domingo, 30 de octubre de 2011

Domingo XXXI del tiempo Ordinario


EL PRIMERO DE USTEDES SERA SU SERVIDOR

Malaquías es un profeta de la época post-exílica, o sea, después de que a finales del siglo VI a.C. el pueblo judío que se hallaba en Babilonia retornara a Jerusalén. Su labor se concentró en cuestionar la política de los exiliados que comenzaron a expropiar a la gente que habitaba las tierras de Palestina y que llevaba allí más de medio siglo. La mayor parte de los exiliados estaba más preocupado por hacer fortuna y ocupar la mayor parte de tierra posible, que por reedificar los fundamentos éticos, sociales y fraternos del nuevo Israel.

Por su parte, los habitantes de la provincia de Judá, Galilea y Samaria se vieron sacudidos por una ola de agresivos repatriados que, disponiendo de cuantiosos capitales, pretendían apoderarse de la tierra tratando a la gente del país como extranjeros. Esta situación echó por tierra la esperanza de muchos profetas que esperaban que Israel hubiera cambiado su proceder después del exilio. Lo peor de todo era que esta manera abusiva y violenta de proceder era liderada por un grupo de levitas que se consideraban los propietarios de la auténtica religión de Israel.

El profeta Malaquías es muy directo en sus denuncias. Utiliza el mismo lenguaje ampuloso y rimbombante de las celebraciones litúrgicas para denunciar las arbitrariedades de la casta sacerdotal que se aprovecha de la ignorancia de la gente humilde de la provincia para cometer toda clase de atropellos. Lo peor de todo es que los que se presentan como baluartes de la Ley, no tengan ni el más mínimo sentido de justicia. No respetar el derecho de los pobres es violar la alianza del Señor, y ésta es una ofensa más grave que cualquier infracción ritual o disciplinaria.

La enseñanza de Jesús se orienta en esta misma dirección y pone en jaque las pretensiones de tantas personas que preocupándose por la ortodoxia descuidan los principios elementales de la justicia.

La catequesis se ha preocupado durante largo tiempo por transmitir la doctrina correcta. Por esto, se hace énfasis en aprender los diez mandamientos, los sacramentos, los siete dones del Espíritu Santo y sus catorce frutos y otras muchas tradiciones. Este interés catequético es legitimo e incuestionable. Sin embargo, es necesario preguntar: ¿la catequesis que se preocupa tanto por la «doctrina correcta», la llamada «ortodoxia», se preocupa igualmente por la práctica correcta, la llamada «ortopraxis»?

El evangelio de Mateo es directo y tajante. Nos pide aceptar la ortodoxia pero siempre y cuando esté basada y fundamentada en la ortopraxis, es decir, en la práctica de la justicia. Pues, anunciar las doctrinas correctas, que todo el mundo acepta, es muy fácil. Lo difícil es practicarlas. Por eso, urge más revisar nuestras prácticas catequéticas que los sistemas doctrinales.

Durante mucho tiempo nuestra catequesis se limitó, en gran parte, a memorizar preceptos, doctrinas y fórmulas. El evangelio nos pide que, sin olvidar todo esto, nos preocupemos de realizar lo que ellas proponen. Lo fundamental de toda la doctrina cristiana, contenida en el evangelio, es la práctica comunitaria de la caridad expresada en una exigencia irrevocable de justicia. La comunidad cristiana existe para enunciar buenas noticias a la humanidad. Se convierte ella misma en buena noticia cuando transforma las realidades de muerte en caminos hacia la vida en abundancia y no cuando se anuncia a sí misma.

Por esta razón, la catequesis no puede convertirse en una transmisión individual de contenidos religiosos, sino en una práctica pedagógica comunitaria. La comunidad sólo puede enseñar y aprender con el ejemplo y la participación de todos sus integrantes, sin distinción de sexo, edad u oficio ministerial. Pues, mientras se trate de practicar y enseñar la justicia nadie está eximido de ser catequista y nadie está excluido de ser catecúmeno.

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