la Palabra de Dios es todo, menos ocasional.
Nos encontramos con un cuadro familiar en el que Jesús visita en su casa a unas amigas suyas. Ellas, Marta y María lo reciben en su casa. Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio para atender al huésped, y Jesús la reprende porque anda inquieta “con tantas cosas”.. Marta no encuentra la colaboración de nadie. La hermana, en efecto, se ha sentado a los pies de Jesús y está ocupada completamente en la escucha de su palabra.
El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil direcciones “del ama de casa”. ¿Cuál es, pues, el error de Marta? El no entender que la llegada de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay que perder, y por consiguiente la necesidad de sacrificar lo urgente a lo importante.
Pero el desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste respecto a la postura asumida por la hermana. María, frente a Jesús, elige “recibirlo”, Marta, por el contrario, toma decididamente el camino del dar, del actuar; María se coloca en el plano del ser y le da la primacía a la escucha.
Marta se precipita a “hacer” y este “hacer” no parte de una escucha atenta de la palabra de Dios, y consiguientemente se pone en peligro de convertirse en un estéril girar en el vacío. Marta se limita, a pesar de todas sus buenas intenciones, a acoger a Jesús en casa. María lo acoge “dentro”, se hace recipiente suyo. Le ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que ha sido dispuesto por él, y que está reservado para él. Marta ofrece a Jesús cosas, María se ofrece a sí misma.
Según el juicio de Jesús, María ha elegido inmediatamente, “la mejor parte” (que, a pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil moverse que “entender la palabra”). Marta, desgraciadamente, que no quiere que falte nada al huésped importante, que pretende llegar a todo, deja pasar clamorosamente “la única cosa necesaria”. Marta reclama a Jesús, no sabe lo que él quiere. El problema es precisamente éste: descubrir poco a poco qué es lo que quiere Jesús de mí. Por eso es necesario parar, dejar el ir y venir y sacar tiempo para escuchar la Palabra de Jesús y comprender cuál es realmente la voluntad de Dios sobre mi vida.
En este sentido, El el evangelio de Lucas el camino de Jesús a Jerusalén marca una progresiva manifestación del Reino. A medida que avanza va formando a los discípulos y discípulas en actitudes de misericordia, de abandono de las pretensiones de poder, y en la atenta escucha de la Palabra. En ese camino, al igual que los misioneros que han venido anunciando su presencia, Jesús es recibido por dos mujeres en una casa de familia.
Allí se topa con dos actitudes diferentes. Una de total atención y escucha, la otra, de afán por los quehaceres habituales y de distracción. El trajín de la vida cotidiana había atrapado a Marta y, probablemente, la había vuelto sorda a la Palabra de Dios. Ella recibe a Jesús pero no lo escucha. Aunque Jesús entra a su casa, ella lo deja por puertas. Jesús propone un plan encaminado a formar verdaderos oyentes de la Palabra -auténticos discípulos- que Marta no está dispuesta a atender.
María, al contrario, comprende bien el proyecto de Jesús y rompe con los prejuicios culturales de su época. En lugar de andar atareada con los oficios domésticos “propios de las mujeres” (las “labores propias de su sexo”, como se ha dicho y pensado durante tanto tiempo), se pone “a los pies del Señor para escuchar su palabra”. Este gesto, reservado entonces culturalmente a los discípulos varones, la acredita como discípula.
Marta, al fatigarse con el interminable trabajo de la casa, cuestiona la contradictoria actitud de María e interpela al Maestro para que "ponga a la mujer en su sitio". Jesús le da una respuesta inesperada: felicita a María porque ha acertado en su elección y reprende a Marta por dejarse envolver en las preocupaciones cotidianas sin atender a lo importante. Efectivamente, María ha hecho la mejor opción, la única necesaria para ponerse en el camino de Jesús y ser su discípulo: ha decidido aprender a escuchar la Palabra y se deja interpelar por la presencia del Maestro.
En su camino Jesús va formando, pues, a sus seguidores en las actitudes indispensables para llegar a ser verdaderos discípulos. Una de esas actitudes es la de escuchar atenta y serenamente su Palabra. Actitud que exige romper con el ritmo loco e interminable de la vida cotidiana para ponerse, serena y atentamente, a los pies del Maestro. Esta elección que a los ojos de la eficiencia puede parecer superficial e inútil, es una condición fundamental para llegar a ser un auténtico discípulo.
Nosotros hoy nos enfrentamos a un ritmo de vida más agitado que el de épocas anteriores. Los medios proporcionados por la tecnología para ahorrar tiempo... también multiplican las ocupaciones y acaban haciéndonos caer en un activismo desenfrenado. Y el exceso de preocupaciones nos lleva a olvidarnos de lo fundamental...
Nuestro cristianismo se convierte así en un tímido cumplimiento de algunas obligaciones religiosas, sin espacio para la escucha de la Palabra. Se nos exhorta, se nos bombardea continuamente con mensajes que nos invitan a ser "eficaces, productivos y competitivos"... Pero con Marta y María, Jesús nos interpela y nos llama a respetar la jerarquía de valores y a poner en su sitio la "opción por lo fundamental": ponernos a sus pies y escuchar su palabra. Jesús nos invita a que nuestro cristianismo sea un verdadero discipulado.
Para aprender la lección del Maestro, debemos formarnos en la escucha atenta de la Palabra en la Biblia y en la vida. La Biblia no puede permanecer guardada en un cajón mientras nosotros nos ahogamos en el interminable torbellino de los quehaceres cotidianos. La Palabra de Dios está hecha para caminar con nosotros paso a paso, día a día, minuto a minuto. Para enseñarnos a vivir en comunidad la solidaridad que hace efectivo aquí y ahora el reinar de Dios. Para ayudarnos a escuchar la Palabra que Dios nos dirige en la difícil realidad de nuestros pueblos: en las inhumanas condiciones de las grandes ciudades, en la soledad y el aislamiento de los campos. Debemos pues optar por las actitudes que nos conviertan en verdaderos discípulos de Jesús y auténticos cristianos.

Reynaldo Rodrigo Roman-Diaz. SVD

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