viernes, 4 de marzo de 2011

IX Domingo del Tiempo Ordinario


En la primera lectura se nos presenta un fragmento de ese gran discurso de despedida de Moisés que viene a ser el libro del Deuteronomio. Es concretamente una exhortación que habla de la maldición o la bendición que se derivan seguir o no seguir a Dios en fidelidad. En la liturgia el texto se utiliza con frecuencia para expresar esa libertad que tenemos para elegir entre el bien y el mal.

Somos libres. La libertad es uno de nuestros grandes dones constitutivos. Podemos elegir nuestro estilo y sistema de vida; pero debemos ser conscientes del costo de nuestra libertad de opción. Toda elección es a la vez una renuncia: elegimos una opción gracias a que desechamos las demás que nos eran posibles. No es posible elegir sin renunciar. Y no podemos dejar de optar ni de dejar de renunciar. Es el riesgo de vivir, porque el mero hecho de vivir es elegir, y renunciar. Es decir: nuestra vida no está hecha: la tenemos que hacer, y la hacemos optando, continuamente, día a día. Al ritmo de cada elección. Aunque hay que distinguir cuidadosamente entre opciones y opciones, entre las opciones que comprometen un acto, un rato, un día, una semana... y las que comprometen nuestra vida a largo plazo, o el estado de vida, el tipo de trabajo o la profesión (cuando se puede elegir...); y, aun por encima de estas grandes opciones, queda todavía nuestra «opción fundamental», algo que no queda negado simplemente por un error o un acto menor contrario.

Por lo que se refiere a Dios, él ya hizo sus opciones fundamentales, que deben ser nuestra guía existencial: por el Amor, por la Justicia, por el Mundo, por toda la Vida y por la vida plena, por la Comunión universal...

Pablo se mueve en un mundo espiritual, en unas categorías que ni son las nuestras ni nos resultan fácilmente inteligibles. Dice que por medio del sacrificio Dios ha justificado a la humanidad, la cual, por muchas leyes y cumplimiento de preceptos que hiciera por sí misma, no sería capaz de justificarse, de salvarse... Quiere que los creyentes piensen que gracias a la gratuidad del amor del Padre somos herederos de la salvación... Un elemento importante será la fe, la cual es capaz de interpretar y leer la acción cotidiana de Dios a nuestro favor en la historia, en la cual, afirma, definitivamente justifica sin distinción a todos los que creen. Él está reaccionando ante la polémica judía de la «salvación por medio de las obras o por medio de la fe», que hoy nos resulta irrelevante.

El evangelio de hoy, de Mateo, nos presenta la sección final del largo sermón de la montaña. Todo el fragmento que hoy leemos está centrado en el tema de «la primacía del hacer sobre el decir». Es un evangelio con el que sintoniza inmediatamente la cultura moderna, que en los últimos siglos ha sido, fundamentalmente, «filosofía de la praxis»: aunque todo es importante, lo más importante no es el decir, el pensar, el interpretar o reinterpretar, sino el hacer, el construir, el amar efectivamente y el amar con eficacia; no simplemente el decir, o el invocar a Dios, el rezar, ni el culto... sino «hacer la voluntad de mi Padre», llevar adelante el «Proyecto de Dios».

En esto, Jesús recoge y potencia el mensaje que ya elaboraron y anunciaron los profetas, varios siglos antes de él. Fue en el llamado «tiempo axial», cuando, en varias zonas dispersas de la Humanidad, más o menos «simultáneamente», se dio un «crecimiento de la conciencia religiosa». Esta percepción de la primacía del hacer sobre el decir, de la praxis sobre la teoría, del amor-justicia sobre el culto... es tal vez una de las aportaciones más claras que el judaísmo hizo a ese concierto universal de la maduración de la humanidad en el llamado «tiempo axial». De esa madurez hemos estado viviendo en los casi tres milenios transcurridos, aunque hoy todo parece estar indicando que estamos entrando en un nuevo tiempo axial, que exige a la humanidad nuevos «saltos cualitativos» de maduración

Estos nuevos saltos cualitativos que esperamos, no invalidarán aquellos ya dados, sino que, simplemente, los prolongarán y profundizarán. Mientras, la lección de la sabiduría adquirida por la humanidad sigue vigente, y el evangelio de hoy se encarga de recordárnoslo.

Los profetas clásicos de Israel pusieron el amor-justicia, o sea, la construcción de una sociedad humana, justa y feliz, por encima de una religiosidad cultualista (que privilegia el culto) o espiritualista (que se preocupa de lo espiritual en vez de lo material) o intimista (que prefiere la vivencia interior por encima de las implicaciones sociales). «”Misericordia” quiero (o sea, práctica del amor-justicia), no “sacrificios” (sacrificios ofrecidos en el culto, se entiende)», decía paradigmáticamente Oseas (6,6). Jesús, en otra parte del evangelio, pero sobre todo en su vida y en el conjunto de su predicación, recoge y vuelve a proclamar vivamente este mensaje profético, del que el judaísmo tardío se había ido apartando a favor –de nuevo- del cultualismo y del legalismo.

Esta dimensión del amor-justicia vivido con eficacia histórica y privilegiado por encima del cultualismo, intimismo o doctrinarismo, es tal vez el principal legado de la corriente judeo-cristiano-islámica al concierto universal de las religiones, y se originó en ese primer «tiempo axial» del milenio anterior a Jesús, el tiempo clásico de los grandes profetas de Israel. Jesús, como decimos, lo retomó, lo hizo suyo y lo proclamó con prioridad. Pero a lo largo de los siglos siguientes, sobre todo a partir de que el cristianismo fuera cooptado por el Imperio romano y fuera transformado en su «religión» de Estado, esta dimensión esencial pasó a la penumbra, a favor sobre todo del doctrinarismo (dimensión teórica y ortodoxia) y del sobrenaturalismo (segundo piso, metafísica, la «gracia sobrenatural» que se adquiere principalmente por el culto de la religión...). La teología de la liberación significó un intento de recuperación de la dimensión perdida; por eso concitó tales animadversiones. Pero su servicio ha sido irreversible: aun sus máximos opositores no pueden dejar de reconocer su influencia y su desafío.

La palabra de Jesús del evangelio de hoy sigue ahí, trayendo el mismo desafío, en plena sintonía con la sensibilidad actual

No hay comentarios:

Publicar un comentario