MI CARNE ES VERDADERA COMIDA Y MI
SANGRE ES VERDADERA BEBIDA
Esta primera lectura de hoy es
como un anuncio de lo que Jesús, sabiduría del Padre, va a decir en el
evangelio que leemos en este domingo. Jesús, Sabiduría encarnada, ha preparado
para nosotros su banquete, ha mezclado el vino, y ha puesto la mesa eucarística,
y despacha a sus evangelizadores a todos los sitios a invitar a las gentes a su
Eucaristía. Y nos sigue diciendo a todos nosotros: «vengan a comer mi pan».
El
pan y el vino que la sabiduría ofrece, son el pan y el vino que nos ofrece
Jesucristo, Sabiduría eterna, son su Cuerpo y su Sangre. En estos pocos
renglones es fácil descubrir la figura de Cristo. La Sabiduría es figura y
representación del Hijo de Dios. En el evangelio de San Mateo (22,4) se leen
unas palabras de Jesús muy parecidas a estas: «»vengan, que mi banquete está
preparado». Este banquete es para todos, para sabios e ignorantes, para
prudentes e imprudentes. Es lo que dirá San Bernardo: «si eres imprudente,
acércate al que es Fuente de toda Sabiduría, y El te dará la prudencia que necesitas».
Para algunos parece que la vida no nos hubiera enseñado nada. Como que no somos
capaces de sacar lecciones de nuestras amargas experiencias. No saber sacar
lecciones provechosas de las experiencias de la vida es la «inexperiencia». La
lectura de hoy nos invita a dejar la inexperiencia y a adquirir la «prudencia»,
que es la virtud por medio de la cual cuando tenemos que escoger entre dos
cosas, escogemos la que mejor nos aproveche para nuestra vida. Los entendidos
dicen que por inexperiencia se entiende aquí el no saber gobernar y dirigir la
propia vida.
En la segunda lectura de hoy
encontraremos una frase muy parecida a esta que acabamos de comentar en el
libro de los Proverbios, cuando la carta a los Efesios nos invita a no ser
insensatos, sino sensatos. Este texto distingue tres exhortaciones. La primera
se concreta en una doble llamada a aguzar la inteligencia para orientar la
propia vida como corresponde al momento especial que se está viviendo y que,
por el hecho mismo de poder vivirlo es de suyo el mejor. Lo que debe preocupar
al cristiano es en realidad saber en cada momento, y en medio de la maldad
dominante, qué es lo que Dios quiere realmente de él. La segunda exhortación es
concreta: no emborracharse. Refleja las llamadas de los sabios a tener cuidado
con el vino, pero también puede ser que se piense en los cultos paganos a
Dionisios, donde el vino era el medio para unirse más estrechamente a la
divinidad. Por último, la exhortación es a la alabanza, que el creyente debe
dirigir siempre a Dios Padre en nombre del Hijo y a impulsos del Espíritu, y
con sentimientos de gratitud por todos sus dones.
Juan desarrolla el tema de la
«incomprensión» para adentrarnos de forma didáctica en el conflicto entre los
practicantes de la religión judía y los cristianos. La eucaristía desató
sospechas entre israelitas, romanos y griegos. No podían entender como una
comunidad de creyentes podían celebrar con gozo y entusiasmo la muerte de su
Señor y Maestro. Sin embargo, lo que en realidad no entendían era el misterio
pascual. Jesús había resucitado, superando el cerco de una muerte violenta e
injusta, y ahora vivía en medio de sus seguidores. Él se había convertido en
principio de vida para aquellos que yacían inermes bajo la opresión de una
religión agobiada por un sinnúmero de preceptos o por una religión que adoraba
al déspota de turno. La presencia de Jesús liberaba a sus seguidores del caos
informe de religiones mistéricas que abundaban en el mundo antiguo y de las
rígidas disposiciones de una religión étnica.
Jesús era el pan vivo, bajado del
cielo, para alimentar a una muchedumbre que añoraba una vida de paz y plenitud.
Para ellos la verdad no residía en un sistema abstracto de proposiciones o en
la adecuación lógica de la ideología a la realidad. Para ellos la verdad era
una praxis de vida que transformaba al ser humano y lo habilitaba para vivir en
comunión con sus congéneres y con el universo.
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