domingo, 10 de enero de 2010

El Bautismo del Señor.


EL BAUTISMO DEL SEÑOR.

En la liturgia hoy conmemoramos el "bautismo” de Nuestro Señor Jesucristo, celebrado por San Juan Bautista. En realidad, el Señor no tenía que ser bautizado porque nunca tuvo pecado. Se bautizó por la misma razón que cumplió con algunas otras observaciones legales judías que tampoco tenía la obligación de hacer. Vino a este mundo como hombre y quiso sujetarse a las leyes de Moisés, como lo hacían todos los Judíos, pero nada de esto le obligaba. Todas estas leyes eran las que regían al pueblo Israelita, el pueblo que Dios eligió para preparar la venida del Señor. Y Jesús cumplió con ellas para darnos un ejemplo de cómo debemos actuar nosotros, de cómo debemos cumplir con los mandamientos de nuestra fe.

Así que Juan bautizó a su Redentor. Tradicionalmente la Iglesia ha enseñado que al ser bautizado Nuestro Señor el Sacramento del Bautismo queda instituido como tal. Los primeros cristianos mostraban su deseo de ser seguidores del Señor siendo bautizados. Sabían, como lo sabemos nosotros, que en el Bautismo recibimos la gracia del Espíritu Santo y la fe. Por eso, durante la época de los apóstoles, se bautizaban familias enteras, desde el recién nacido hasta el más anciano. Ellos comprendían que el día de nuestro Bautismo es un día grande e importante para nosotros. Después del Bautismo nos hacemos hijos e hijas de Dios y nuestra herencia espiritual es el amor de Nuestro Padre que está en el cielo.

Por desgracia, muchas personas, quizás influenciados por amigos que no son Católicos o simplemente porque ignoran la importancia de este sacramento para los niños, no llevan a sus hijos e hijas a bautizar en los primeros días después de su nacimiento. Llevan a sus hijos a bautizar pensando más en la fiesta, el convite o en la ropa en vez de pensar en el sacramento en sí. Lo convierten en un acto social. Llevan al niño a la iglesia a bautizar pensando que, cómo somos Católicos, tiene que ser bautizado. No piensan en las responsabilidades que trae este sacramento para los padres y padrinos. Da verdadera pena ver algunos bautismos en los que hay tan poca fe alrededor.

El bautismo es el comienzo de nuestra misión profética. Desde el mismo momento en que se recibe este sacramento, el bautizado ya está comprometido a vivir una vida santa. Sus padres se comprometen a dar testimonio de su fe a su hijo para que, con los años, se convierta en un buen cristiano, evangelizando como lo hicieron los primeros cristianos, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Al ser bautizados como hijos e hijas de Dios adquirimos la más alta dignidad. En el momento del bautismo, por la gracia del Espíritu Santo, inmediatamente se produce el milagro de un nuevo nacimiento. El agua bautismal es signo de la muerte al pecado y del renacimiento espiritual a la vida eterna con Cristo.

Nosotros mostraríamos un hermoso apostolado llevando a nuestros hijos a ser bautizados lo antes posible después de su nacimiento. Así enseñaríamos a nuestros familiares, amigos y demás miembros de nuestra propia comunidad, que los recién nacidos tienen el derecho de ser bautizados y de recibir la gracia, la fe y, lo más importante, la salvación eterna a través de una relación muy especial con Nuestro Señor.

Los padres y padrinos deben tener en cuenta que han recibido un mandato de Cristo. Desde el momento que llevan sus hijos a bautizar deben enseñarlos a vivir una vida sin mancha, a evangelizar con su propio ejemplo y a amar a los demás. A través de la Iglesia, Cristo mismo les dice a los padres y padrinos que deben ser sus testigos dentro de sus propias familias. Y esto lo dice claramente. Muchos se preguntarán ¿qué significa ser testigo de Cristo? Pues significa tener la misión de pregonar la fe que hemos recibido en el bautismo, significa llevar siempre a Dios por delante en el corazón propio, en la familia, en la escuela, en el trabajo, y sobre todo en la comunidad a la que pertenecemos. Significa olvidarnos de nosotros mismos, del “que dirán” y seguir a Cristo.

Aprendamos a vivir nuestra vida mostrando que somos testigos valientes de Cristo, llevando por doquier su mensaje de salvación.

Reynaldo R. Román Díaz.

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